Sangre en los labios (cara B)

  • V.O.: Love lies bleeding
  • Dirección: Rose Glass
  • Guion: Rose Glass, Weronika Tofilska
  • Intérpretes: Kristen Stewart, Katy O’Brian, Ed Harris, Dave Franco, Jena Malone…
  • País: Reino Unido
  • Género: Thriller
  • 104 minutos
  • Ya en cines
  • «Jackie está decidida a triunfar como culturista y se dirige a Las Vegas para participar en una competición. En su camino, pasa por un pequeño pueblo de Nuevo México donde conoce a Lou, la solitaria gerente del gimnasio local. El padre de Lou es traficante de armas y lleva las riendas de un sindicato del crimen. Jackie y Lou se enamoran. Pero su relación provoca violencia y ambas se ven inmersas en las maquinaciones de la familia de Lou.»

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

Como era de esperar tratándose de una producción participada por A24 y de la segunda película de la directora británica Rose Glass, Sangre en los labios supone un ejemplo paradigmático de falsa transgresión que aplaudirá a rabiar la cinefilia de brújula averiada y los enfants terribles de festival. Su empleo incoherente del body horror, sus confusas políticas queer y su macarrismo esteticista la hermanan con uno de los mayores bluffs de los últimos años, Titane (2021). De hecho, no descartamos que Sangre en los labios sea un exploit encubierto de la película de Julia Ducournau.

Al fin y al cabo, A24 está operando bajo parámetros idénticos al Nuevo Hollywood o, si queremos ser crueles, el estudio trash Asylum. Es decir, su supuesta deconstrucción de géneros fílmicos bajo la bandera de la intelligentsia no es más que una adaptación oportunista de los mismos a sensibilidades contemporáneas y a un escenario productivo en el que lo nuevo tan solo aspira a ocupar el sitio de lo viejo a pisotones y codazos.

Rose Glass ha jugado un papel determinante a la hora de concretar esta estrategia. Su ópera prima, Saint Maud (2019), era una ficción british estereotípica sobre solterones al borde de un ataque de nervios, que en esencia ya había interpretado Maggie Smith hace cuatro décadas; pero, en la estela de la fórmula patentada por Lynne Ramsay, Glass aplicaba a las imágenes una sobredosis de esteroides audiovisuales y weird de tendencias que producía un deslumbramiento ocasional y dejaba un regusto final a capricho y nimiedad.

Por otra parte, muchos de los argumentos de Saint Maud —la alienación ante un mundo hecho por otros, la somatización corporal de las disfunciones emocionales, estados alterados de conciencia— se reiteran en Sangre en los labios, que se postula desde la grafía de sus títulos de crédito iniciales como lesbian pulp fiction donde caben la América de Trump, mujeres desesperadas, hijos de la anarquía, violencia de género y pulsiones a cada cual más adictiva: el tabaco y la vigorexia, el amor y las armas.

Los primeros minutos de la película hacen pensar en un neo-noir inteligente, capaz de orientar en nuevas direcciones las claves del género, con un ojo puesto en John Dahl y otro en Nicolas Winding Refn. Glass perfila con acierto las localizaciones crepusculares y los personajes marginales, la red de afectos disfuncionales establecida entre ellos, las manifestaciones extravagantes del sueño americano y la realidad pesadillesca de una sociedad atrapada en la idea de que vivir significa sobrevivir.

El virtuosismo técnico —montaje, sonido, fotografía— potencia todos estos aspectos y los sublima en literatura visual, en una lírica hard boiled heredera de Charles Williams y Jim Thompson que cristaliza en momentos brillantes: el plano general sobre la masturbación de Lou (Kristen Stewart) con el rostro sepultado en los cojines de un sofá, el aire que azota el cabello de la protagonista mientras contempla embelesada en el gimnasio los entrenamientos de Juice (Katy O’Brian), el crepitar en primer plano de unos músculos sobreexcitados por los anabolizantes…

Sin embargo, esa habilidad para el instante, la transición, el fragmento, vuelve a delatarse inoperante para gestionar un relato de largo alcance. Glass es perezosa a la hora de profundizar en las asfixiantes relaciones entre familiares y conocidos que ha planteado, de inyectar una mínima verosimilitud al rumbo de los acontecimientos y de distinguir entre lo relevante y lo accesorio. A ello debe sumarse una tendencia irritante al épater le bourgeois sin organicidad, intención ni trascendencia últimas; véanse la afición de Lou Sr. (Ed Harris) por los insectos y su ridículo desenlace, o las groseras alegorías en torno al romance como la mejor hormona de crecimiento.

En sintonía con esos simulacros de heterodoxia artística, Sangre en los labios está lejos de ser una película que promueva una inversión realmente atrevida de la moral tradicional acerca de lo que está bien y mal; de nuevo podríamos hablar más bien de una reorientación interesada a fin de que lo moralizante satisfaga a nuevos sectores de audiencia, sin que eso implique ninguna reflexión en profundidad sobre la ética de nuestros actos, dentro y fuera de la ficción. Solo desde esa contradicción flagrante entre moral(ismo) y ética, omnipresente en nuestra cultura —recordemos Saltburn (Emerald Fennell, 2023)—, puede entenderse el lamentable arco argumental correspondiente al personaje de Daisy (Anna Baryshnikov).

Entre unas cosas y otras, lo que podría haber sido un ejercicio de cine de género llevado a un nivel memorable por el virtuosismo formal y el ascendiente queer, se queda en fenómeno anecdótico de temporada, pienso para el usuario medio de Letterboxd: «One of those cool ass posters you’d see on the wall in a characters room in another movie, come to life as its own movie and it’s fucking SICK» (sic). Como sucedía en la reciente Dos chicas a la fuga (2024), se ha perdido una gran oportunidad para revitalizar uno de los géneros con más potencial crítico contra el sistema, el cine negro, a través de representaciones lésbicas que escapaban sobre el papel a lugares comunes bienpensantes.

  • Montaje: Mark Towns
  • Fotografía: Ben Fordesman
  • Música: Clint Mansell
  • Distribuidora: Avalon