Sed de venganza


(Faster)

  • Dirección: George Tillman Jr.
  • Guion: Joe Gayton, Tony Gayton
  • Intérpretes: Dwayne Johnson, Billy Bob Thornton, Carla Gugino, Maggie Grace, Oliver Jackson-Cohen, Tom Berenger,
  • Género: Acción
  • País: EEUU
  • 98 minutos
  • Disponible en Netflix

Un ex presidiario (Dwayne Johnson) quiere vengar la muerte de su hermano, ocurrida años antes cuando ambos daban un golpe. Un veterano policía (Billy Bob Thornton), al mismo tiempo que sigue sus pasos, intenta averiguar quiénes fueron los culpables del asesinato.

Por Daniel de Partearroyo

El cine de acción más pragmático sabe que su esencia son las imágenes en movimiento, y es eso mismo lo que ofrece: energía cinética en estado puro. El héroe irá del punto A al B, siguiendo la línea más recta posible, a veces volviendo sobre sus pasos y retomando el camino; cada elemento extra que se añada no será más que puro ornamento, dedicado a embellecer sin distraer del trayecto por muy barroco que acabe siendo el conjunto. Ejemplo modélico: cada entrega de la saga Mad Max de George Miller. Caso a reivindicar: Sed de venganza, una peregrina producción con espíritu de derribo que no es nada barata ni en presupuesto (24 millones de dólares) ni en empeño.

Tanto su título original (Faster) como su perezosa adaptación española (Sed de venganza) cumplen su hipotética promesa a un espectador: esto es una historia de venganza arquetípica que se mueve a toda velocidad y donde Dwayne Johnson tiene mucha, mucha sed de movimiento. Como si fuera un tiburón que si deja de nadar se asfixia, su personaje no para quieto. Empieza entre rejas, moviéndose de un lado a otro de su celda. Es su último día de condena. En cuanto queda en libertad, sale a toda pastilla a meterle un tiro en la frente a uno de los maleantes que le traicionaron. De A a B, a Dwayne Johnson le sobra el resto del abecedario.

El director George Tillman Jr. es consciente, y se dedica a lo necesario para encuadrar al actor en la que sería la última película de su etapa pre-Fast & Furious. Una que se puede ver como un inesperado anticipo de lo que pronto Johnson aportaría a Toretto y compañía, aún con restos del registro de actioner mastuerzo que acarreaba desde la época de su estrellato en la WWF y, en la gran pantalla, bravatas como la eficaz Pisando fuerte (2004). Además, Sed de venganza también tiene algo de precedente modesto de una película tan significativa generacionalmente como Drive (2011), donde Nicolas Winding Refn estilizó a base de neones y sintetizadores el thriller de venganza con recursos de abstracción heredados del spaghetti western que aquí ya se practican, como el hecho de que los personajes principales no tienen nombre propio, sino una mera descripción de su función en la trama: Dwayne Johnson es el Conductor; Billy Bob Thornton, el policía; y Oliver Jackson-Cohen, el asesino.

Este último, un integrante más que singular de la baraja de arquetipos pulp, hipercodificados por décadas de bolsilibros y películas, que maneja el guion de los hermanos Gayton: un adinerado asesino a sueldo ultraprofesional que no cobra nada más que un dólar por sus servicios de liquidador. Un tipo fascinante que en uno de los thrillers postmodernos de Quentin Tarantino o Guy Ritchie habría tenido sin duda sus propias escenas de lucimiento pero aquí, a pesar de plantear una pequeña subtrama romántica con Maggie Grace, queda cegado simbólicamente de la narración por el destello bravío de Johnson.

A lo largo de la película, es llamado fantasma y demonio; Johnson tiene el propósito implacable de un ángel de venganza que no se detiene hasta eliminar sus objetivos. En un acto de gran coherencia, la narración se detiene en cuanto el personaje para. Lo demás no importa. No hay atención que prestar al asesino que vuelve junto a su chica, ni a esa detective (Carla Gugino) que a pesar de su tenacidad de plomo siempre quedó un par de pasos por detrás del protagonista. Todo se juega en un doble giro argumental que halla su propósito en la consecución del bien más sagrado, al margen del cual lo demás no importa, y que reitera Johnson a cada paso, como si el motor del relato tomara impulso dentro de él a nivel medular: ir de A a B. Y fin.

  • Fotografía: Michael Grady
  • Montaje: Dirk Westervelt
  • Música: Clint Mansell