SEFF '18: All you need is Løve
– SEFF '18: All you need is Løve –
Nos contaba Nicolas Philibert, el veterano documentalista francés, que él descubre durante el propio rodaje qué película está haciendo. En uno de esos encuentros cafeteros que propicia el Festival de Sevilla, suerte de charlas de tú a tú con los cineastas, de acceso libre, el director de Ser y tener se inscribía en esa corriente de autores que entiende el rodaje como un proceso en marcha que se va desvelando a sí mismo conforme el cineasta sigue su instinto, permeable a lo que tiene delante. It’s all in the reflexes, que decía Carpenter por boca de Jack Burton.

Olivier Assayas, sin embargo, parece acudir al rodaje para decir algo que viene tiempo cavilando. Quizás porque antes que cineasta fue crítico, y como el que ha vivido con sobrepeso o ha tenido problemas con la bebida, uno no deja de ser crítico nunca. El caso es que el director de Demonlover sigue empeñado en tomarle el pulso al presente. A su liquidez, a su estado constante de mutación. Mientras en el horizonte se dibuja un nuevo paradigma difuso y amenazante, Assayas no se amilana y trata de circunscribirlo, ya sea a través del gesto (Personal Shopper) o de la palabra (Non-Fiction). Pocas certezas, nos dice, quizás solo una: que bajo la bruma siempre queda una única constante (el único motor artístico, es decir, humano). Hablamos del amor, claro. En todas sus formas. Si en Personal Shopper el amor doliente en torno a la pérdida se equiparaba con un cierto sentir contemporáneo, en Non-Fiction nos habla del amor sublime de la creación como asidero atemporal (por cierto, idea fabulosa en Non-Fiction: la concepción como el milagro analógico definitivo). Un editor en medio del oleaje, un escritor forzosamente a la deriva, una actriz en aguas internacionales y una agente de prensa de un político “de nuevo cuño” que no tardará en naufragar. Esos son los personajes que le valen al francés como excusa para plantear una comedia impetuosa de amores a la francesa que sustente el hilo narrativo de una película dialéctica y teórica sobre el incierto reajuste de la cultura en la era digital; los nuevos modos de consumo, la narrativa post-Twitter, la posverdad o la intimidad frente a la ficción del yo (la “autoficción” como la llaman en la película, parte de esa no-ficción a la que alude el título). Una película, en definitiva, que, como apuntaba el colega Manuel J. Lombardo en El Diario de Sevilla, bien podría ser la primera adaptación al cine de un libro de Lipovetsky. Hay quien afirma que películas tan apegadas al zeitgeist son películas caducas. Se olvidan, en mi opinión, de que el cine también está fuera de la sala. Cosa que no ocurre de ningún modo en Non-Fiction, en la que mientras se nos habla de la “terrible desmaterialización de la escritura”, los personajes no paran de comer, de beber, de desparramarse en un sofá. Y de hacer el amor. Porque no sabemos si el futuro del libro será digital o no, pero nunca dejaremos de hacer el amor. Porque si no, ¿para qué vamos a escribir, para qué vamos a leer?
Decíamos que aquí Assayas se consagra al parloteo, y el de Las horas del verano no se ha olvidado de cómo filmar la palabra. Tampoco de estar presto a captar lo que sus personajes también dicen mientras hablan o mientras callan. Eso del nervio. Y de una dirección de actores tan precisa que todos sus – excelentes – actores parecen estar continuamente improvisando mientras exponen un texto decididamente nada espontáneo. Juega con ventaja, eso sí, pues nadie conversa en el cine como los franceses, los únicos que pueden lanzarse a disquisiciones sobre el papel de la crítica cultural frente al algoritmo prescriptor computerizado mientras se untan crema de queso en pan y se sirven más vino en la copa. Todo sin morir de impostura, pues los franceses cayeron en una marmita de impostura cuando eran pequeños y ahora eso ya no va con ellos.

Si en Non-Fiction se trata de capturar el presente, para Mia Hansen-Love en Maya se trata de la imposibilidad de hacerlo. Gabriel es un reportero de guerra que ha vuelto a París después de pasar cuatro meses de cautiverio en Siria a manos del ISIS. A Gabriel la barbarie le ha expulsado del presente; esos meses en cautiverio han abierto una brecha de tiempo que ya nunca podrá recuperar. Instalado en una huida constante, tratando de alcanzar de nuevo el presente que estalló en mil pedazos, Gabriel viajará a la India, donde vive su padrino, donde vive su madre a la que hace mucho que no ve, donde pasó feliz muchos veranos. Como el que retrocede por un camino cuando se ha perdido para tratar de retomarlo desde el último punto donde supo hacia donde se dirigía. “Uno nunca sabe a dónde va si no sabe de dónde viene”. Y sí, estoy citando a Will Smith en aquel videoclip hortera al borde del nuevo milenio, que ya nos estábamos poniendo muy estupendos.
Se trata, en fin, de un personaje en fuga tratando de alcanzar algo etéreo, inasible. Gabriel vuelve a la India, y la hermosa fotografía en dieciséis milímetros nos acerca la porosidad del lugar mientras nos niega la profundidad de campo, que queda desdibujada en coloridos borrones impresionistas. Son las huellas abstractas del paraíso, lo que nos queda del tiempo pasado. También el horizonte de un presente efímero. Ahora volveremos a Will Smith, lo prometo. Gabriel entenderá, finalmente, que se trata, simplemente, de reconciliarse con la vida en tránsito. Como habréis podido imaginar, estamos hablando también del amor. De nuevo. ¿De qué si no? Será a través de la relación que emprendan Gabriel y Maya, una joven india que se encuentra con él a mitad del sendero que se bifurca, donde los amantes aprenderán a reconciliarse con la melancolía inherente del amor, esto es, con un mundo que se desvanece delante de sus ojos. Hansen-Love lo filma todo con delicadeza, con un ritmo pausado que expande y contrae en hermosas elipsis y en esos tiempos muertos en donde todo se dirime. Puede que en Maya la directora de Un amour de jeunesse haya filmado su película más frágil, siempre al límite entre lo cursi y la emoción sin ambages. Como esa soprano que irrumpe en el Distant Sky de Nick Cave que cierra la película con aires “LeonardCohenianos.