‘Segundo premio’: Lacuesta gana la Copa de Europa en el D’A

La película codirigida por Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez se confirma como el culmen que se veía venir desde que, hace cosa de un mes, arrasó el Festival de Málaga. Por Philipp Engel

Todas las historias de grupos musicales son iguales. Auge y caída, drogas, sexo, rock’n’roll, lucha de egos, amistades que se rompen, la chica, los tiburones de las multis, discos importantes, giras, conciertos, fans. El reto consistía en hacer algo grande en el marco de un género tan propenso al bodrio wikipédico como es el biopic musical. Y Lacuesta, con la ayuda de Pol Rodríguez, lo ha conseguido. Vaya si lo ha conseguido. Incluso podríamos decir que se ha superado a sí mismo. Es lo que se vio ayer, en la inauguración del Festival de Cinema d’Autor de Barcelona, el D’A.  

La historia es de sobras conocida: la crisis emocional y creativa, bien condimentada de drogaína, que precede la grabación, en Nueva York, del icónico disco Una semana en el motor de un autobús (1998). Y Lacuesta logra emocionarnos, hasta las lágrimas o casi, más allá de las trágicas circunstancias que determinaron el rodaje de la película (aunque eso es imposible de calibrar), con la peripecia de estos músicos no precisamente simpáticos (una vacuna contra el sentimentalismo), en su lucha por sacar adelante un disco. Esto pasa por la idea de autenticidad. Una autenticidad, en primer lugar, musical. Como en la reciente, y también muy emocionante, La estrella azul, de Javier Macipe, sobre los últimos años de Mauricio Aznar, líder de la banda aragonesa Más birras (al que, por lo contrario, es imposible no amar), los actores tocan de verdad, nada de playbacks –como el del famoso momento televisivo de Los Planetas, no por nada reproducido en la película–, y suenan creíbles. Incluso se puede decir, con mucha tranquilidad, que Daniel Ibañez mejora la voz nasal de Jota. Por fortuna, a nadie se le ocurrió ponerle a cantar con una pinza en la nariz. Mención aparte merece Cristalino, ¿de dónde ha salido ese genio? Puestos a noventear, podría hacer de Bez en una de los Happy Mondays, y lo clavaría igual. 

Ayer se comprobó que no hace falta ser fan de Los Planetas para amar esta película: como anunció Lacuesta, las canciones vienen subtítuladas para animar a los fans a corearlas como si estuvieran en un concierto, a tono con el carácter inmersivo, «Live», que presenta la película, en plan Sing-Along. Nadie lo hizo. Y sin embargo, la película tiene un poderoso componente generacional, en parte porque, se sea más o menos fan de la banda, el muro de sonido de los Planetas (aquí reproducido con la ayuda de Jaime Beltrán) es quintaesencia indie noventera, y para todos los que ayer hacíamos chistes sobre la edad anoche fue como si los 90 nos hubieran pasado por encima, como si nos hubiera atropellado un autobús cargado de instrumentos en plena gira. La película refleja las vivencias, más o menos deformadas, de toda la generación que fue joven en aquella década. Y el hecho de que los personajes no sean, como decíamos, particularmente simpáticos, paradójicamente hace que nos sea más fácil identificarnos con ellos porque, a través de la bruma de una década repleta de rincones oscuros, en aquellos lejanísimos 90, marcados por la popularización del abanico completo de la drogadicción, todo el mundo tuvo oportunidad de sacar lo peor de sí mismo. 

Luego está la figura del cineasta-rockero, que suena anacrónica, pero tiene su valor, y no cabe duda de que Lacuesta es, como los más mayores Jarmusch o Kaurismäki –viejos rockeros, otro tema–,  uno de ellos. Su sensibilidad –andaluza por pasión (qué bien plasma el árido carácter granadino)– para la música ha quedado patente desde, al menos, La leyenda del tiempo (2006), y en este sentido su anterior filme, el interesante Un año, una noche (2022), donde también había un concierto, y se apostaba por la inmersión sensorial, puede verse como un ensayo de Segundo premio. Es decir que Segundo premio es el resultado, de una indagación, que viene de muy lejos, la culminación definitiva de esa pista en la filmografía del gerundense, que aquí afronta de cara, completamente centrado en ello. Veremos si puede seguir por ese camino, cosa difícil, porque la impresión que queda es que aquí ya lo ha dado todo. 

Decía ayer Lacuesta, sobre el escenario de la inauguración del D’A, que esta era una película sobre “nosotros”, lo cual abarca el mentado aspecto generacional, como sobre todo el cinéfilo, porque, además de todo lo enumerado, la película gana, sobre todo, en lo cinematográfico. Desde los títulos de crédito iniciales, ya se nos advierte que Lacuesta ha optado por “imprimir la leyenda”, conforme a todo lo dicho, ante la imposibilidad de satisfacer las diferentes visiones de los miembros de la banda, cosa que ya venía bien, y ese es, una vez más, el triunfo. Entre sueños, alucinaciones y legendaria “realidad” impregnada de épica, a caballo entre pasado y presente (de alguna manera son los 90 desde el ahora), conformando un todo perfectamente orgánico, la película fluye limpia y clara en un encadenamiento de escenas que el cineasta prolonga el tiempo justo y necesario, sin innecesarias complicaciones metanarrativas, para que el espectador, ya sea fan, haya vivido los 90 o no, también pueda habitarlas. Esos planos circulares, sobre todo el que se da en el interior del automóvil, parecen estar ahí para mostrar que el cineasta ha tomado posesión del espacio temporal en el que se desarrolla la película, culminación, repetimos, de una trayectoria. Segundo premio es como un sueño que, por fin, flota sobre el tiempo. Lacuesta ha logrado abrir semillas en el corazón del sueño: «ayer y mañana comen oscuras flores de duelo».