Sin tiempo para morir
(No Time to Die)
- Director: Cary Joji Fukunaga
- Guion: Neal Purvis, Robert Wade, Cary Joji Fukunaga, Phoebe Waller-Bridge.
- Intérpretes: Daniel Craig, Rami Malek, Léa Seydoux, Lashana Lynch, Ralph Fiennes, Naomie Harris, Ana de Armas, Christoph Waltz
- Género: Acción, thriller
- País: Reino Unido
- 163 minutos
- Ya en salas
Bond ha dejado el servicio secreto y está disfrutando de una vida tranquila en Jamaica. Pero su calma no va a durar mucho tiempo. Su amigo de la CIA, Felix Leiter, aparece para pedirle ayuda. La misión de rescatar a un científico secuestrado resulta ser mucho más arriesgada de lo esperado, y lleva a Bond tras la pista de un misterioso villano armado con una nueva y peligrosa tecnología.
Por Roberto Morato
Desde que Daniel Craig se enfundara el smoking de James Bond allá por el ya lejano año 2006, la saga parece particularmente obsesionada con el lugar que representa el personaje dentro del mundo contemporáneo. Ya sea desde la asimilación de formas cinematográficas de otras series y reformulación posmoderna de su iconografía —Casino Royale—, desde la exploración de lo pulp y la imposibilidad de transmitirlo a una nueva audiencia en un contexto moderno —Quantum of Solace—, de la reafirmación como celebración de la propia cosmogonía y política de la franquicia —Skyfall— a la búsqueda de nuevos formatos de narrativa e intentos infructuosos por crear un universo —Spectre—, el Bond del siglo XXI es un héroe en continuo enfrentamiento entre la huida hacia adelante, enfrentándose a su pasado, y la reafirmación de su identidad. Fukunaga parece querer ir un paso más allá en el debate deconstruyendo emocionalmente al personaje, algo ya anteriormente apuntado en Casino Royale, y anticipando que no es tiempo para héroes y heroicidades sino para emociones.
No hace falta ser muy perspicaz para saber que Sin tiempo para morir está construida como vehículo de despedida para la encarnación de Daniel Craig como James Bond y cerrar sus arcos dramáticos previos… Muchos de ellos construidos sin mucho tino a lo largo de estos años. A diferencia de «los otros», como diría George Lazenby, este Bond tiene de compañero el paso del tiempo, y la sustitución de las aventuras individuales por una trama más o menos continuada ha proporcionado a cineastas y espectadores el simulacro de pensar que hay cierto desarrollo de personaje creado a lo largo de las distintas películas. Cary Joji Fukunaga cae en ese mismo error y propone un inflamado tono elegíaco durante todo su metraje.
El Bond más sentimental también es el Bond más reumático en lo que la concepción de la fantasía del superespía y la representación de la acción se refiere. Si olvidamos el brillante prólogo con el se inicia la película —o más bien deberíamos hablar de segundo prólogo, puesto que el tramo inicial, casi una película en sí misma, presenta al villano encarnado por Rami Malek en una pieza que nada tiene que desmerecer a los orígenes de un gran slasher— y que nuevamente sirve como pieza metanarrativa para establecer la propia idiosincrasia bondiana, el cineasta responsable de True Detective apuesta por la normalización de la acción, por convertir a Bond en un superviviente y alejarle de cualquier arrebato heroico más allá del sacrificio personal. No hay representación de la fantasía más allá del pequeño escarceo internacional en Cuba donde una Ana de Armas divertidísima responde mejor a la abstracción de figura imposible que el propio Bond—, este 007 camina, vive y lucha un día más como superviviente de un tiempo que ya le pasó por encima. Es un extraño para tiempos que no son los suyos, y como tal reliquia debe ser sacrificada en pos de los avances de la sociedad que posiblemente sea incapaz de sobrevivir sin figuras como él. Los continuos planos fijos y planos secuencia que filman Fukunaga y el veterano director de segunda unidad Alexander Witt hacen hincapié precisamente en este aspecto. Acompañamos a Bond no en su enésima aventura sino en su martirio físico, espiritual y emocional en una concepción extrañamente católica de la figura del héroe de acción que choca radicalmente con el descreimiento y socarronería con la que Craig aborda su propio legado. Y es que el principal problema de Sin tiempo para morir es acabar la película pensando que el sacrificio de Bond tiene más que ver con nuestros pecados que con los del propio personaje. Vive el hombre, muere el mito y eso es siempre infinitamente más aburrido.
- Fotografía: Linus Sandgren
- Montaje: Tom Cross, Elliot Graham
- Música: Hans Zimmer
- Distribuidora: Universal