Sitges 2018: La noche viene a por nosotros

– Sitges 2018: La noche viene a por nosotros –

La cosa va a así: tres críticos, un programador y un cineasta se encuentran en el jardín del Melià en una fría noche entre semana. Conviene aclarar que el encuentro es más o menos fortuito. Y la cerveza escasa. Porque más allá de las doce de la noche ya no se puede beber alcohol en Sitges. Quizás sangre sí, quién sabe. Hola, yo soy menganito. Yo fulanito. Lo típico de los festivales: no prestas mucha atención a los nombres, porque son demasiados. ¿Habéis visto aquella película?, pregunta el cineasta recién llegado. Pues no. Pues no, pero la primera “del tipo” era muy mala, añade uno de los críticos. Cosas de la noche, y cosas del género: el tipo en cuestión no es otro que el cineasta al que acaban de presentarnos, que nos cuestiona a bocajarro por su película y se lleva de regalo un capón a su ópera prima. Tratamos de quitarle hierro al tropezón con la excusa válida del contexto relajado y el despiste. Pero la cosa se pone tensa. «¿Pero cómo que era mala? Tienes que verla otra vez, no tenés ni idea». Durante varios segundos tragamos con dificultad una bocanada de aire para saber si la broma se destapa o si el tipo va en serio. Va en serio. «Pero a ver, los críticos españoles sois terribles, me disteis muchos ceros en Cannes. Os odio». Escrutinamos su rostro de nuevo en busca de alguna señal que nos aclare si tenemos que prepararnos para un quilombo o si el tipo está de joda. De pura incomodidad, la comisura de los labios del director intenta por su cuenta levantarle media sonrisa. Pero acaba en mandíbula apretada. «Seguro que no habéis visto ni tres películas. A ver, ¿cuántas películas de Eisenstein has visto?», inquiere el cineasta con gesto severo al crítico. ¿Está sonando la sintonía de Curb your enthusiasm solo en mi cabeza? La tensión sigue un crescendo extrañísimo que a estas alturas solo podría interrumpirse por la caída súbita de una ardilla moribunda, como en Under the silver lake. Quizás sea esta ambigüedad de géneros (¿comedia, acción, terror, drama psicológico…?) la que mejor ejemplifique lo que encontramos durante estos días en el Festival de Sitges. Un certamen en el que la sorpresa acecha a cada esquina. Aunque sea en forma de encuentro nocturno con un director argentino en un bar cerrado.

De peleas de verdad va The Night Comes for Us, la más coreana de las películas indonesias, vertebrada por una serie de set pieces en escalada, todo un recital de melés, golpes y porrazos. La firma Timo Tjahjanto, que oposita a nombre-descubrimiento de esta edición, a falta de confirmar si también hay que celebrar May the devil take you, la otra película, de terror, con la que comparece en Sitges. Timo filmó con anterioridad algunas películas de miedo (Macabre) y de acción (Headshot) junto a Kimo Stamboel, bajo el alias de los Mo Brothers. Más significativa es sin embargo su colaboración junto al bueno de Gareth Evans, que también estaba en Sitges, para presentar The Apostle, y al que entrevistamos la tarde anterior. El director de The Raid (I& II), aquellos monumentos a la hostia bien dada, nos contaba que estaba deseando ver Mandy, de la que confesaba haber reproducido el tráiler 540 veces. Normal. El hit cannoise de Nic Cage y Panos Cosmatos ha conquistado aún más al público de Sitges que al de Cannes, pues jugaba en casa. El caso es que Timo Tjahjanto dirigió junto a Evans un cortometraje para la cinta colectiva V/H/S/2, y del universo de su compinche rescata a los buenos de Joe Taslim e Iko Uwais, ebanistas del combate cuerpo a cuerpo. The Night comes for us se plantea como una historia de redención, pero conviene no prestarle mucha atención y centrarse directamente en la relación que se establece entre los cuerpos de sus actores/luchadores y el espacio que les rodea. Porque de eso se trata, de coreografías al límite aprovechando la localización del combate. Un ejercicio gimnástico de puesta en escena en el que no se busca tanto descubrir nada nuevo como llevar un paso más allá los tropos del subgénero: tenemos planos secuencia en pasillos, combates multitudinarios 1 vs 100, peleas a dos bandas y a tres, apuñalamientos que dejan a los personajes como un queso gruyere y un body count delirante. Si, por ejemplo, en The Raid se trataba de ir ascendiendo niveles de un edificio hasta llegar al big boss final, aquí se invierten los factores y será un grupo de tres compañeros de piso el que tendrá que aguantar la envestida delirante de masas de esbirros que acosan su casa en una de las más memorables batallas de la película. No es casual que el apartamento sea tan pequeño como el mío y el tuyo. Tampoco que uno de los compañeros de piso sea un tipo que no desentonaría lo más mínimo en los All Blacks de Nueva Zelanda. Es lo que se dice jugar bien las cartas. No sabemos cómo interpretar, eso sí, que una pelea entre tres mujeres transcurra en una cocina, pero el caso es que la escena es un chute de adrenalina. Y para fin de fiesta hay un divertidísimo tête à tête entre Taslim y Uwais que termina por revelar el concepto clave de la película: perseverancia. Taslim y Uwais se lían a hostias en un taller hasta que termina la escena de acción estándar y comienza una lúdico desafío contra los límites del cuerpo de sus luchadores: ¿pero cuántos cuchillazos, patadas, puñetazos y golpes de objetos a mano pueden aguantar dos estrellas de las artes marciales antes de que nos parezca demasiado? Alejarse de la intensidad dramática de The Raid para acercarse al divertimento de Rasca y Pica. Café para cafeteros. No olviden que las hostias se dan a los fieles en la comunión.

En una liga parecida juega BuyBust, una maratoniana cinta de acción presentada en la sección Órbita y que podría conformar una frenética doble sesión de medianoche junto a la película de Indonesia, también partícipe de la misma sección y que, por cierto, se va a estrenar en Netflix en unos días. La cosa en BuyBust va de un escuadrón de policías metidos hasta el cuello en la guerra contra las drogas en Filipinas. Lo de metidos hasta el cuello no es una expresión: el grupo cae de lleno en Gracia Ni Maria, uno de los sectores más pobres de la ya del subdesarrollado barrio de Tondó, en Manila. Chabolas, callejones dantescos, barro y una lluvia torrencial será el escenario de acoja una verdadera batalla campal entre narcotraficantes, una turba de vecinos enfurecidos y el pequeño grupo de policías que buscará abrirse camino con menos balas que enemigos. Menos lustrosa y plástica que la indonesa, pero apuntando a comentario político salvaje: al final de la noche la policía informa a los medios de unas siete víctimas mientras un plano aéreo recorre el barrio de batalla con un río de cuerpos apilados esperando a convertirse en detritus. Un puñetazo a la cara B de la guerra contra las drogas, un concepto aquí literal. Resultados discretos, aceptables, pero con todo, preferibles – más divertida y menos ponzoñosa – a un Brillante Mendoza.

Mientras escribimos esta crónica, entrevistan en la mesa de al lado a Carlos Vermut. Nos llega la siguiente afirmación: «en unos cinco o seis años el festival será de Wismichu y los youtubers». Nos imaginamos, entonces, ocupando el papel del cineasta argentino furibundo en una noche futura. De transformaciones, de la otra cara de las cosas, de volver a mirar lo que creemos conocer, de eso va mayormente el Festival de Sitges. Y si no, a las hostias.