Southland Tales


(Southland Tales)

  • Dirección: Richard Kelly
  • Guion: Richard Kelly
  • Intérpretes: Dwayne Johnson, Seann William Scott, Sarah Michelle Gellar, Mandy Moore, Miranda Richardson, Justin Timberlake, Kevin Smith, Janeane Garofalo
  • Género: Ciencia ficción
  • País: EEUU
  • 108 minutos
  • Ya en salas

2008, California. Un ataque nuclear sorpresa ha precipitado a América a la guerra. Para dar respuestar a la escasez de carburante, la compañía US-ident fabrica un generador de energía inagotable, que funciona con las corrientes del océano pero que altera imperceptiblemente la rotación de la Tierra. Esta repentina realidad modificará las vidas del actor de acción amnésico Boxear Santaros, de la estrella del porno Krysta Now y de los hermanos gemelos Roland y Ronald Taverner, cuyo destino se confunde con el de la humanidad entera.

Por Elisa McCausland & Diego Salgado

Lo primero que llama la atención en 2021 de una producción como Southland Tales (2006), el segundo y quizá más inclasificable largometraje de Richard Kelly con permiso de Donnie Darko (2001) y The Box (2009), es el compromiso con sus imágenes de Dwayne Johnson en tanto intérprete dramático.

Hay figuras de la musculación, la lucha libre o las artes marciales que han ido de menos a más como actores a lo largo de su trayectoria cinematográfica —pensamos en Sean Connery y Jackie Chan—. Otras se han limitado a prorrogar en el nuevo medio su iconicidad —de Bruce Lee a Cynthia Rothrock—. Y las hay, es el caso de La Roca, que se han tomado en serio la pantalla hasta descubrir con alivio que nadie les estaba pidiendo someterse a esa presión; que les salía más a cuenta forjarse, a costa de las imágenes en movimiento, un personaje real tan carismático y rentable como el que habían creado sobre el ring o el tatami.

Southland Tales pertenece por tanto a una época breve y temprana en la carrera de Johnson en la que hubo espacio para algo más que las infinitas variaciones del disfraz de explorador y la autopromoción que ejemplifica la serie Young Rock (2021-). En Be Cool (2005), Johnson sabía reírse de sí mismo al encarnar a un guardaespaldas gay con ínfulas narcisistas como cantante y actor. En Southland Tales su rol volvía a tener un componente meta, dado que interpretaba a Boxer Santaros, un astro del cine de acción que sufría de amnesia y que tenía acceso a un guion que profetizaba el fin de nuestro mundo.

Esa sinopsis argumental apenas permite vislumbrar hasta qué punto la película hace honor al carácter iluminado y apocalíptico del cine de Richard Kelly: ambientada tras una Tercera Guerra Mundial y la implantación en Estados Unidos de un régimen semidictatorial, Southland Tales es un ejercicio de ciencia ficción política y post-pop de ambición desmedida, en el que caben realidades alternativas a la nuestra a cada cual más distópica, eventos catastróficos para el medio ambiente y la esencia misma del tiempo y el espacio, conspiraciones antisistema alimentadas y desactivadas por la pulsión escópica, personajes desdoblados en versiones subversivas de sí mismos, y otros actores tan improbables como Johnson en papeles que deconstruyeron su lugar en el ecosistema audiovisual de aquel momento.

Así, Sarah Michelle Gellar, recién salida de la serie teen Buffy, cazavampiros (1997-2003), daba vida a una actriz de cine pornográfico que trataba de reciclarse como estrella de la telerrealidad; Seann William Scott, que se había consagrado como actor cómico en la saga American Pie (1999-), interpretaba a dos supuestos hermanos gemelos en extremos opuestos de la ley; y el cantante Justin Timberlake confirmaba tras la estupenda Alpha Dog (Nick Cassavetes, 2005) que tenía madera como actor, correspondiéndole el papel de un veterano combatiente en Oriente Medio que se entregaba en uno de los momentos más lisérgicos y memorables de la película a la interpretación del tema de The Killers All These Things That I’ve Done.

Es uno de los motivos por los que nos hallamos para bien y para mal ante un título de culto, algo a lo que contribuyeron también la idiosincrasia artística de su director, las vicisitudes tortuosas que rodearon la producción, la exhibición en el Festival de Cannes y la distribución comercial posterior de la película, y las diferencias entre el metraje original de 145 minutos y otro de 160 disponible en Blu-ray desde hace unos meses.

Pero, más allá de esa etiqueta reduccionista, Southland Tales es irregular, compleja, difícil de seguir si el espectador sufre trastorno por déficit de atención. Sobre todo, es una propuesta capaz de cristalizar como pocas el espíritu de la época en que fue realizada. Para empezar, tiene concomitancias con buena parte de las sátiras milenaristas coetáneas que se estrenaban, pero también con el cine más crispado de Robert Aldrich o Stanley Kubrick, la literatura de Philip K. Dick, Dragones y Mazmorras, y cualquier cómic blockbuster escrito por Warren Ellis en aquel momento. Y, por otro lado, se trata de una fábula en la que confluyen de forma paroxística los atentados del 11-S, la Guerra contra el Terror, las presidencias afásicas de George W. Bush, la enloquecida burbuja socioeconómica, cultural y moral que estallaría en 2008, y el angst colectivo en torno a los nuevos paradigmas digitales, virtuales y de la hiperexposición pública del sujeto que hoy hemos interiorizado como si fueran normales.

Puede que en eso radique el secreto de la fascinación que despierta en nuestro presente Southland Tales, más allá de que funcione mejor o peor como ficción: todo lo que hay en sus imágenes de excesivo, dislocado y hasta ridículo, no ha sido superado con el tiempo, sino asimilado por todos nosotros con un semblante de aparente gravedad bajo el que cabalga desatada la locura colectiva más absoluta. En este aspecto, Southland Tales no pudo ser más presciente: «No ponga esa cara de susto, Sr. Santoro. El futuro va a ser exactamente el que había imaginado». Santoro, es decir, Dwayne Johnson, ha sido el primero en aprender a disimular desde entonces su pánico con una sonrisa beatífica.

  • Fotografía: Steven Poster
  • Montaje: Sam Bauer
  • Música: Moby