Por Fran Gayo

Pocas películas recientes se ajustan tanto como The Empty Man a la idea de film maldito en proceso de transmutación hacia un estado superior: el de obra de culto. Sobre el via crucis sufrido por la ópera prima de David Prior a raíz de la adquisición de 20th Century Fox por el megacontenedor Disney pueden mejor informarse a través de Google, hay mucha y variada literatura al respecto. Nosotros nos quedaremos con la idea de que uno de los filmes de terror más bellos, personales y sobrecogedores que recordamos de estos últimos años parecía hasta hace nada condenado a una existencia breve, anónima y silenciosa. Afortunadamente no ha sido así y, aunque tarde —la película se filmó en 2017— The Empty Man ha logrado tener entre 2020 y 2021 una circulación relativamente digna en plataformas además de algunos estrenos dispersos en salas.

Filme maldito, futura obra de culto; uno de los filmes de terror más bellos, personales y sobrecogedores de estos últimos años.

Se ha mencionado mucho el nombre de Thomas Ligotti a la hora de enumerar algunos de los principales referentes en esta adaptación del cómic de Cullen Bunn y Vanesa R. Del Rey, y realmente pocos conceptos sirven para describir con tanta certeza este film como el de «irrealidad macabra» que Ligotti mencionase en su ensayo En la noche, en la oscuridad, es decir, un intento de plasmar una realidad quebrada ante la presencia de una amenaza imposible de definir desde la lógica.

Una amenaza que impregna cada una de las secuencias de The Empty Man a través de un trabajo meticuloso con el sonido y la luz (con los silencios y las penumbras cerradas, en realidad) y con un manejo de unas interpretaciones que funcionan en un registro apagado, moribundo casi, fortaleciendo la idea de un mundo en el que la humanidad se mueve a paso lento, confundido y con la cabeza baja, como animales encaminados al sacrificio. Desde su prefacio prodigioso en las montañas del Bután hasta la desoladora conclusión de la película todos y cada uno de los elementos de The Empty Man están dispuestos en función de recrear un estado de ánimo muy concreto, una angustia existencial que, como espectadores, no nos permite ningún tipo de complicidad o distanciamiento respecto al filme. The Empy Man es una película terrorífica y amenazante porque una vez terminada sus conclusiones nos acompañan y se quedan con nosotros.