Valor sentimental
- V.O.: Sentimental value
- Dirección: Joachim Trier
- Guion: Joachim Trier, Eskil Vogt
- Intérpretes: Renate Reinsve, Elle Fanning, Stellan Skarsgard, Inga Ibsdotter Lilleaas…
- País: Noruega
- Género: Drama
- 135 minutos
- Ya en cines
- «Las hermanas Nora y Agnes se reencuentran con su distanciado padre, el carismático Gustav, un antiguo director de renombre que le ofrece a su hija Nora, actriz de teatro, un papel en su próxima película. Nora lo rechaza y pronto descubre que le ha dado su papel a una joven y entusiasta estrella de Hollywood. De repente, las dos hermanas deben sortear su complicada relación con su padre y lidiar con una estrella estadounidense que se encuentra en medio de su compleja dinámica familiar.»
Por Diego Salgado & Elisa McCausland
La mediocridad ha devenido estilo de vida. Y hemos adaptado a ella con premeditación y alevosía todos nuestros juicios, valores y criterios. Como consecuencia, elevamos a los altares con entusiasmo poco creíble cualquier calidad, por pequeña que sea, que hallamos en una creación cultural, como si constituyese un aporte para el medio de que se trate y nosotros mismos comparable a los materializados cuando imperaba el principio de (auto)exigencia artística y crítica.
En este contexto, una película como Valor sentimental tenía que despertar la sospecha. No han faltado de hecho críticos que la consideran demasiado pensada, demasiado elaborada, demasiado “impecable” (Justin Chang). Y es cierto. Se trata de una obra deliberadamente monumental, que se mide de tú a tú con los imaginarios psíquicos de Ingmar Bergman, las ideas de John Cassavetes en torno a lo representado como extensión de la vida o las cavilaciones de Federico Fellini acerca de los fantasmas del autor y sus deudas con el mundo que le rodea. Es una película de nuevo maestro en diálogo con viejos maestros.
Su ambición no se supedita, por tanto, ni a público ni a críticos. Valor sentimental no nos necesita. No nos ha pedido disculpas por existir. No requiere de nuestra complicidad. Y no se rebaja a nuestro nivel. Exige que estemos a su altura. Esa excelencia a la hora de plasmar las tormentosas relaciones entre Gustav (Stellan Skarsgård), un veterano director de cine cuyos mayores éxitos quedaron atrás hace años, y sus dos hijas, Nora (Renate Reinsve) —actriz tan talentosa como neurótica— y Agnes (Inga Ibsdotter Lilleaas) —atrapada en el rol de cuidadora familiar— no surge por supuesto de la nada.



Con mayor o menor suerte, Joachim Trier ha trazado desde Reprise (2006) hasta La peor persona del mundo (2017), pasando por Oslo, 31 de agosto (2011) o Thelma (2017), un análisis tan empático como agudo sobre nuestros tiempos inciertos a través de personajes desequilibrados en su marco, pese a la redención a la que aspiran mediante la práctica cultural y sus esfuerzos por entender la raíz de su desazón contemporánea. Todo ello, con trabajos de cámara cada vez menos imperiosos y confrontativos, más sobrios, jalonados por infinitos detalles y conexiones entre las imágenes, lo que ha acentuado la capacidad diagnóstica del director danés.
Su sexto largometraje, Valor sentimental supone un punto y aparte, pues en ella desembocan las inquietudes y los imaginarios previos de Trier, su pensamiento en marcha acerca de los condicionantes y las psicologías del presente y el influjo sobre uno y otro aspecto del pasado, que le incluye en tanto autor del siglo XXI a la sombra de gigantes como los citados. Resulta significativo que la verdadera protagonista de Valor sentimental sea una casa, un “ser vivo” a juicio de la Nora adolescente, cuyo exterior e interior se nos permite visitar en las primeras escenas y cuyo fantasma siempre estará presente, incluso in absentia, por contraste a los lugares sin historia donde la hipermodernidad ha abocado a los personajes.




Es la casa que habitaron Nora y Agnes en la infancia; la casa que apenas habitó Gustav; la casa donde se suicidó la madre del director, Karin (Vilde Søyland), tras ciertas experiencias inenarrables sufridas en la Segunda Guerra Mundial; y la casa donde sucumbió a la demencia su esposa y madre de sus hijas, una vez Gustav la abandonó. Es un espacio por tanto de enorme valor sentimental, el núcleo de las traiciones, los secretos y las mentiras que han de reconocer(se) Gustav y sus hijas para sobrevivir y, quizá, reencontrarse. Pero, además, la casa es depositaria de un discurso de amplio alcance sobre la (des)memoria individual y colectiva, el rumbo sin rumbo de las sociedades avanzadas, y el ejercicio del cine por Trier como invocación profundamente personal, de marcado carácter autobiográfico, sobre lo que sucede a puerta cerrada, a espaldas de lo aceptado y lo aceptable: la casa protagonista de Valor sentimental ya aparecía en Oslo, 31 de agosto, y albergaba también en aquel filme una escena sacrificial filmada con planificación muy similar, una larga toma de carácter intextual, meta, que nos deja en el umbral de la misma habitación. Trier no está especulando con la ficción —la subtrama con la estrella de Hollywood Rachel Kemp (Elle Fanning) gira en torno a este tema—, la está conceptualizando película a película a fin de exorcizar demonios íntimos tan gravosos como los que aquejan a sus personajes.
Por esa razón, cuando en la última escena de Valor sentimental la casa de los Borg ha dado paso a un set de rodaje que la replica, las lecturas enriquecedoras se superponen. El desenlace nos habla, desde luego, de los parecidos incómodos entre Gustav y Nora, a quienes separan sus posiciones complementarias de padre ausente e hija resentida, el gap generacional y sus condiciones respectivas de hombre del siglo XX y mujer del siglo XXI; ambos, sin embargo, comparten idéntico esfuerzo por sublimar sus traumas y limitaciones mediante una actividad creadora que ha de doler para reparar el ánimo —véase cómo, en el último plano, un operario desacraliza la habitación donde se suicidó Karin—, aunque no quede claro si eso otorgará a sus vidas un mayor sentido. Nunca podremos volver a casa.
Y, en paralelo, Joachim Trier deja flotando en el aire el interrogante de si la perfección de Valor sentimental es realmente una garantía de algo, más allá de la catarsis final que procura. Como se escucha en la película, “no tengo claro si lo que estamos haciendo no será a su vez otro síntoma, el atisbo de algo más profundo”. Tachar de demasiado pensado, elaborado o impecable el filme delata no haber entendido lo que se proponía Trier: deducir del formalismo tan sutil como exhaustivo de las imágenes, de las soberbias interpretaciones de todo el reparto, no una certeza, sino un reflejo atinado del caos esencial que presiden nuestro pensamiento y nuestros sentimientos como seres humanos, y nuestra relación con los tiempos que nos precedieron, nos ha tocado vivir y nos aguardan en el horizonte. Para un análisis más detallado de Valor sentimental y, por extensión, la filmografía de Joachim Trier, recomendamos este gran ensayo del crítico Dag Sødtholt, publicado hace un par de semanas en la edición internacional de la revista de cine noruega Montages.


- Montaje: Olivier Bugge Coutté
- Fotografía: Kasper Tuxen
- Música: Hania Rani
- Distribuidora: Elástica

