Zinebi 2022 #1: Cine de las ruinas de Europa

Mariupolis 2 se ha proyectado en ZINEBI 64 en el programa Focus: Ucrania: Once I Was a Filmmaker and Now I Am a Soldier.

“Tú acababas de comer y veías en la tele / los dibujos animados. / Yo leía en la habitación de al lado / cuando supe que íbamos a morir”. Con este descorazonador verso de Godzilla en México de Roberto Bolaño Mantas Kvedaravicius concluye la primera de sus dos películas sobre Mariupol. Ese filme (Mariupolis, 2015), una sinfonía fílmica impresionista sobre una ciudad en la frontera de la guerra, es también una visión sobre la tragedia que estaba por venir. Cuando estalló la guerra en Ucrania, Kvedaravicius volvió a Mariupol, con la que se sentía ligado íntimamente, para filmar la supervivencia de sus habitantes. El 30 de marzo de 2022 moría asesinado a manos de tropas rusas. Le detuvieron, le hicieron preso, le fusilaron y luego arrojaron su cuerpo a la calle.

Hanna Bilobrova, compañera del cineasta, consiguió dar con Kvedaravicius tras varios días buscándole. Un soldado ruso le dijo que su marido había muerto y, tras confirmarse oficialmente, logró recuperar su cuerpo y sus cosas, y huir de la ciudad asediada para regresar a Lituania. Mariupolis 2, finalizada por Bilobrova, es, así pues, el legado de un cineasta comprometido con el material de sus imágenes y un verdadero documento de cultura y barbarie. También, y sobre todo, una película devastadora, en la que la inquietante y tediosa temporalidad de la guerra se adentra en el espectador hasta ser insoportable. Para quienes tenemos la fortuna de no haber conocido la guerra, imaginamos que vivirla ha de ser tal como la muestra Kvedaravicius: un estado de sitio físico y mental, un estado anímico ruinoso, en consonancia con el entorno. “Todo son ruinas”, se oye decir nada más comenzar el documental, mientras la cámara, absoluta extensión protésica de la mirada y el brazo del cineasta, se agita tratando de captar un horizonte donde solo hay deshechos.

Premio al Mejor documental en el Festival de Cannes, candidata en los Premios EFA de la Academia del Cine Europeo en la categoría de Mejor documental y una de los largometrajes programados en Focus Ucrania: Once I Was a Filmmaker, Now I Am a Soldier en el marco de la 64ª edición de Zinebi, Mariupolis 2 es una película despojada casi totalmente de artificio, si no tenemos en cuenta la cámara y la propia mirada y toma de posición del cineasta. Desnuda de voz en off, música y cualquier otro recurso de puesta en escena, la película nos lleva por los largos días –mediante largas tomas– que se suceden en el interior oscuro y en el exterior devastado de una iglesia evangelista de la ciudad, refugio de un grupo de familias y vecinos. Vemos a dos hombres llevarse un generador de electricidad escondido detrás de un par de cadáveres, a un anciano lamentarse por su casa destruida y por todos los años de trabajo perdidos a causa de un bombardeo. En el horizonte resuenan las bombas y se divisan las luces de los morteros. A medida que pasan los días, la muerte parece estar cada vez más cerca.

A las espeluznantes imágenes de los documentales bélicos de Focus Ucrania: Once I Was a Filmmaker, Now I Am a Soldier se sumaron las voces de las responsables de cine del Ukrainian Institute, Natalie Movshovych e Iryna Kyporenko, y la de la cineasta Olha Beskhmelnytsina en un encuentro en el que se defendió la necesidad de seguir realizando películas a pesar de la guerra. “En un principio estábamos preocupadas por ser capaces de documentar todo lo que estaba sucediendo”, explicaba Beskhmelnytsina sobre cómo ha cambiado la actitud de los equipos de producción desde el inicio de la guerra. “Ahora toda nuestra energía se dirige a intentar sobrevivir”, sentenció. “Hemos aprendido habilidades inimaginables para protegernos y seguir con vida. No estamos hablando de que nos pongamos en peligro filmando en el campo de batalla. Ahora mismo, cualquier lugar del país es peligroso”.

Los aspectos controvertidos sobre la guerra con Rusia no se esquivaron y, en este sentido, Movshovych fue clara sobre la posición de la institución que representa en relación con las guerras culturales y simbólicas que se libran en los otros frentes de la contienda. Aunque celebró que en Zinebi se solidarizaran con la causa ucraniana y que no hayan programado cine ruso en su 64ª edición, señaló que, si “al principio pedíamos que se cancelara la cultura rusa, después hemos optado por solicitar que solo se aplace hasta que se acabe la guerra”.  El objetivo de Ukrainian Institute en materia política pasa por que la comunidad internacional les ayude “a parar a Rusia”, mientras que, en términos creativos, buscan, en palabras de Movshovych “deconstruir la imagen de víctima, de país en guerra” porque no quieren ser objeto “de la caridad internacional”. Por lo pronto, muchos cineastas de Ucrania siguen formando las filas del ejército en una guerra cuyo final cada vez cuesta más divisar y nadie sabe aún cómo van a ser las imágenes que registren las consecuencias de este gran primer conflicto europeo del siglo XXI.

Agnieszka Holland, junto con Ángeles González-Sinde, en el encuentro en el Museo Guggenheim / @Zinebi

Las juergas de la Mikeldi de Honor Agnieszka Holland

Agnieszka Holland fue todo carisma en su visita a Zinebi en calidad de Mikeldi de Honor. Su biografía da para mil películas y bien merece ser recuperada en aras de una genealogía fílmica y feminista europea, pero de las muchas anécdotas que desgranó en su encuentro con el público el pasado sábado 12 de noviembre en el Museo Guggenheim, en una charla con la cineasta y ex ministra de Cultura Ángeles González-Sinde, hay una no demasiado conocida que merece recordarse.

Cuando la actual presidenta de la Academia del Cine Europeo aterrizó en el Zinemaldi de 1978 para presentar Screen Tests, en lo que fue su primer viaje al otro lado del telón de acero, fue alojada en el Hotel María Cristina, “elegante y decadente como una novela de Thomas Mann”, donde “todo era gratis a excepción de las bebidas”. Con un detalle increíblemente preciso, Holland prosiguió explicando su aventura: “Recuerdo que pegado a mi mesa estaba un famoso crítico de cine soviético, probablemente también espía, que llevaba consigo una botella de vodka con la cual iba rellenando su vaso de extranjis debajo de la mesa”.

Las ganas de exprimir lo que Occidente suponía para una joven que conocía por primera vez la idea de glamur festivalero –“algo que pensaba que solo existía en las películas”–, vino de la mano de Jerzy Skolimowski, también en Donosti compitiendo por su parte con la producción británica El grito. La delegación polaca ese año en San Sebastián tuvo suerte de coincidir con el incombustible director de EO. Alojado en otro hotel, “más moderno y donde todo era gratis, también el alcohol”, Skolimowski corrió a cargo de las juergas de esa edición: “Ya lo siento, pero una recuerda cosas así de las primeras veces en los festivales. Nos invitó a todo en su hotel y montó unas fiestas increíbles”.

Al poco de regresar a la Polonia, Holland continuó haciendo cine y viajando por festivales como embajadora de una nueva generación de cineastas polacos igual de renovadores que la anterior. Cuando, sin embargo, sufrió la crudeza de la censura con A Lonely Woman (1981), un retrato desgarrador de la pobreza económica y moral del régimen, las tornas cambiaron para la directora. Con la ley marcial en vigor desde diciembre del 81 y con Holland en el extranjero, la supervivencia de esta película es otro de esos milagros que nos hablan de la fragilidad del cine, bajo el yugo de los vaivenes políticos. Hubert Bals, entonces director del Festival de Cine de Róterdam, consiguió sacar una copia en 16mm del filme del país mediante valija democrática. Durante muchos años, tan solo existían copias en VHS de la cinta, hasta que por fin pudo recuperarse el material original que sobrevivió, ser restaurado y proyectarse, en este caso, en el marco de Zinebi. Un documento de cultura, en fin, que, como Mariupolis 2, también ha sido rescatado de las llamas de la tiranía. Paula Arantzazu Ruiz

A Lonely Woman