ZINEBI 65: el último verano

En el marco de la sección oficial de Zinebi se han dado a conocer algunas óperas primas de ficción como A Song Sung Blue o Chestnut, dos películas que provienen de lugares muy distintos, (China y EEUU, respectivamente) pero que acaban generando entre ellas un diálogo particular. Por Ángela Rodríguez

A Song Sung Blue, de Zihan Geng, acompaña a Xian, una adolescente que debe pasar el verano con su padre, y la estable pero insulsa cotidianidad a la que acostumbra en casa de su madre se desmorona por unos meses. Su padre es un hombre peculiar, un fotógrafo de barrio que comparte vida con su pareja y la hija de esta, Mingmei, por la que Xian sentirá fascinación al momento de conocerla. Desde ese instante, el uso del color empieza a hacerse notorio como herramienta narrativa y supone una parte esencial del film. Hasta este encuentro, los colores predominantes habían sido el azul y los tonos grisáceos; tanto en la luz, como en la ropa de la protagonista o en el hospital donde que trabaja su madre. Sin embargo, al llegar al estudio de fotografía, los tonos cálidos empiezan a romper con la monocromía. Su nueva hermanastra, que viste de rojo, representa lo opuesto a Xian: la extroversión, la seguridad e incluso la frivolidad.

El método de Zihan Geng para apoyar la idea de la adolescente melancólica y alienada no solo se limita a esto, sino que también se redunda en la construcción de los planos. Estos son tan opresivos que no permiten apenas explorar el entorno. Xian, quien suele estar en el centro de ellos, se halla disociada del espacio. La película, presentada en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes, respira ternura y, la mayor parte del tiempo, salvo en algunas fugas en las que la protagonista se rebela, la contención es la carta con la que se juega.

Las historias sobre el descubrimiento del amor durante el verano son un tropo imprescindible para las narrativas de coming of age y, además, este trabajo de color trae a la memoria películas como Retrato de una mujer en llamas (Cèline Sciamma, 2019) o La vida de Adele (Abdellatif Kechiche, 2013). Zihan Geng, más allá de su delicadeza y la encandilada mirada que posa sobre su coprotagonista, no propone nada inédito, y tampoco tenemos por qué exigírselo. Quizás en la industria cinematográfica china pueda suponer otro hito relevante, y también ahí radica su valor.

En ese lugar común en el que las películas nos hacen movernos conociendo de antemano cuáles son los mecanismos que se emplean y adónde nos van a llevar a parar, nos topamos con Chestnut, la opera prima de Jac Cron.

De nuevo situada en la juventud, en este caso más tardía: en el paso de la universidad a la vida laboral, y también con temática  LGTBIQA+, aunque en ninguna de las dos películas esta condición se eleva a elemento de discordia. Annie, interpretada por Natalia Dyer, está pasando su último verano en Philadelphia, antes de mudarse a Los Angeles para comenzar a trabajar. Una noche conoce a Danny y Tyler, con les que desde entonces pasará todas las madrugadas bebiendo y procrastinando la organización de su vida. Poco a poco, un triángulo amoroso indefinido empezará a desmembrar su fugaz unión. 

Una cámara inquieta registra sus miradas y sus conversaciones, que lejos de ser trascendentes, reflejan bien las amistades basadas en el ocio nocturno, donde nadie se conoce realmente. Por otro lado, la música que los acompaña reafirma el sentido indie de la película, que podría clasificarse dentro de un nuevo mumblecore. Cron filma situaciones reales conectando con lo generacional. El constante titubeo de Annie, tanto figurado como literal, apunta en la misma dirección que el filme: la incapacidad para la comunicación y sus consecuencias. En una escena, antes de romper con esta tendencia silenciosa, la luz cálida que entra por la ventana del piso de la protagonista y que la ilumina, se oscurece sutilmente y le apaga el rostro. Resulta tan natural que es imposible no pensar que se trata de una casualidad atmosférica que no estaba planificada. 

Cabe destacar la mirada ausente de juicio de la directora, que no se detiene a comparar la situación de Annie con la de sus amigues. Tampoco juzga la forma en la que se divierten ni la frecuencia con la que lo hacen. Simplemente somos espectadores de sus noches de verano, del último verano.