Die my love

  • Dirección: Lynne Ramsay
  • Guion: Lynne Ramsay, Enda Walsh, Alice Birch (Libro: Ariana Harwicz)
  • Intérpretes: Jennifer Lawrence, Robert Pattinson, Lakeith Stanfeild, Sissy Spacek, Nick Nolte…
  • País: EEUU
  • Género: Drama
  • 118 minutos
  • Ya en cines
  • «Una pareja joven y enamorada, cargada de ilusiones (Grace y Jackson), se muda de Nueva York a una casa heredada en el campo. Grace intenta encontrar su identidad con un nuevo bebé en ese entorno aislado. Pero al redescubrirse a sí misma tras un periodo de desmoronamiento, no lo hace en la debilidad, sino en la imaginación, en la fortaleza y en una impresionante e indómita vitalidad.»

Por Diego Salgado & Elisa McCausland


Die My Love ambiciona decir A, pero acaba por expresar B. Sucede con más frecuencia de lo que cabría pensar. Especialmente en el ámbito del cine contemporáneo de autor(a), amigo de imponer las tesis a los argumentos y las formulaciones preestablecidas de las imágenes a la organicidad derivada de su escritura. Robert Bresson aconsejaba «ser como nuestras manos, que actúan sin que se lo ordenemos. Encontrar sin buscar, eso es el cine. Lo contrario a pensar nuestros gestos, pensar nuestras palabras. Cuando no sabes lo que estás haciendo, y lo que haces es inmejorable, surge el cine más inspirado». A quien conozca la trayectoria de la directora británica Lynne Ramsay no hará falta explicarle que sus películas operan desde hace un tiempo en sentido opuesto, para su desgracia y la del espectador.

En Tenemos que hablar de Kevin (2011), Ramsay llevó al límite de la perfección una exploración crítica de lo familiar —en el sentido literal y figurado del término— que ya había planteado en cortometrajes como Small Deaths (1997) y sus dos primeros largos, Ratcatcher (1999) y Morvern Callar (2002), desde el recurso a novelas como puntos de apoyo y una sensibilidad mórbida y esteticista afín al weird. Una sensibilidad materializada en pantalla con un arsenal de recursos formales privilegiado, equiparable al de su amigo Jonathan Glazer, propio en definitiva de las primeras generaciones que supieron entender el cine como una vertiente más del audiovisual, con todas las consecuencias.

Ramsay empezó a ser devorada por ese virtuosismo, esa mezcla de fetichismo técnico e impostación plástica que opaca a partir de cierto punto la imaginación fílmica, con su cuarto largometraje, En realidad, nunca estuviste aquí (2017), fantasía sobre un justiciero urbano no muy distinta a títulos comerciales como Venganza (2008) pese a sus ramalazos psicologistas y su sofisticación expresiva. En Die My Love ese virtuosismo estéril se agrava, aunque en disculpa de Ramsay convenga apuntar que filmar de manera tan espaciada —tan solo cinco películas en cuarto de siglo— puede que la impulse a darlo todo con cada nueva propuesta, a costa incluso de la ficción que tiene entre manos: desde su exhibición en Cannes, Die My Love ha sido sometida durante meses por su directora a un trabajo continuo de (re)montajes. En palabras de la propia Ramsay recogidas en una entrevista de hace unos días, «aún estoy montando la película en mi cabeza, probablemente lo más saludable sea pasar página».


Se produce así un paralelismo interesante entre la imposibilidad de Ramsay de dejar atrás Die My Love, su sentido de la responsabilidad quizá al tratarse de un encargo de Martin Scorsese —productor— y Jennifer Lawrence —estrella al frente del reparto—, y la que paraliza a la protagonista del filme, Grace (Lawrence); una joven novelista a quien su relación de pareja con Jackson (Robert Pattinson) y el nacimiento de su primer hijo abocan al bloqueo creativo y una insatisfacción emocional y sexual profunda, indisociable de su depresión posparto o la lucidez tardía de que no quería ser madre.

Grace desearía romper el vínculo con su pareja y su hijo recién nacido, pero le une a ellos el amor —¿la dependencia emocional?—, por lo que la única salida viable para ella es una espiral pasivo-agresiva de autodestrucción y desafío a sus seres queridos. Sobre el papel, podría decirse de Grace lo que Alan Casty escribió de Lilith, la perturbada y perturbadora protagonista del filme homónimo realizado en 1964 por Robert Rosen: «El personaje encarnado por Jean Seberg trasciende los conflictos en torno a las ideologías, las valoraciones sobre la necesariedad o la idoneidad en la representación de sus actos (…) Lilith es una paradoja humana, una mariposa y una araña, una llave y una trampa, para los demás y ella misma».

En este sentido, la novela que inspira Die My Love, Matate, amor (2012), de la escritora argentina Ariana Harwicz, está narrada en primera persona; es un ejercicio de prosa sonámbula, alucinada, fruto de la desesperación de una mujer —la propia Harwicz— atrapada en una experiencia límite como esposa y madre. De modo significativo, Harwicz ha explicado que «no sabía que estaba escribiendo una novela (…) no era nada, mucho menos escritora, mientras la escribía». En esa renuncia a lo premeditadamente artístico —que no a la pulsión literaria y feminista— se cifra el valor de Matate, amor, capaz de deducir de la subjetividad rabiosa de la protagonista/autora una panorámica general quirúrgica, demoledora: «Aquí estoy en este ridículo consultorio que da al parque con su pasto artificial, esta bandeja con tés, esta música relajante de fondo. Música para pensar, dice el profesional, música para darse la cabeza contra la pared».

En Die My Love, en cambio, todo resulta extrínseco desde el primer minuto, no ya a la psique atormentada de Grace, también al impacto en quienes la rodean y a las razones espurias de la institución familiar y la psiquiátrica. La calidad de los aspectos técnicos —véase la fotografía de Seamus McGarvey, colaborador recurrente de Ramsay— no están al servicio de la materia fílmica sino del tema deducido de la novela, la afectación discursiva y formal, la actitud radical chic de Ramsay. Son mera superficie, y menos original y revulsiva de lo pretendido, como se comprueba viendo la reciente Salve María (2024), de Mar Coll. Como consecuencia, no se detecta un interés auténtico, ni por los personajes, ni por sus relaciones, ni por el ambiente rural y la clase social en que se desenvuelven, ni se resuelve con acierto la alternancia entre la imaginación, los recuerdos, los hechos y la alegoría formal a la hora de retratar la odisea interior de Grace, como delata un final de subrayados cansinos.

Die My Love es un artefacto mecanicista, monótono, en el que nada cambia, progresa o involuciona desde sus primeras escenas. Parece sobrar la vida de sus criaturas de ficción, títeres en manos de la directora. Esa falta de empatía tiene además, como anticipábamos, el efecto contraproducente de trasladar menos una idea de los horrores del amor heterosexual y la maternidad que de las relaciones de pareja y las paternidades irresponsables, pues lo único que queda claro desde que arranca hasta que concluye la película, lo haya querido Lynne Ramsay o no, es que Grace y Jackson son dos niñatos inconscientes, algo extensible de inmediato a la directora del filme… y su actriz protagonista.

Aquí toca hablar, por supuesto, de Jennifer Lawrence; una intérprete cuya apuesta por el riesgo siempre hemos defendido, pero que en esta ocasión se abandona al exceso literal —sí, Grace gime y aúlla como los animales salvajes que la rodean, y lame y rompe cristales y espejos porque se siente confinada en la jaula de cristal que ella misma ha contribuido a erigir— sin que quepa percibir en su rostro una sola nota verosímil de dolor. Bajo sus desnudos integrales y sus histrionismos físicos, su interpretación es tan monocorde como la película, hasta el punto de que Robert Pattinson, un actor mediocre, resulta más convincente aquí y allá en su reflejo de la desesperación marital que ella, mientras que a la veterana Sissy Spacek le bastan cuatro miradas en el papel de su suegra para dejar en evidencia los ojos vacíos de Lawrence.

En cuanto a las comparaciones establecidas por algunos con Una mujer bajo la influencia (1974), otra película en torno a un personaje femenino al límite de las fuerzas frente a su cotidianidad, será mejor correr un tupido velo. Baste con recordar lo que escribía la novelista y ensayista Judith McNally sobre la película de John Cassavetes y Gena Rowlands: «Los personajes protagonistas están concebidos como seres humanos elaborados, ni más inteligentes ni más extraños que nosotros mismos. Lidian como pueden con problemáticas universales como el matrimonio, la familia, el dolor, la soledad. Cassavetes cree que el público no está interesado en los procesos técnicos, sino en los misterios y las contradicciones que anidan en los personajes, los misterios y las contradicciones que mediatizan sus propias vidas». Queda al arbitrio del espectador decidir si hay algo de todo esto en Die My Love.

  • Montaje: Toni Froschhammer
  • Fotografía: Seamus McGarvey
  • Música: Raife Burchell, Lynne Ramsay, George Vjestica
  • Distribuidora: MUBI

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