A Working Man

  • Dirección: David Ayer
  • Guion: Sylvester Stallone, David Ayer (Novela: Chuck Dixon)
  • Intérpretes: Jason Statham, David Harbour, Michael Peña, Arianna Rivas, Jason Flemyng…
  • País: EEUU
  • Género: Acción, Jason Statham
  • 116 minutos
  • Ya en cines

  • «Levon Cade ha dejado atrás su profesión para ser «honrado» y trabajar en la construcción. Quiere vivir una vida sencilla y ser un buen padre para su hija. Pero cuando Jenny, la hija adolescente de su jefe, desaparece, se ve obligado a volver a emplear las habilidades que le convirtieron en una figura legendaria en el oscuro mundo de las operaciones encubiertas. Su búsqueda de la universitaria desaparecida le lleva al corazón de una siniestra conspiración criminal que creará una reacción en cadena que amenazará su nueva forma de vida.»

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

Desde El nacimiento de una nación (1915) hasta En realidad, nunca estuviste aquí (2017) pasando por Centauros del desierto (1956) y El fuego de la venganza (2004), el cine ha reiterado con mayor o menor talante crítico la costumbre ancestral del matrimonio por secuestro y las sublimaciones mitológicas correspondientes, si bien pasadas por el filtro civilizatorio de la Edad Media y sus caballeros andantes, que rescataban —o vengaban— a las damas en peligro de ser mancillada por los adversarios del Estado merced a «una serie de habilidades concretas, adquiridas en mi vida profesional», como diría Bryan Mills, que acababan por restaurar el orden patriarcal establecido por las sociedades en tránsito hacia la modernidad.

La literatura gótica, la novela histórica y el pulp y géneros cinematográficos como la aventura y el western codificaron la figura del caballero andante hasta el grado del estereotipo, si bien todavía resulta efectiva a fecha de hoy debido a una penúltima mutación popularizada por Harry el sucio (1971) y, sobre todo, El justiciero de la ciudad (1974), cuyo protagonista, Paul Kersey (Charles Bronson), combinaba dos rasgos fundamentales para entender lo que se vendría a llamar vigilante urbano, arquetipo que hace enésimo acto de aparición en A Working Man.

En primer lugar, la esposa y la hija de Kersey eran brutalmente atacadas en su domicilio por criminales pero, mientras que la primera moría, la segunda sobrevivía, dando pistoletazo de salida a la obsesión de este subgénero del cine de acción y suspense con los padres consanguíneos o figurados —sin pareja de su edad o viudos antes que después—, cuya obsesión por salvar de todo tipo de peligros a sus hijas adquiere inquietantes connotaciones incestuosas. Las mismas suelen exigir prudentemente el sacrificio del héroe, no sin que antes imparta a su protégé lecciones de modales y decencia y/o consejos juiciosos sobre su futuro matrimonial. La antropología nos ha explicado que la apetencia del macho alfa por las jóvenes de la tribu, incluidas sus hijas, gracias a la cual perpetuaba su genética frente a la de sus rivales —hermanos, hijos, otros miembros del clan— dio paso con el contrato social a la cesión del poder sobre sus hijas a los pretendientes que pudiesen garantizar con más éxito su visión de la existencia.


Aquí entra en escena la segunda característica esencial de Kersey: su condición de excombatiente y de arquitecto, pistola y escoplo al cinto. Tras haber luchado con más o menos entusiasmo por su país dando la medida de su potencial para la violencia y sus habilidades para la supervivencia, Kersey e imitadores como Eddie Marino o Robert McCall —hombres de verdad con camisas de cuadros, talleres de bricolaje y escondrijos abarrotados de armas—, pasan a ser en tiempo de paz (aparente) diseñadores y constructores de la ciudad, el escenario predominante del mundo contemporáneo, frente a multitud de enemigos interiores obsesionados por malbaratar la idea de progreso material y virtud espiritual encarnada en las hijas de nuestros protagonistas: gamberros, agentes de la contracultura, delincuentes comunes y mafias extranjeras pero, también, legisladores, leguleyos, especuladores y demás ralea institucionalizada por el aparato democrático, contrario al espíritu libertario e individualista sintetizado en el pensamiento de Henry David Thoreau: «Lo que un hombre piensa de sí mismo es lo que determina, o más bien indica, su destino».

Desde su título y sus créditos iniciales, donde confunden sus perfiles granadas y hormigoneras (sic), A Working Man da cuenta medio siglo después de la asombrosa vigencia del vigilante urbano, de esa masculinidad presa de la pulsión romántica inconveniente, la paranoia, el resentimiento y la expresión a través del don’t say it, do it. En pleno 2025 estamos ante una película de acción de toda la vida, una dad’s movie sin complejos, tan típica y tópica como para caer en la autoparodia y, al mismo tiempo, tan entusiasta como para tornar ocasionalmente lo ridículo en sublime: Levon Cade (Jason Statham) es un hombre forjado a sangre y fuego en el ejército y la obra, viudo y con una hija adorable por la que lucha en desigualdad de condiciones contra sus adinerados familiares políticos, y cuyo ascendiente moral sobre los empleados y superiores en la empresa constructora donde trabaja es evidente: el melting pot aún tiene crédito en Estados Unidos siempre que se pliegue a los dictados del trabajo duro y un colectivismo de tintes vagamente piadosos.

Cuando la hija de los dueños de la empresa, Jenny (Arianna Rivas), que hace gala para variar de una gran química personal con Levon, es secuestrada por un grupo de perversos traficantes de mujeres, nuestro hombre no tendrá más remedio (ejem) que sumergirse en el submundo criminal de Chicago para encontrarla, dejando a su paso una estela de miembros rotos, ajusticiamientos creativos y frases lapidarias. Escrita en principio por Sylvester Stallone a partir de una serie de novelas del guionista de cómics y escritor Chuck DixonA Working Man huele a comienzo de franquicia—, y reelaborada por el director David Ayer, la película adolece de un problema serio: la tendencia de Stallone a las fábulas primarias sobre el bien y el mal y la de Ayer por los relatos corales, complejos y atravesados por claroscuros morales casan regular. A Working Man peca de errática al estar sobredimensionada con subtramas y personajes de más, lo que le hurta la diversión y energía maníaca, delirante, de El justiciero de la noche (1985) o Venganza (2008) sin que ello redunde en una mayor profundidad a la hora de retratar mafiosos, exmilitares, crápulas de local nocturno y psicópatas varios.

Aun así, A Working Man funciona en líneas generales por el carisma incombustible de Jason Statham, la labor del director de fotografía Shawn White —que otorga cierta atmósfera a los distintos ambientes donde transcurre la acción— y la realización y el montaje orquestados por David Ayer, mucho más entonado que en su colaboración previa con Statham, Beekeeper: El protector (2024). Ayer opone a la fluidez, estilización y despersonalización de la violencia que ha puesto de moda la saga John Wick su querencia por el puñetazo que duele, el disparo que percute en la retina y el borbotón de sangre que salpica, con homenajes en algunos momentos al macarrismo de Craig R. Baxley. En este sentido, la película brinda un kill count tan abundante como en principio satisfactorio, hasta dar paso en sus minutos últimos a un paroxismo susceptible de revolver el estómago si no se toma con humor, la actitud más recomendable en definitiva para soportar o disfrutar, allá cada cual, de una propuesta tan idiosincrásica, tan inasequible al desaliento como A Working Man.

  • Montaje: Fred Raskin
  • Fotografía: Shawn White
  • Música: Jared Michael Fry
  • Distribuidora: Warner Bros