Almas en pena de Inisherin (En contra) 

  • V.O.: The Banshees of Inisherin
  • Dirección: Martin McDonagh
  • Guion: Martin McDonagh
  • Intérpretes: Colin Farrell, Brendan Gleeson, Kerry Condon, Barry Keoghan…
  • Género: Drama
  • País: Reino Unido
  • 117 minutos
  • El 3 de febrero en cines

«Ambientada en una isla remota frente a la costa oeste de Irlanda, cuenta la historia de dos amigos de toda la vida, Pádraic y Colm, quienes se encuentran en un callejón sin salida cuando Colm pone fin a su amistad de un modo abrupto.»

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

Escribió Robert Bresson que el acto teatral deriva de la transmutación ante nuestros ojos de los elementos prosaicos que dan forma a la obra representada —actores, vestuario, escenografía— en artificio dramatúrgico. El acto cinematográfico, por el contrario, se cifraba para Bresson en la concreción mediante artificios invisibles de la máxima naturalidad en la gran pantalla.

¿Qué puede llegar a suceder cuando el acto teatral y el fílmico colisionan, interactúan, se retroalimentan? La semana pasada escribíamos sobre una película, La ballena, que ha apostado con éxito por traducir una puesta en escena teatral en clave de ilusión cinematográfica. Hoy toca abordar otra película, Almas en pena de Inisherin, nominada a nueve Oscar, que opera en sentido opuesto lo haya pretendido o no su firmante, Martin McDonagh: todo en ella es artificio escénico, una representación delatora de los mecanismos invisibles que la sustentan.

Resulta paradójico que McDonagh, dramaturgo antes que guionista y realizador, haya afirmado en más de una ocasión que siente respeto por el teatro solo hasta cierto punto: «No me siento vinculado a ese medio como al cine, hay algo que me impide apreciar al cien por cien lo que hago». Puede que él no se halle del todo en sintonía con el teatro, pero el teatro ha permeado en el peor de los sentidos su ADN creativo, como ya habían puesto de manifiesto Six Shooter (2004) —un Samuel Beckett inconfeso—, Escondidos en Brujas (2008), Siete psicópatas (2012) y Tres anuncios en las afueras (2017); artefactos menos interesantes por la mirada mordaz y al tiempo melancólica que arrojaban sobre los enigmas de la condición humana que por los esfuerzos en exceso evidentes de McDonagh por estar a la altura como demiurgo de sus ingeniosas y dislocadas criaturas de ficción.

Vuelve a ocurrir en Almas en pena de Inisherin, una película que pretende serlo todo a la vez en todo instante: una secuela contrahecha de Escondidos en Brujas, en la que el bromance entre los personajes encarnados por Colin Farrell y Brendan Gleeson hubiese dado paso a la depresión y odio; una fábula de implicaciones arquetípicas sobre la guerra civil irlandesa, acaecida en el momento histórico que recrea la película, 1922-23; y una alegoría sobre la soledad, el afán de trascendencia, y la imposibilidad de escapar a uno mismo y conectar con los demás a través del lenguaje o la creación artística.

Todo ello se visualiza con una gran atención por los vanos de puertas y ventanas que aprisionan a los personajes, la reveladora presencia junto a ellos de todo tipo de animales silenciosos, y un paisajismo ampuloso que se erige en forma engañosa de evasión. El gran hándicap de Almas en pena de Inisherin es que estos factores no están al servicio de la ilusión, sino que la ilusión ha de rendir pleitesía a las necesidades estructurales y discursivas del realizador. Desde el motivo a bocajarro, sin preámbulos, que esgrime Colm (Gleeson) para romper su amistad con Pádraic (Farrell) —«es aburrido»— a su decisión de rebanarse un dedo de su mano izquierda cada vez que Pádraic trata de hablar con él, las cosas suceden sin contexto ni trasfondo, siguiendo la táctica arbitraria de épater le bourgeois, crear cierta intriga narrativa, y dar pie a las ambiciones autorales del guionista y director.

A la película le sobra inteligencia expositiva y le falta talento expresivo. La escritura de McDonagh es propia menos de un cineasta que de un regidor, atento a que los personajes declamen en sus marcas y salgan del escenario por la puerta correcta, aun a costa de que sus parlamentos y movimientos carezcan de una mínima organicidad. Es algo que vale también para un retrato de la idiosincrasia irlandesa entre el naturalismo, lo pintoresco y la convención cinematográfica cuyo anacronismo esencial estaba resuelto con un sentido de la ironía mucho más logrado en la reciente Una canción irlandesa (2020).

Solo la interpretación de Kerry Condon en el papel de Siobhán, la hermana de Pádraic, escapa a la incómoda sensación de asistir a la pulsación de unas u otras teclas por parte de McDonagh. Vale la pena recordar en definitiva las apreciaciones de Ingmar Bergman en torno a las sinergias entre cine y teatro, afines a las de Robert Bresson aunque formuladas con otras palabras: «el teatro es una mascarada tras la que se agazapa la realidad. El cine es una realidad sustanciada a través de un ejercicio de ilusionismo». Pues bien, Almas en pena de Inisherin se las apaña para ser una mascarada tras la que no hubiese otra cosa que irrealidad, una suma de engranajes escénicos cuyo fragor acaba por dar al traste con el intento de orquestar la ilusión cinematográfica.

  • Fotografía: Ben Davis
  • Montaje: Mikkel E.G. Nielsen
  • Música: Carter Burwell
  • Distribuidora: Disney