Anatema
- Dirección: Jimina Sabadú
- Guion: Jimina Sabadú, Elio Quiroga
- Intérpretes: Leonor Watling, Pablo Derqui, Jaime Ordóñez, Keren Hapuc, Mariano Llorente, Manuel de Blas, Xóan Fórneas…
- País: España
- Género: Terror
- 91 minutos
- Ya en cines
- «Una joven monja, Juana Rabadán, recibe el encargo de visitar las catacumbas de una de las iglesias más antiguas de Madrid. El arzobispo sospecha que bajo sus interminables túneles se encuentra el Sello de San Simeón, colocado allí por el propio santo eremita con el fin de salvaguardar el mundo de un mal de tiempos pretéritos. Con la ayuda del joven sacerdote Ángel, la novicia Mara, y el exorcista Cuiña, Juana bajará al subsuelo de la ciudad a enfrentarse no sólo a lo sobrenatural, sino también a su pasado.»
Por Elisa McCausland y Diego Salgado
No es frecuente que una película de terror, tanto da si española o foránea, prologue sus imágenes con poesía. Como no es casual que los versos con que arranca Anatema se correspondan con el poema La ciudad, de Luis Felipe. Y es que la ópera prima como realizadora de Jimina Sabadú es recomendable sobre todo por su intento de orquestar una mitología de los tejidos urbanos, y en concreto los de Madrid, que nos remonta a tiempos primigenios, divinidades olvidadas y horrores latentes; horrores que mudan sus rasgos según las épocas —la segregación de los mudéjares en las morerías madrileñas a finales del siglo XV, los bombardeos fascistas de la capital de España durante la Guerra Civil— pero que nos hablan de un mismo Mal esencial que trata de abrirse paso una y otra vez por los vasos comunicantes de las ciudades —sus calles— y las mentes de sus habitantes. Como ha escrito Servando Rocha, «en Madrid nada es lo que parece ser. Hay decenas de acertijos sin resolver. Aunque se suele representar el subsuelo de la ciudad con la apariencia de rocas y piedras (…) Madrid es toda de arcilla y arenas empapadas de agua».
En Anatema, el Mal tiene la oportunidad de inundar la Madrid contemporánea gracias a la exploración que emprenden un sacerdote, un exorcista y dos monjas en las catacumbas de la ficticia Iglesia de Simeón el Estilita —un monje cristiano tan severo como para ser expulsado en su momento de la orden que le acogía— tras varias muertes de dudosa explicación acaecidas en el templo. Aunque la misión de nuestros cuatro protagonistas tiene las mejores intenciones, encontrar un sello que San Simeón pudo haber colocado en lo más profundo de la iglesia a fin de impedir el acceso a nuestro mundo del mal ancestral que comentábamos, no hay que olvidar el título de la película, Anatema, que debe entenderse en la acepción del término referida a «la condena al exterminio de las personas o cosas afectadas por la maldición atribuida a Dios». Es decir, la misión de los religiosos se verá sujeta a imprevistos, equívocos fatales y las manipulaciones de que son objeto por parte de las autoridades eclesiásticas; y, además, obligará al padre Ángel (Pablo Derqui), Juana (Leonor Watling), Cuiña (Jaime Ordoñez) y Mara (Keren Hapuc) a afrontar tanto sus peores miedos como eventos trágicos del pasado que están lejos de haber resuelto emocionalmente.
Durante las aventuras de Juana y sus amigos, Anatema continúa poniendo de manifiesto su habilidad para fabular con los orígenes y la geografía de Madrid y sus alrededores —del arroyo Abroñigal a divinidades precristianas— y, también, para espolear nuestra imaginación —la Iglesia de Simeón el Estilita es definida como «una broma a espaldas de Dios» y equiparada con un iceberg cuya parte visible «representa la novena parte de la subterránea»—, jugar a la cinefilia a cuenta del fantástico trigonoscopio —una cámara hallada en un local del Rastro que puede grabar hasta tres tipos de imágenes—, e ironizar con el consumismo y la turistificación de que es víctima la capital en los últimos años, otra forma evidente de Mal.
Sin embargo, el atractivo de todos estos aspectos, como el guiño de lo más oportuno a La torre de los siete jorobados (1920/1944) —la muestra de fantástico castizo más relevante hasta la fecha junto a El día de la bestia (1995)—, no basta para soslayar que Anatema es una narración muy deficiente. Desde su primera escena, una fiesta de primera comunión que acaba como el rosario de la aurora, la película se revela incapaz de armonizar las claves de lo realista y lo alucinatorio y adolece de graves defectos de montaje, algo que agravan poco a poco los diálogos (sobre)explicativos y los flashbacks mientras otros elementos, como el papel desempeñado por el trigonoscopio, los poderes milagrosos de Miguel (Mauro Brussolo) o la relación sentimental en marcha entre Juana y Ángel, se ventilan a brochazos.
En líneas generales, Anatema arroja en demasiadas ocasiones sobre la pantalla ocurrencias sin que ninguna de ellas logre tener cohesión ni vincularse a las demás con organicidad, y sus escenas cumbre de terror evidencian problemas presupuestarios y una pericia escasa en la gestión de los tiempos y los espacios. Con todas estas limitaciones habría convenido un mínimo de espíritu trash, pero, por el contrario, el tono del relato es mortecino. Estamos por tanto ante la entrega más endeble de The Fear Collection, el sello de «horror cósmico» creado en 2020 por Álex de la Iglesia y Carolina Bang; ante una película que no aporta nada significativo, ni al subgénero de moda sobre monjas heroínas —otro aspecto desaprovechado es que Juana y Mara son, respectivamente, arquitecta y arqueóloga—, ni al cine de terror que renuevan actualmente un buen número de mujeres directoras. Si Anatema adquiere en el futuro la condición de cine de culto lo más probable es que se deba a la pasión con que Jimina Sabadú ha reimaginado su ciudad natal, Madrid.
- Montaje: —
- Fotografía: Luis Ángel Pérez
- Música: Vanessa Garde
- Distribuidora: Sony Pictures