Babylon

  • Dirección: Damien Chazelle
  • Guion: Damien Chazelle
  • Intérpretes: Margot Robbie, Brad Pitt, Diego Calva, Tobey Maguire, Samara Weaving, Katherine Waterston, Max Minghella, Li Jun Li
  • Género: Drama
  • País: EEUU
  • 189 minutos
  • El 20 de enero en cines

«Ambientada en Los Angeles durante los años 20, cuenta una historia de ambición y excesos desmesurados que recorre la ascensión y caída de múltiples personajes durante una época de desenfrenada decadencia y depravación en los albores de Hollywood.»

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

En su biografía de Clara Bow (1905-65), uno de los modelos para el personaje de Nellie LaRoy (Margot Robbie) en Babylon, el escritor David Stenn señala que la estrella del cine mudo aún no ha visto reconocidos plenamente sus méritos como actriz. A juicio de Stenn, «si durante la época de sus mayores éxitos, entre 1927 y 1930, Clara Bow quedó reducida a la condición sensacionalista de “It” Girl, su presunta reivindicación a partir de los años setenta está ligada a la popularización del sórdido libro de Kenneth Anger Hollywood Babilonia (1959)». Para el biógrafo, la fabulación ensayística de Anger en torno a los escándalos en la Meca del Cine tan solo sirvió «para revitalizar el perfil caricaturesco de Bow como flapper ninfomaníaca, símbolo de los excesos orgiásticos del Hollywood de los años veinte».

Stenn concluye su análisis sobre la (nula) evolución de la imagen pública de Bow con una reflexión interesante: «Hollywood Babilonia ha sido más accesible durante años para el común de los cinéfilos que la filmografía de Clara Bow. Por tanto, las capacidades interpretativas de la actriz han sido eclipsadas por las venéreas». Cabría preguntarse si esa percepción insustancial de Bow y el Hollywood de los años veinte ha cambiado desde que David Stenn publicó en 2000 la última edición de su libro hasta hoy pese a que, en las últimas dos décadas, se ha multiplicado el interés de los especialistas por el cine de esa época y disponemos de mayores facilidades que nunca para recuperar las películas que se produjeron. Por desgracia, ya desde su título Babylon nos da la respuesta: no, la percepción no ha cambiado.

Parafraseando (mal) aquel diálogo de El hombre que mató a Liberty Valance (1962) en el que se nos aconsejaba que «una vez la leyenda ha devenido hecho lo que vale la pena imprimir es la leyenda», el cuarto largometraje de Damien Chazelle prima el comadreo al rigor en su retrato del caldo de cultivo que propició la apoteosis creativa del cine mudo y su decepcionante tránsito al sonoro. Para ser justos con Chazelle, no es ni mucho menos la primera vez que el cine cede a la tentación del sentimentalismo, la ocurrencia y el chisme para honrar, en realidad desactivar, un periodo que cuestiona muchas de las supuestas conquistas fílmicas de décadas posteriores; recordemos entre otros títulos el ciclo de los setenta liderado por Fiesta salvaje (1975) o The Artist (2011). Y, por otro lado, comparar Babylon a Hollywood Babilonia quizá sea un error habida cuenta de que, bajo ciertos atrevimientos pueriles, la película de Damien Chazelle se halla laminada por el decoro y la corrección política mientras, en paralelo, el libro de Kenneth Anger está descatalogado y su autor ha sido el primero en sucumbir a la dialéctica hecho/leyenda en tanto cineasta experimental de trayectoria bastante más reivindicable que la de escritor.

Podría decirse que Babylon participa de una forma más contemporánea de superficialidad en su aproximación al cine mudo: la representada por ese gif de Alas (1927) —en cuyo reparto estaba por cierto Clara Bow— que a todos nos asalta cada dos por tres en Twitter. Un gif que reduce la plenitud expresiva de aquel periodo y el genio y esfuerzo implicados en su concreción al rango de celebración descontextualizada, incapaz de conjugar el pasado en presente o de invocar desde el presente el pasado. Damien Chazelle diseña tres figuras estereotípicas de la época —Jack Conrad (Brad Pitt), émulo de Douglas Fairbanks y John Gilbert que no sobrevivirá a la implantación del sonido; Nellie, actriz talentosa pero a la que atrae menos la magia del cine que la de la vida; y Manny Torres (Diego Calva), migrante que no acierta a compaginar la ambición con el romanticismo— y les hace recorrer frenéticamente rodajes, fiestas y estrenos sin que cuajen nunca como personajes ni alcancen a trasladar la importancia artística e industrial de lo que se cocía en aquel momento.

La narración se articula en base a set pieces exuberantes. A nivel de producción Babylon es una de las películas más bellas y consistentes de la temporada, resulta difícil apreciar en sus imágenes un solo titubeo técnico; y a estas alturas sería absurdo poner en duda el virtuosismo del director de Whiplash (2014), La La Land (2016) y First Man (2018), más en los tiempos de medianía audiovisual que atravesamos. Y, sin embargo, todo ese despliegue de cámara y montaje, cuya vibrante sintonía con la banda sonora de Justin Hurwitz nos recuerda de modo inmejorable hasta qué punto los locos años veinte fueron también la Era del Jazz, está al servicio de un vacío conceptual, de una incomprensión y hasta un desprecio inconsciente hacia la esencia de lo que se está recreando.

Hay al respecto una escena (poco) ejemplar, aquella en la que asistimos al mismo tiempo a la filmación de una epopeya ambientada en la Edad Media y una comedia. Ni siquiera si se acepta que Chazelle ha depositado una mirada felliniana sobre la ficción, que Babylon es una fantasía lúdica y desbocada, una ensoñación o pesadilla suscitada por las leyendas en torno a un periodo, puede entenderse su nulo interés por la verosimilitud de los procesos de trabajo, la desastrosa parodia de Erich von Stroheim a la que presta sus rasgos Spike Jonze o la pésima recreación de las imágenes silentes y en blanco y negro de entonces. El recurso desorientado a lo largo de metraje a Cantando bajo la lluvia (1952) y, sobre todo, la recopilación extradiegética, caprichosa, de películas que contempla Manny en un cine certifican la falta de control y solvencia de Chazelle a la hora de plantear Babylon.

La película acaba por sembrar la duda acerca de si el director, como los personajes habituales en su cine, nos está hablando sobre el precio vital que estamos dispuestos a pagar por dar lo mejor de nosotros mismos en una disciplina artística —la música, el cine—, o si, con la excusa de lo artístico, el objetivo verdadero es el de conseguir el éxito crítico, popular, material, a cualquier precio, sin escrúpulos. El espectacular y carísimo descarrilamiento de tren que es Babylon debería servirnos al menos para poner de una vez en cuarentena una presunción de cinefilia “clásica” que sigue procurando réditos en algunos ambientes por mucho que, de facto, haya perdido toda conexión con las realizaciones que simula homenajear.

La pena es que al abordar el cine mudo Babylon no tiene más remedio que abordar el presente y, sin duda, puede rastrearse una intención política en el regreso de Chazelle a un paradigma de libertinaje y libertad herido de muerte entre los años veinte y treinta por el conservadurismo y la autocensura, desde una actualidad marcada asimismo por el ocaso del gran espectáculo a manos del neopuritanismo y la ramplonería digital. Pero, a diferencia de Top Gun: Maverick (2022) y Avatar: El sentido del agua (2022), que han viajado con éxito al pasado a fin de reescribir el hoy a contracorriente, en sus propios términos, a Babylon le han faltado la lucidez y la coherencia necesarias para llegar a buen puerto.

  • Fotografía: Linus Sandgren
  • Montaje: Tom Cross
  • Música: Justin Hurwitz
  • Distribuidora: Paramount Pictures