Caza de brujas
- V.O.: After the hunt
- Dirección: Luca Guadagnino
- Guion: Nora Garrett
- Intérpretes: Julia Roberts, Ayo Edebiri, Andrew Garfield, Michael Stuhlbarg, Chloë Sevigny…
- País: EEUU
- Género: Drama
- 139 minutos
- Ya en cines
- «Una profesora universitaria (Julia Roberts) se encuentra en una encrucijada personal y profesional cuando una estudiante estrella (Ayo Edebiri) acusa a uno de sus compañeros de trabajo (Andrew Garfield) y un oscuro secreto de su pasado amenaza con salir a la luz.»
Por Diego Salgado & Elisa McCausland
Algunos hablan ya de backlash, como sucedió en los años ochenta tras las conquistas sociales para el feminismo y la diversidad logradas en los setenta. Otros, más prudentes por ahora, prefieren celebrar que el pensamiento y la ficción se atrevan a poner en cuestión los resultados de una década de políticas de la diversidad, cuyos paradigmas se adscriben a sensibilidades progresistas y, en el caso sobre todo de Estados Unidos, a lo que popularmente se conoce como woke.
Sin ir más lejos, en la última edición del Festival de San Sebastián abundaron las películas que ponían el dedo en la llaga, no solo de determinadas constantes representativas establecidas desde hace un tiempo en torno a malestares sociales y relaciones personales; también, de las tensiones y contradicciones que atraviesan a sus artífices y mecenas, agentes culturales sumidos hoy por hoy en una crisis de legitimidad. Desde Los domingos hasta Un poeta, pasando por Las corrientes, Limpia, Ungrateful Beings… El décimo largometraje de Luca Guadagnino, centrado en el escándalo derivado de un supuesto caso de abuso sexual en la Universidad de Yale, participa de esta tendencia con un afán provocador, reconocido sin complejos tanto por el director italiano como por la guionista primeriza del filme, Nora Garrett.
Para Guadagnino, cuyo cine ha hecho apología siempre de los instintos frente a las construcciones y constricciones sociales del individuo, «mi papel como cineasta es el de forzar los límites, ser capaz de decirlo todo haciendo hincapié en cómo lo dices (…) la idea de que algo no pueda decirse, salir a la luz, en virtud de formas veladas de silencio y autocensura, me saca de quicio (…)». Para Garrett, «en asuntos fundamentales de los últimos años, como el movimiento #MeToo, se ha echado en falta un análisis de las zonas grises, ambiguas, del comportamiento humano (…) Luca ha incidido en ello al negar a cualquiera de las generaciones que aparecen en Caza de brujas la razón, estar en el lado correcto de la Historia (…) Le interesa más reflejar hasta qué punto la gente es producto de su sociedad y, por tanto, actúa más como ingrediente de un caldo de cultivo que como agente de lo que está bien».



Caza de brujas se erige como consecuencia de ello en panorámica desapacible, difícil de imaginar en el cine mainstream de hace apenas cinco años, sobre un grupo de individuos envueltos, en un epicentro de influencia moral e intelectual, en una espiral de malentendidos, secretos y ambiciones que amenaza con destruir la reputación de quien dé el primer paso en falso. La película no reflexiona sobre la verdad o mentira de determinados hechos de extrema gravedad, sino sobre los delicados equilibrios de poder y moralidad que se establecen entre las personas cuando ven peligrar un cierto estatus o, por el contrario, cuando desean acceder por cualquier medio al mismo, así como sobre el control de las percepciones en la esfera pública.
Guadagnino y Garrett tienen el mérito de sacar a la palestra muchas cuestiones, pero Caza de brujas avanza como ficción a trompicones, sin demasiado ritmo, con exceso de información y subtramas y ausencia de flow cinematográfico. La película comete el error de contrarrestar las problemáticas de un universo devorado por los discursos, las etiquetas, los maniqueísmos, con sus mismas armas, sin romper los marcos lingüísticos y representativos establecidos por otros, hasta terminar sucumbiendo al oportunismo, la anécdota, la fenomenología de temporada.
El problema tiene menos que ver con la escritura de Garrett que con la reescritura audiovisual de Guadagnino, incapaz —más allá de ocurrencias puntuales, sin solución de continuidad, y su obsesión fetichista por pies, manos y piel al descubierto— de hacernos creer que estamos ante personajes, y no ante encarnaciones de temas de candente actualidad. No sabemos si Guadagnino necesita dinero para el mantenimiento de su piscina o si le pierde la pulsión por filmar, pero el caso es que sus películas funcionan cada vez en mayor medida por aproximación, en base a la prueba y el error, y, bajo su sofisticación aparente, resultan título a título más erráticas, más irrelevantes.



Resulta paradójico que Caza de brujas arranque con unos títulos de crédito que reivindican a Woody Allen, estigmatizado por el movimiento #MeToo, cuando, si algo caracteriza a películas como Hannah y sus hermanas (1986), Delitos y faltas (1989) y Maridos y mujeres (1992) —pertenecientes a un periodo en la trayectoria de Allen calificado por Guadagnino con toda justicia de extraordinario—, es su habilidad para desnudar al ser humano de sus máscaras culturales, psicologistas y sociopolíticas y exponerle a la intemperie existencial y hasta metafísica consustancial a nuestra naturaleza; habilidad perdida por completo en estos últimos años de batallas ideológicas y culturales a las que Guadagnino aporta más leña con una película que solo funciona como ejercicio de réplica, como síntoma, nunca como artefacto trascendente, con el poder de devolver el anhelo de abismos y estrellas a nuestra mirada. El cine de Allen ha tenido como modelos a Ingmar Bergman y Fiódor Dostoyevski. Guadagnino está dejando en evidencia poco a poco que sus aproximaciones al cine y la propia realidad están mediadas por los hashtags de redes sociales y las revistas de tendencias.


- Montaje: Marco Costa
- Fotografía: Malik Hassan Sayeed
- Música: Trent Reznor, Atticus Ross
- Distribuidora: Disney