Rivales

  • V.O.: Challengers
  • Dirección: Luca Guadagnino
  • Guion: Justin Kuritzkes
  • Intérpretes: Zendaya, Josh O’Connor, Mike Faist, Heidi Garza, Faith Fay…
  • País: EEUU
  • Género: Drama
  • 131 minutos
  • Ya en cines
  • «Ambientada en el competitivo mundo del tenis profesional, en el que la jugadora convertida en entrenadora Tashi ha conseguido transformar a su marido Art en un campeón de Grand Slam. Tras una racha de derrotas, Tashi le inscribe en un torneo ‘Challenger’ -el torneo profesional de menor nivel- en el que debe enfrentarse a Patrick, el exnovio de Tashi y el antiguo mejor amigo de este.»

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

El título original de Rivales es Challengers, palabra que hace referencia desde luego a la rivalidad, a contrincantes en el deporte y otros ámbitos, pero que remite también a circunstancias o temperamentos desafiantes, que suponen un reto; una acepción enfatizada irónicamente en el noveno largo de ficción de Luca Guadagnino por las enormes carteleras publicitarias que protagonizan Tashi Duncan (Zendaya) y su marido, Art Donaldson (Mike Faist). La diferencia entre Rivales y Desafiantes es tanta que la película de Guadagnino se constituye precisamente en viaje catártico desde una visión de la existencia como ejercicio de rivalidad con quienes nos rodean hasta la comprensión de que vivir exige de nosotros algo mucho más difícil, desafiar nuestras propias limitaciones.

Cuando arranca Rivales, Art y Patrick Zweig (Josh O’Connor) son amigos íntimos. Sus encuentros en la cancha de tenis tienen como principal objetivo canalizar la intensidad de lo que sienten el uno por el otro. Tashi entra en escena, Art y Patrick se prendan de ella, y eso deriva en una contienda feroz entre ambos en el circuito del tenis profesional que se extiende durante años. Lo que les asusta aceptar es que Tashi se siente atraída por los dos o, seamos más precisos, se siente atraída por el potencial para la grandeza que podrían alcanzar Art y Patrick dentro y fuera de las pistas de juego si dejasen atrás sus inhibiciones y armonizasen sus frecuencias emocionales.

Jugadora de tenis ella misma antes de que una lesión la obligue a reconvertirse en entrenadora, Tashi afrontará la difícil misión de transustanciar su deseo complementario por Art y Patrick y el feudo entre sus amantes en algo más. Rivales empieza por ser un triángulo amoroso pero evoluciona hacia geometrías más complejas, al concebir la pasión y la vocación como manifestaciones supremas de una manera de estar en el mundo con el poder de abrazarlo todo y, en especial, aquello que mejor nos define: lo que tememos.

Como se escuchaba en Soy el amor (2009), una de las películas más hermosas de Luca Guadagnino, «el mundo crece y cambia, y no nos queda otra que mudar nuestra mirada para saber apreciarlo (…) Antes o después tenemos que decidir si vamos a tener el valor para ello». O, como reflexionaba el Sr. Perlman (Michael Stuhlbarg) en otro de sus grandes títulos, Call Me By Your Name (2017), «cuando menos lo esperamos la naturaleza encuentra maneras astutas de encontrar nuestros puntos débiles (…) Si nos desprendemos de nosotros mismos para curarnos, a los treinta años nos hemos echado a perder». 

El cine de Guadagnino es coherente con esa idea: su política de los cuerpos, cifrada en la sensualidad agónica y extática que atraviesa a sus personajes, y su interés por los seres humanos en el periodo crítico de su tránsito a la madurez, cuando son rebeldes sin conocimiento de causa, ha aspirado una y otra vez a brindarnos un equivalente audiovisual, con estrategias que le emparentan hasta cierto punto con Todd Haynes. Guadagnino ha recogido el guante de la modernidad tortuosa representada por Nicholas Ray, Jacques Deray, Luchino Visconti, James Ivory o Dario Argento, y ha acometido el reto de adaptarla con ánimo expresamente político a las fórmulas desinhibidas de moral que imperan en nuestros días.

En esa línea, y a partir de un guion de Justin Kuritzkes, Guadagnino experimenta en Rivales con el melodrama clásico de Hollywood. El viacrucis de pasión, celos, dudas, traiciones y acceso a otro estado de conciencia que recorren Tashi, Art y Patrick tiene su paralelismo en una dialéctica formal donde caben la tensión creciente en plano sostenido —la escena postrera en la cama que certifica el agotamiento de la relación entre Art y Tashi—; la alternancia de puntos de vista sobre Tashi en una de sus primeras conversaciones con Art y Patrick —que simula un intercambio de raquetazos entre ellos y presagia su inmediata rivalidad—; y la euforia que invade al director cuando los personajes se embriagan de sí mismos en canchas de tenis o calles azotadas por la lluvia.

Todo hay que decirlo, los riesgos que asume Guadagnino o su afán por conectar con cierta audiencia, en particular durante el tour de force final entre Patrick y Art, dan lugar a varios de los momentos más desafortunados de su trayectoria, algo en lo que influye sobremanera el pésimo maridaje con las imágenes de la banda sonora compuesta por Trent Reznor y Atticus Ross. Estos aspectos, como la superficialidad en el retrato psicológico de los tres protagonistas y los reiterados saltos temporales y su subrayado mediante cartelas, hacen que los atrevimientos de Rivales linden en ocasiones con la simple chapucería.

Por último, la belleza y lozanía de Mike Faist, Josh O’Connor y, sobre todo, Zendaya, sirve con frecuencia para hacer de ellos objetos de lujo, perchas del product placement que recorre la película de arriba abajo. Se produce así una problemática correspondencia meta con su interpretación de deportistas célebres que, como apuntábamos al principio de la crítica, prestan sus rostros a todo tipo de campañas promocionales. Como Nicolas Winding Refn, Luca Guadagnino ha sabido incorporar a su cine los argumentos y las figuras de la publicidad de lujo. Una parte considerable de su filmografía se ha consagrado a ello, y no solo a través de lo publicitario o lo documental; Soy el amor puede considerarse uno de los fashion films más sutiles jamás realizados.

Guadagnino ha explicado al respecto que «me interesan el diseño de las cosas, la capacidad de la moda para hablar el lenguaje del futuro, la sintonía con la juventud de nuestra época de diseñadores como Raf Simons (…)». Las relaciones entre juventud y tendencias son sin embargo peligrosas, y existe de hecho una distancia insalvable entre la concepción sublime, intemporal, de la belleza ligada a la juventud de espíritu que el realizador italiano ha puesto de manifiesto en sus películas más inspiradas, y el retrato de jovencitas, de consumibles al servicio del angst comercial y generacional contemporáneo, que le ha salido en su última película. En ese sentido Rivales puede erigirse, como las recientes Saltburn (Emerald Fennell, 2023) y Sangre en los labios (Rose Glass, 2024), en manifiesto generacional, pero las fechas de caducidad de todas ellas están a la vuelta de la esquina.

  • Montaje: Marco Costa
  • Fotografía: Sayombhu Mukdeeprom
  • Música: Trent Reznor, Atticus Ross
  • Distribuidora: Warner