Cómo entrenar a tu dragón
- Dirección: Dean DeBlois
- Guion: Dean DeBlois (Libro: Cressida Cowell)
- Intérpretes: Mason Thames, Gerard Butler, Nico Parker, Nick Frost…
- País: EEUU
- Género: Aventuras
- 125 minutos
- Ya en cines
- «En la escarpada Isla Mema, donde vikingos y dragones han mantenido una amarga enemistad durante generaciones, Hipo es un muchacho diferente a los demás. El ingenioso y subestimado hijo del jefe Estoico el Inmenso desafía siglos de tradición haciéndose amigo de Desdentao, un temido dragón Furia Nocturna. Su insospechado vínculo desvelará la verdadera naturaleza de los dragones, poniendo a prueba los cimientos de la sociedad vikinga. En compañía de la feroz y ambiciosa Astrid y Bocón, el estrafalario herrero del pueblo, Hipo planta cara a un mundo dividido por el miedo y la incomprensión. Pero cuando surge una ancestral amenaza que pone en peligro tanto a vikingos como a dragones, la amistad de Hipo con Desdentao se convertirá en la clave para forjar un nuevo futuro. Juntos, deberán recorrer la delicada senda hacia la paz, volando más allá de los límites de sus mundos y redefiniendo para siempre el significado de ser un héroe y un líder.»
Por Diego Salgado & Elisa McCausland
El estreno de esta versión live action de la película animada homónima ha suscitado entre la mayor parte de los críticos y aficionados dos reacciones antagónicas. Hay quienes han lamentado que DreamWorks siga la estela de Disney con una operación comercial inspirada en un filme vivo entre la parroquia cinéfila gracias a su impronta en formatos domésticos y plataformas de streaming, dos secuelas, una serie televisiva de cuatro temporadas, la content reality de los parques temáticos y un merchandising abrumador centrado especialmente en la figura del dragón Toothless.
Lo que no alcanzan a entender los enfadados con esta nueva Cómo entrenar a tu dragón es que se trata de la (pen)última expresión de las políticas del remakeimperantes en Hollywood desde el cine mudo. La cultura de masas se ha articulado siempre en torno a la reiteración de determinados géneros, motivos y arquetipos, mediada por avances que actúan en cada época como trampantojos, de modo que, tras la sorpresa primera ante lo que parece novedoso, reconocemos y nos reconocemos en lo ancestral; en el caso del cine, avances técnicos como el sonido, el color o el digital, avances sistémicos como el star system o la cultura del videoclub, y avances sociales como el feminismo de primera ola, la contracultura o las sensibilidades surgidas tras la Gran Recesión de 2008.
En el presente, la política del remake pasa por una explotación obsesiva de las IPs establecidas desde hace una, dos o más generaciones de espectadores/consumidores en el mercado de los tangibles y los intangibles. No tiene sentido denunciar que Cómo entrenar a tu dragón (2010) es sobradamente conocida y no merece ser víctima de una actualización, cuando es dicha fama la que aporta su máxima cotización en un escenario de saturación y dispersión como el actual, donde no existe otro gancho efectivo para potenciar una marca que retroalimentarla, sin distracciones de ningún tipo. Es la razón que hace aconsejable además menos una continuación artificiosa de la trilogía animada original que un remake, apoyado, como hemos apuntado ya, en la tendencia exitosa del live action; por tanto, la Cómo entrenar a tu dragón que ahora se estrena es ante todo un artefacto publicitario, la revalorización de una marca multimedia con solera.



La paradoja estriba en que, cuando el otro gran sector de cinéfilos y críticos apasionados por el fenómeno que nos ocupa celebra esta nueva Cómo entrenar a tu dragón por su devoción hacia la película de 2010, por “preservar su núcleo narrativo, sus personajes y su arco emocional, por su fidelidad a las raíces” (Alan Ng), pasa por alto que las notables similitudes entre una y otra película a la hora de materializar los diálogos, la mayoría de las situaciones y hasta la planificación de algunas secuencias icónicas —similitudes de las que hacía ostentación el trailer a fin precisamente de satisfacer la reacción pavloviana, la complacencia escópica del fan—, no quita para que la naturaleza y el efecto de sus respectivas imágenes sea diferente.
Durante una de las épocas álgidas del fenómeno del remake, el periodo de entresiglos, películas como Psicosis (1998) y Funny Games (2007) demostraron, con premeditación o sin ella, que repetir plano por plano una película anterior —incluso cuando lo hace el autor de la misma— deriva en imágenes que se mueven en una longitud de onda distinta a las originales, a partir de las cuales se deducen otras lecturas. Señalábamos de hecho el año pasado a propósito de Vaiana 2 (2024) que su condición no tanto de secuela como de clonación de Vaiana (2016) se traducía por sorpresa en una aberración cromosómica, es decir, en la domesticidad, la irrelevancia de las aventuras de su protagonista. En esa línea, ¿cómo no van a presentar disparidades, por mucho que la segunda juegue a ser idéntica a la primera y los aficionados más entusiastas lo rubriquen con ojos cerrados, las dos versiones de Cómo entrenar a tu dragón?

La primera fue un ejercicio de grafismo en buena medida cartoon, planificación prudente, animación trabajosa en 3D y noventa minutos agitados de metraje, con la cual la DreamWorks del siglo XXI elevó la apuesta creativa desde los modelos lúdicos ejemplificados por las sagas Shrek (2001-) y Madagascar (2005-2012) a la aventura blockbuster y la fantasía young adult que representó también el ciclo Kung Fu Panda (2008-). La segunda, producida tras un lapso de quince años —una eternidad en términos socioeconómicos y culturales: ¿acaso no puede considerarse ya la Cómo entrenar a tu dragón original un clásico?— es una muestra del cine fotorrealista o de animación naturalista que han puesto de moda Disney o Wicked (2024). Su imbricación de la figura humana en escenarios virtuales, así como la reinvención de los personajes animados con actores, se salda con resultados irregulares, y las atmósferas coloristas de la Edad Media vikinga mezclada con dragones dan paso a un universo de texturas numinosas, sombrías, puntualmente lovecraftianas. Por otro lado, la planificación sorprende al ser a veces más expresiva y estilizada que en la película previa; véase el momento en que el jefe del clan, Estoico (Gerard Butler), repudia a su hijo, Hipo (Mason Thames).
La película dura además media hora más que su predecesora, pues como es típico hoy por hoy trata de (sobre)explicar las motivaciones de los personajes y el signo de los sucesos. Algo innecesario pero que enriquece la ficción con una interesante reflexividad meta de carácter generacional. La animación pura de antaño, el sense of wonder, con que fue acogida la película anterior por niños y jóvenes, se ha transubstanciado en un espectáculo de perfiles más ariscos, híbrido entre la carne y el píxel, atravesado por una crisis de madurez, ante el cual la unidad familiar puede llegar a experimentar cierto desconcierto, subrayado por la reinterpretación autoconsciente que ha llevado a cabo John Powell de su propia banda sonora.
En ese aspecto, es revelador que el director de esta Cómo entrenar a tu dragón sea Dean DeBlois, responsable en solitario de Cómo entrenar a tu dragón 2 (2014) y Cómo entrenar a tu dragón 3 (2019), así como del filme animado inicial a cuatro manos con Chris Sanders, cuya Lilo & Stitch (2002) se ha visto sometida a su vez estos días a una dosis extra de gravitas con otro live action, Lilo & Stitch (2025). Estamos ante casos —junto a El libro de la jungla (2016), El rey león (2019) o Wicked— en que la labor de emulación, reciclaje, derivado, copia o como se le quiera llamar por parte de grandes estudios transmite algo más que una intención espuria; nos habla de alteraciones tan inevitables como fructíferas en la perspectiva de quienes crean y quienes miran, y, como consecuencia, las esencias de los grandes relatos pueden seguir permeando los imaginarios populares. Suele decirse con cinismo que todo cambia para que todo siga igual, pero también ocurre que, cuanto más nos empeñamos en que las cosas no cambien, más probable es que lo hagan en una dirección imprevista que nos obliga a crecer.




- Montaje: Wyatt Smith
- Fotografía: Bill Pope
- Música: John Powell
- Distribuidora: Universal Pictures