Eddington
- Dirección: Ari Aster
- Guion: Ari Aster
- Intérpretes: Joaquin Phoenix, Pedro Pascal, Luke Grimes, Micheal Ward, Austin Butler, Emma Stone, Clifton Collins Jr, William Belleau…
- País: EEUU
- Género: Thriller
- 111 minutos
- Ya en cines
- «Mayo de 2020. En un viaje por carretera, una pareja se queda atrapada en Eddington, un pequeño pueblo de Nuevo México durante la pandemia. Inicialmente son bien acogidos, pero todo da un giro siniestro al caer la noche. El enfrentamiento entre el sheriff (Joaquin Phoenix) y el alcalde (Pedro Pascal) desata el caos cuando los vecinos se enfrentan entre sí.»
Por Diego Salgado & Elisa McCausland
«Como tantas otras novelas de Jim Thompson», reflexionaba Robert Polito en su biografía sobre el escritor pulp, «El asesino dentro de mí gira en torno a la oposición entre la realidad externa, mundana, y la realidad interna, psicológica. El narrador de El asesino dentro de mí, Lou Ford, sheriff en una pequeña localidad texana, intenta sublimar las insatisfacciones de su vida diaria con fantasías de culpa y venganza, autodestrucción y asesinato. Desprovisto de poder real, Lou solo tiene a su alcance la manipulación verbal y la violencia. Alienado de la cotidianidad, desconectado de sus propias acciones y emociones, el sheriff se repliega en sí mismo, intranquilo y furioso, hasta que explota».
Quien haya visto Eddington, cuarto largometraje de Ari Aster, reconocerá en su protagonista, Joe Cross (Joaquin Phoenix), sheriff en una pequeña población de Nuevo México durante la pandemia de 2020, frustrado tanto en su vida matrimonial como con el rumbo de la carrera electoral que ha entablado con el candidato progresista a la alcaldía de la localidad, Ted García (Pedro Pascal), a un émulo de Lou Ford. Ari Aster ha señalado en algunas entrevistas la filiación de Eddington con El asesino dentro de mí (1952) y otra novela de Thompson articulada en base a la subjetividad desquiciada de un agente de la ley, 1.280 almas (1964). Sin embargo, resulta curioso cómo en los agradecimientos últimos de su nueva película no figura el escritor sino herederos de aquella visión tenebrosa del ser humano y desencantada de la civilización moderna que compartieron con Thompson otros clásicos de la novela negra: el fotógrafo Gregory Crewdson o el neonoir como puerta de entrada estilística a lo sublime, el historietista Daniel Clowes o el neonoir como alegoría del angst existencial, los cineastas Joel y Ethan Coen o el neonoir como ejercicio de filosofía posmoderna.

Aster se reconoce por tanto en Crewdson, Clowes o los Coen en su intento, de nuevo bajo la protección de A24 —productora y distribuidora experta asimismo en el revisionismo genérico bajo el signo más o menos creíble de la(s) autoría(s)—, por jugar con el noir en Eddington de acuerdo con su propia sensibilidad, como ya había hecho con el terror en Hereditary (2018) y Midsommar (2019) y con el drama metafísico en Beau tiene miedo (2023). ¿Y qué sensibilidad vehicula los desvelos expresivos de Aster? Obviamente, la neurosis. Si Godard rodó Al final de la escapada (1960) bajo el influjo de las chicas y las pistolas del visceral Sam Fuller, pero dichos aspectos se tradujeron en su propio cine como gesto histérico, Aster está obviamente prendado de las atmósferas brutales y brutalmente masculinas de las novelas de Jim Thompson, pero su codificación es típica de un intelectual neurótico.
En sus manos, Joe Cross —atención a su apellido— no es tanto un lobo para los familiares y vecinos que le rodean, un psicópata y un mentiroso que hará lo posible y lo impensable para sobrevivir, como un mártir de sus inseguridades y su imbecilidad que, lejos de merecer un desenlace épico como Lou Ford o ambiguo como Nick Corey —el protagonista de 1.280 almas— sucumbirá a un destino ignominioso, última e infinita etapa de un viacrucis sin contraprestación edificante de ninguna clase. Aster trasciende sin embargo la subjetividad de Joe y el ombliguismo psicologista de sus anteriores películas al hacer del sheriff una pieza más de un puzzle colectivo sin imagen final discernible, la población que al fin y al cabo presta su nombre al título de Eddington: un microcosmos alusivo de unos Estados Unidos actuales tan trastornados que el loco del pueblo con quien arranca la acción y que amaga con narrarnos el cuento de ruido y furia que conformará la película termina por ser una víctima más de la (a)normalidad reinante bajo los simulacros civilizatorios en las calles de Eddington y la mente de Joe.



En este sentido, si el lúcido argumento literario de Jim Thompson para explicar la realidad radicaba en que «las cosas no son lo que parecen», Ari Aster no tenía más remedio que efectuar un doble salto mortal sobre esa afirmación: las cosas sí son lo que parecen, nos dice en primera instancia con su retrato coral de los hipócritas, los paranoicos, los aborregados, los fanáticos de diverso pelaje que (des)pueblan Eddington, es decir, Estados Unidos, y que hacen de Joe un caso límite, no una excepción. Aster, como suele decirse, no deja títere con cabeza, con un talante satírico presente desde los inicios de su obra aunque, como apuntábamos, hasta ahora había quedado circunscrito a la pelusa de su ombligo. En Eddingon, a Aster le interesa menos la política como autor que como ciudadano y, con su negativa a casarse con nadie en lo referido a su retrato de la degradada esfera pública de su país, resulta comprensible que la película haya caído como un jarro de agua fría entre buena parte de la crítica y la cinefilia norteamericanas.
Todo hay que decirlo, la sátira en Eddington no es precisamente sutil, y peca además, como su narrativa, de numerosos altibajos y unas cuantas incongruencias. La película acaba por ser así tan interesante como irregular, aunque se redima en buena medida con una secuencia postrera de acción digna de un videojuego sandbox que, más allá de su virtuosismo, sirve al objetivo de subrayar la tensión, volvemos a Jim Thompson, entre la realidad externa, mundana, y la realidad interna, psicológica, de modo que abusar de la segunda supone menoscabar la percepción de la primera, abocada a ser con ello el desierto de lo real. Es aquí donde toca tener en cuenta el segundo salto mortal de Aster en torno a la afirmación de Thompson de que nada es lo que parece en las relaciones entre los seres humanos: los habitantes de Eddington han echado a perder su espíritu cívico al dejarse arrastrar por debates, polémicas, cavilaciones y creencias extrañas a sus vidas al ritmo que marca su adicción a Internet.
Aster señala por tanto a un responsable oculto de que Eddington se haya convertido en una nave de los locos, a la deriva y, con ello, las cosas vuelven a no ser lo que parecen. Y ese responsable oculto son las grandes corporaciones de ingeniería de datos, que han corrompido nuestras experiencias y nuestra escena política en un cenagal de bits y píxeles para beneficio obsceno de sus actividades y el entrenamiento de inteligencias artificiales, cuyo propósito no es el de asemejarse a personas sino el de funcionar a modo de reflejos complacientes de sus peores instintos. Como en sus anteriores películas, Ari Aster revela bajo la máscara del sarcasmo los rasgos de un moralista: Eddington condena a Joe a quedar preso de su subjetividad enfermiza y, en paralelo, castiga a los conocidos y vecinos del sheriff a habitar sin ser conscientes de ello una simulación; una hiperrealidad donde, como queda patente en el plano final, ya no son más que personajes secundarios, el hardware que precisa la máquina blanda del siglo XXI para prosperar.






- Montaje: Lucian Johnston
- Fotografía: Darius Khondji
- Música: Daniel Pemberton, The Haxan Cloak
- Distribuidora: Universal Pictures