Beau tiene miedo

  • V.O.: Beau is afraid
  • Dirección: Ari Aster
  • Guion: Ari Aster
  • Intérpretes: Joaquin Phoenix, Nathan Lane, Amy Ryan, Parker Posey, Patti LuPone
  • País: Canadá
  • 179 minutos
  • El 28 de abril en cines

«Beau (Joaquin Phoenix) es un hombre que tendrá que enfrentarse a sus miedos y paranoias al aventurarse en una épica odisea para llegar a casa de su controladora madre»

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

Los primeros cuarenta minutos de Beau tiene miedo son lo mejor que ha filmado nunca Ari Aster. La pugna en su cine entre neurosis expresiva y artificio creativo, que Hereditary (2018) y Midsommar (2019) resolvieron a favor del segundo aspecto, da lugar en los compases iniciales de Beau tiene miedo a un universo de ficción alucinado, cuya (i)lógica aplastante remite a las pesadillas.

Beau (Joaquin Phoenix) es un adulto destruido psicológicamente en la niñez por una madre castradora, a la que se ve obligado a rendir honores cuando fallece. Su viaje de regreso al hogar, de regresión a la infancia, estará marcado por todo tipo de encuentros chocantes, revelaciones grotescas, y planteamientos artísticos que Aster pretende sean complementarios: desde el absurdo cotidiano al drama existencial pasando por la animación alegórica y, cómo no, el terror histérico.

El viaje desvelará misterios pero no procurará a Beau ningún alivio. Con coherencia encomiable, Ari Aster y Joaquin Phoenix no simulan ningún progreso en el estado anímico del personaje, víctima de una configuración mental imposible de reprogramar, abocado a la implosión para escapar de sí mismo. En este sentido, la plasmación de la cotidianidad de nuestro protagonista hasta que hace acto de aparición el tropo de la madre muerta —secuencia que tiene su origen en el cuarto cortometraje de Aster, Beau (2011)—, es, como avanzábamos, extraordinario.

La sensación de amenaza urbana que planea sobre la conciencia enferma de Beau —concretada mediante la crispación de las interpretaciones y el montaje y la sinergia entre efectos musicales y de sonido— trasciende la subjetividad del personaje y, por qué no decirlo, de Ari Aster en tanto intelectual pop y judío de clase media atenazado por el complejo de Edipo y la misoginia. Las imágenes adquieren un valor universal: Todos estamos en cierto modo tan perdidos hoy por hoy como Beau, todos tenemos un miedo cerval bajo las apariencias. El arranque de la película no constituye únicamente el retrato de un individuo devorado por la ansiedad. También es el retrato de unos Estados Unidos y, por extensión, un mundo contemporáneo, cuyos perfiles aberrantes solo pueden interpretarse desde la máxima ansiedad, desde el cortocircuito emocional e intelectual.

Pero a Aster no le basta con ese ejercicio brillante de surrealismo satírico, mainstream y, sobre todo, perturbador, que cabe ligar de un modo u otro al cine de los hermanos Coen, Palíndromos (Todd Solondz, 2004), Madre! (Darren Aronofsky, 2017), Estoy pensando en dejarlo (2020) o Edipo Reprimido (Woody Allen, 1989), de la que nos gustaría pensar Beau tiene miedo es un remake inconfeso. Al fin y al cabo, Aster ya demostró en Hereditary y Midsommar una gran habilidad para sabotearse a sí mismo, para dar vueltas en torno a su propio ombligo mientras se flagela y nos flagela con su complejo de culpa por no saber detenerse, por transformar el pánico del espectador en irritación, sus citas en pegotes y sus argumentos en chascarrillos.

Los episodios sucesivos en la travesía de Beau cada vez subrayan más y sugieren menos. Dejan a un lado las consideraciones de interés en torno al desconsuelo metafísico que rodea la existencia humana, la intrahistoria arquetípica de toda familia y las ruinas de la sociedad estadounidense del siglo XX y el mismísimo Dios, para agotarnos con las diferentes perspectivas bajo las que el señor Ari Aster va a explicarnos sus ideas al respecto. La decepción es inevitable, aunque Beau tiene miedo sea en cualquier caso recomendable por la calidad de sus aspectos técnicos —¿qué loco habrá aprobado un presupuesto de 35 millones de dólares para la película?— y la belleza desarmante de algunas escenas.

Por tanto, si el espectador no quiere salir furioso de Beau tiene miedo, es mejor que haga caso omiso del silencio puntuado por sollozos, involuntariamente meta, en que desemboca el relato. Le saldrá más a cuenta centrarse en esos emotivos despertares que prometen a Beau una paz pronto saboteada por su entorno, o en encadenados como el que liga su desvanecimiento a causa de una descarga eléctrica a la presencia treinta años antes de un niño en una bañera. Estos momentos y el comienzo quizá no salven la película, pero bastan para demostrar que el viejo adagio del menos es más se ajusta como un guante al cine de Ari Aster.

  • Fotografía: Pawel Pogorzelski
  • Montaje: Lucian Johnston
  • Música: The Haxan Cloak
  • Distribuidora: Diamond Films