El gato con botas: El último deseo

  • V.O.: Puss in Boots: The Last Wish
  • Dirección: Joel Crawford, Januel Mercado
  • Guion: Paul Fisher, Tommy Swerdlow.
  • Género: Aventuras, comedia
  • País: EEUU
  • 100 minutos
  • El 21 de diciembre en cines

«El Gato con Botas descubre que su pasión por la aventura le ha pasado factura: ha consumido ocho de sus nueve vidas, por ello emprende un viaje épico para encontrar el mítico Último Deseo y restaurar sus nueve vidas…»

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

No vamos a llegar al extremo de afirmar que El gato con botas: El último deseo es una película necesaria. Pero sin duda representa un alivio frente al grueso de la animación estadounidense mayoritaria. Una animación que, a golpe de agendas y gentrificación —véase la decadencia de Pixar—, resulta cada vez más tediosa. Un cine, quizá lo más grave, que, salvo por anomalías tan honrosas como Spider-Man: Un nuevo universo (2018), ha renunciado a la expresividad ilimitada que tienen el potencial de procurarle los útiles que tiene a su disposición para abrazar modos lingüísticos asociados al fotorrealismo.

Esto no quiere decir que la vuelta en 2022 del Gato con Botas que reimaginó DreamWorks Animation en el seno de la saga Shrek (2001-) y con el spin-off El gato con botas (2011) sea ninguna maravilla. La deconstrucción a veces menos irreverente que obtusa de los cuentos clásicos, la primacía del gag sobre la consistencia del relato, los guiños compulsivos a la cultura popular, y una animación que camufla bajo el frenesí audiovisual limitaciones evidentes en el worldbuilding y el diseño de personajes son características DreamWorks que hacen nuevamente acto de aparición en El gato con botas: El último deseo.

Incluso así, como apuntábamos la semana pasada a propósito de Avatar: El sentido del agua, el marasmo creativo en que se halla sumido el cine comercial de hoy hace que secuelas de películas realizadas hace más de una década puedan permitirse el lujo de ser continuistas y, aun así, o precisamente por eso, destacar frente a los argumentos y las formas de estrenos recientes. En el caso de El gato con botas: El último deseo, todo lo ya visto en la película anterior funciona otra vez a base de aplicar las variaciones justas y necesarias para que nos salga a cuenta revisitar un universo de ficción familiar.

El cambio más significativo atañe a las técnicas de animación, funcionales durante gran parte del metraje aunque dejen a un lado en las escenas más vistosas —la lucha inicial con el gigante del bosque, la intrusión en el campo de flores— dinámicas clásicas asociadas a la serie de B de Hollywood y líquidas propias del blockbuster para adoptar sutilmente los efectos gráficos de la citada Spider-Man: Un nuevo universo. Por otro lado, la concepción de personajes esenciales como el propio Gato con Botas y su enamorada Kitty Softpaws peca de antiestética, pero la interpretación vocal de uno y otra por Antonio Banderas y Salma Hayek vuelve a ser entusiasta.

 El diseño en cambio de algunas incorporaciones es memorable en todos los sentidos: la aguerrida Ricitos de Oro a la que presta su voz Florence Pugh y los tres osos que la acompañan, la ampulosa parodia de Pepito Grillo, el monstruoso Jack Horner y, en especial, el sidekick del Gato y Kitty, Perrito (Harvey Guillén). Además, los homenajes a la cultura pop están bajo control y dan lugar a una de las secuencias más divertidas, la estancia de nuestro protagonista en un refugio para gatos a los acordes del The End de The Doors.

En cualquier caso, lo más apreciable de la película es cómo, a cuenta de su armazón narrativo —los esfuerzos del Gato por recuperar las ocho vidas que ha perdido irreflexivamente en sus aventuras, lo que le aboca al pánico de perder la última—, suscita una reflexión de crudeza insólita sobre el descubrimiento de nuestra auténtica personalidad ante la cercanía de la muerte. El gran hallazgo de El gato con botas: El último deseo es esa aterradora personificación de la parca como Lobo Feroz tan inasequible al desaliento en su persecución del Gato como Terminator. Solo por este aspecto, que nos tememos va a provocar pesadillas a toda una generación de pequeños espectadores, ya vale la pena ver una película que no pasará a los anales de la animación pero procura un rato más provechoso de lo esperable.

  • Montaje: James Ryan
  • Música: Heitor Pereira
  • Distribuidora: Universal Pictures