F1: La película

  • Dirección: Joseph Kosinski
  • Guion: Ehren Kruger (Historia: Joseph Kosinski)
  • Intérpretes: Brad Pitt, Damson Idris, Javier Bardem, Kerry Condon, Tobias Menzies…
  • País: EEUU
  • Género: Crisis de la mediana edad tamaño IMAX
  • 155 minutos
  • Ya en cines

  • «Apodado “el más grande de todos los tiempos”, Sonny Hayes fue el fenómeno más prometedor de la Fórmula 1 en la década de 1990 hasta que un accidente en la pista casi acaba con su carrera. Treinta años después, es un piloto nómada a sueldo al que contacta su antiguo compañero de equipo Rubén Cervantes, propietario de un equipo de Fórmula 1 en apuros que está al borde de la quiebra. Rubén convence a Sonny para volver a la Fórmula 1 y tener una última oportunidad para salvar al equipo y ser el mejor del mundo. Su compañero será el novato Joshua Pearce, el piloto estrella del equipo que está decidido a imponer su propio ritmo.»


Por Diego Salgado & Elisa McCausland


La dama de Trinidad (1952) se concibió como mix oportunista de Encadenados (1946) y Gilda (1946). Gilda era una copia descarada de Casablanca (1942). Casablanca era una imitación disimulada de Argel (1938). Argel era un remake confeso de Pépé le Moko (1937)… La rueda del entretenimiento basado en high concepts y rostros/arquetipos/marcas sigue girando hoy por hoy a la misma o mayor velocidad: si Top Gun: Maverick (2022) fue una secuela tardía de Top Gun (1986), F1: La película es una variación evidente de Top Gun: Maverick, como Días de trueno (1990) lo fue de Top Gun. Ambas películas comparten además realizador —Joseph Kosinski—, guionista —Ehren Kruger— y productor —Jerry Bruckheimer—, y tienen al frente de sus repartos a estrellas tan joviales como insípidas: Tom Cruise en Top Gun: Maverick, Brad Pitt en F1: La película.

Uno y otro actor se hallan sumidos en una crisis palpable de la mediana edad, esa sesentena que los medios de tendencias nos venden desde hace un tiempo como los nuevos cuarenta. Y, si el señor de a pie trata de sublimar la conciencia súbita de sus infinitos errores de juventud y su mortalidad con un vuelo precario en ala delta o comprándose un SUV a plazos, Cruise y Pitt tienen el poder suficiente como para inmortalizarse en pantalla pilotando aviones de caza y bólidos de Fórmula 1. En ficciones, para colmo del cinismo, que hacen de sus respectivos protagonistas rebeldes, outsiders, perdedores. Si Pete Maverick Mitchell (Cruise) acepta liderar un escuadrón y Sonny Hayes (Pitt) una escudería —formando parte activa ambos, en definitiva, de engranajes tan obscenos como los del cine de gran espectáculo— es con ánimo resignado, no les queda otra: las generaciones posteriores apenas aciertan a limpiarse el trasero y mascar chicle a la vez, el aspecto de estas películas más ajustado a la realidad.

Sonny es un maestro en cambio a la hora de masticar chicle compulsivamente para combatir la flacidez de su mandíbula al tiempo que conduce con un toque altivo de volante cualquier vehículo de cuatro ruedas que le sale al encuentro mientras busca su destino. Es el motivo de que, tras ser víctima de un accidente en la pista que le impulsó a dejar atrás la Fórmula 1 en su juventud, Sonny haya podido ganarse la vida en otras competiciones automovilísticas que siempre domina —¡es Tom Cruise, perdón, es Brad Pitt!— aunque nunca haya perseverado en ellas; su adicción al riesgo, el juego, la música del azar, el evento sublime, corre en paralelo a su urticaria a cualquier compromiso, a la rutina. No hace falta decir que F1: La película se debate asimismo durante todo su metraje entre la pulsión por la imagen cinematográfica sin relato, el éxtasis del montaje polifónico y una concepción expandida del plano merced al IMAX y el Dolby Atmos, y una argamasa narrativa y dramática desganada, lindante con la vergüenza ajena. Nunca está de más recordar lo pésimo guionista que es Ehren Kruger.

En cualquier caso, Sonny se hace poco de rogar cuando un viejo amigo, Ruben (Javier Bardem, nunca tan elocuente ni tan atractivo como en estas producciones comerciales), pretende ficharle para salvar la temporada de su escudería, APXGP. La manera como filma Kosinski a Pitt cuando Sonny llega al circuito de pruebas de APXGP, con cuyos miembros —Kate (Kerry Condon), directora técnica de la escudería, Joshua (Damson Idris), el segundo piloto…— tendrá los roces esperables, nos da pistas sobre otro de los modelos en que se inspira F1: La película. Porque Kruger y Kosinski siguen sin duda los pasos de Top Gun: Maverick y, con más amplitud de miras, una tradición de dramas épicos en torno a las intrigas y rivalidades que rodean las carreras automovilísticas de alto nivel que parte de The Roaring Road (1919), The Crowd Roars (1932) y Johnny Dark(1954), toma un giro hacia el realismo en 70mm con Grand Prix (1966) y Le Mans (1971) y adquiere velocidad de crucero digital con Driven (2001), Speed Racer (2008) y Rush (2013); pero la aparición de Sonny en el circuito semeja sobre todo la de un campeón otoñal de rodeo.

Sonny representa la (pen)última encarnación de los Hombres errantes (1952) de Robert Parrish y Nicholas Ray, ni lo suficientemente ricos para poder alejarse del mundanal ruido ni lo bastante pusilánimes para someterse a sus dictados. Pero en 2025 ya no hay lugar para el mito, la tragedia, una reflexión crepuscular o reivindicativa convincente sobre una manera de entender la masculinidad y el afán de superación, ni siquiera para la simulación comercial de dichas características. Se ha criticado que F1: La película parezca con frecuencia un anuncio de la Fórmula 1, y lo cierto es que ni sus títulos de crédito ni determinadas secuencias filmadas durante carreras auténticas se toman la molestia de ocultarlo: Estamos ante un filme respaldado abiertamente por el Formula One Group en un momento clave para la productora Amazon, que negocia ahora mismo hacerse con los derechos de emisión de la Fórmula 1 en Estados Unidos durante los próximos años en su plataforma de streaming. En ese sentido, F1: La película es una excelente declaración de intenciones.

El problema surge cuando las imágenes se contagian de esos intereses corporativos; cuando la excelencia técnica, la elección de determinados encuadres inmersivos durante las carreras y la apuesta meritoria por la fisicidad, por dejar a un lado efectos digitales distractivos, se topa con unas texturas y unas dinámicas audiovisuales envenenadas de nuestro presente mediático, en las que resuena menos el cine que las retransmisiones televisivas en alta definición o, como decíamos, los anuncios más estereotípicos de la Fórmula 1. Algo que convierte casi en necesarios la insoportable levedad de los diálogos o los mohínes de Brad Pitt, Kerry Condon y Damson Idris, propios del reality promocional Drive to Survive.

Cuando termina F1: La película llegamos exhaustos a la meta, pero no tanto por la emoción primaria que aspira a despertar la sucesión de carreras que decidirán el futuro de la escudería de Ruben, como por la tensión irresoluble entre el chute de adrenalina fílmica que se nos ha prometido y el hastío discreto que suele provocar el visionado íntegro de las carreras de Fórmula 1, cuentos de ruido y furia contados por equipos de realización tan competentes como impersonales. Sería fácil concluir que F1: La película es un gran blockbuster y una película menor, pero, volvemos al principio, no estamos muy seguros de que en su ADN pese tanto finalmente la recombinación de arquetipos y géneros cinematográficos del ayer como la mixtura de tecnología, sinergias corporativas y eventos deportivos capaz de permitirnos amortizar psicológicamente durante un puñado de domingos la gigantesca pantalla plana que hemos adquirido para surfear nuestra crisis de la mediana edad.

Nos gusta decir que el cine de gran espectáculo tiene en común con la Fórmula 1 el carácter experimental y arriesgado de sus producciones, donde se ponen a prueba conceptos y técnicas que repercutirán después en el cine o los automovilistas de a pie, y hete aquí que F1: La película acaba presa de los aspectos más inexpresivos y coyunturales de la ficción y de la imagen. Vale la pena comparar F1: La película con la estupenda Ford v. Ferrari (2019) para entender con más exactitud a qué nos estamos refiriendo.

  • Montaje: Stephen Mirrione, Patrick J. Smith
  • Fotografía: Claudio Miranda
  • Música: Hans Zimmer
  • Distribuidora: Warner Bros