Michael Dudok de Wit, LA TORTUGA ROJA

– Perfil. Michael Dudok de Wit, LA TORTUGA ROJA –

El holandés errante
 
Por primera vez, el Estudio Ghibli ha recurrido a un artista extranjero. Y es holandés. Sin embargo, La tortuga roja, que veremos este mes en el Festival de San Sebastián y esperemos llegue pronto a las pantallas españolas, es una historia tan minimalista y trascendental como el más hermoso cuento japonés. Pero, ¿quién es este Michael Dudok de Wit, al que algunos llaman el Terrence Malick de la animación? Un hombre con un Oscar en la estantería y que sin embargo realiza su primer largometraje con más de sesenta años. Relato vital, entre paseos nocturnos en la naturaleza, años difíciles en Barcelona, Disney y Tokio. Por Alberto Lechuga, con Amelia Dollah y Fernando Ganzo en el Festival de Cannes
 
Si hacemos una búsqueda rápida en Google, entre las primeras fotos de Michael Dudok de Wit figura una junto a Ben Stiller, sosteniendo su Oscar al mejor cortometraje animado, ganado por Father and Daughter en el 2000. Poco más abajo, le vemos sosteniendo otro trofeo, el diploma que lo acredita como Premio Especial del Jurado de Un certain regard de la reciente edición del Festival de Cannes. Poco más abajo, otro premio más, el Robert Bresson. Muy pronto, una cosa queda clara: Michael lo ha ganado todo en el mundo de la animación, cuenta con el respeto absoluto del resto de cineastas del gremio y goza de un prestigio con aura casi mítica entre los aficionados. Sin embargo, todavía no ha estrenado en salas su primera película. Y su nombre sigue resultando desconocido para el gran público. Lo cual no ha impedido a Toshio Suzuki, actual presidente de Ghibli, ver en este holandés fuera del tiempo a la persona adecuada para tomar la antorcha encendida por Miyazaki y Takahata. «Había algo muy japonés en el trabajo de Dudok de Wit. Un hombre capaz de resumir la vida de una mujer en ocho minutos, sin diálogos, como hace en Father and Daughter… ¡Tenía que trabajar con nosotros!» Y ahora que La tortuga roja recibe allá donde se proyecta el calificativo de «obra maestra del cine de animación», Suzuki sabe que no se equivocaba. «Es muy sencillo: llevo treinta años en la animación y nunca he visto a nadie con tanto talento para el conjunto del trabajo creativo.»

 
Sin embargo, para muchos Dudok era más bien conocido como el Terrence Malick de la animación. Y es que en 2015, el holandés se encontraba un poco en la situación del místico americano después de Días del cielo: un cineasta mítico al que muchos daban ya por desaparecido. En ese momento, Dudok llega al Festival de Annecy para presentar unas escenas de un work-in-progress. En un auditorio lleno hasta la bandera de espectadores que no dudaron en guardar cola durante horas, Dudok de Wit deja a todo el mundo patidifuso en apenas diez segundos: «En 2006 recibí un email desde Tokio preguntándome dos cuestiones: acerca de los derechos para distribuir Father and Daughter en Japón, y, en el mismo email, una propuesta para dirigir una película. ¿El remitente? El Estudio Ghibli». Mic drop de un Michael satisfecho del efecto provocado, abandonando el escenario entre vítores. No sólo acaba de anunciar su regreso, sino que esta nueva vida será debida a los grandes maestros de la animación nipona. Miyazaki y Takahata algún día, por desgracia, tendrán que retirarse, y Ghibli ha escogido como heredero a este holandés que, antes de recibir ese email, jamás «había pensado en realizar un largo.»

«¡Es capaz de no dormir durante días: incluso teníamos que cerrar el estudio para ser capaces de hacerle parar de trabajar!». Christophe Jankovic, de los estudios Prima Linea, colaborador en La tortuga roja

Pero antes de este renacimiento hubo varias travesías por el desierto. La primera, de 2000 a 2006. Regresamos al escenario de los Oscars. Dudok de Wit acaba de alzar la estatuilla por su cortometraje Father and Daughter, la sensible y poética historia de una hija que anhela el retorno de su padre. El cineasta holandés comienza el nuevo siglo con un aluvión de ofertas sobre la cabeza, muchas de ellas para realizar un largometraje y convertirse en el autor más codiciado del mundo de la animación. Sin embargo, el holandés decide guardar silencio durante seis años… hasta que presenta un nuevo trabajo, de nuevo un cortometraje absolutamente personal y de un minimalismo radical a la contra de su propio boom, The Aroma of Tea, un juego abstracto de puntos y líneas hechas a base de pinceladas de té. «Después de Father and Daughter tuvo muchísimas ofertas para utilizar ese estilo tan exquisito y particular del cortometraje en infinidad de comerciales y proyectos. E hizo algunos de ellos, pero en última instancia sintió que eso era algo que pertenecía al corto exclusivamente», sostiene Piet Kroon, un animador veterano afincado en Estados Unidos, uno de los tantos talentos europeos que han encontrado fortuna al amparo de los grandes estudios de animación norteamericanos. Corren los primeros años 90 cuando Kroon se fija en Michael, una época en las que ambos son los únicos animadores holandeses relevantes. La teoría de Kroon respecto al silencio de Michael después de Father and Daughters suena convincente: «Algo que pasa habitualmente con cineastas europeos es que cuando son llamados por Hollywood, de algún modo, pierden parte de su identidad: demasiado dinero invertido, demasiadas opiniones, demasiados cuestionamientos, los inversores quieren asegurarse que van a recuperar el dinero invertido. Y para alguien como Dudok de Wit ese tipo de concesiones son inaceptables.». ¿Pero cómo explicar qué tras The aroma of tea, Dudok de Wit desapareciese durante diez años, hasta esta ya célebre Tortuga roja, su primer largometraje? Kroon intenta buscar una explicación desde su estudio de Manhattan, confirmando que «en 2007 ya estaba en trabajando en La tortuga roja. Eso son casi diez años. ¡En diez años puedes morirte antes de llegar a la meta!». Durante todo ese tiempo, Michael no cuenta gran cosa de su proyecto con Ghibli, en diez años que a él se le quedaron cortos. «Desde que acepté el encargo de Ghibli, el proceso de producción ha requerido muchísimo tiempo, confiesa el holandés mientras se descalza en la terraza de Cannes, y adopta la postura de la flor de loto propia del yoga.. He necesitado hasta usar mis vacaciones de navidad para viajar a Japón a trabajar con ellos. Son diez años, pero han sido diez años en los que no hemos parado de trabajar en la película». Jacques-Remy Girerd, cerebro de Folimage, una de las compañías esenciales en la animación europea actual, para la que Michael trabajó como animador, lo justifica: «Michael siempre encuentra el ritmo adecuado para sus películas, como en su vida, el ritmo es el que él necesita, el que él impone. Es cierto que es un gran perfeccionista, pero no creo que juegue a su contra, si no todo lo contrario.»
 

 
Talento natural
En realidad, siguiendo su propio ritmo vital, el joven Michael no se planteó nunca en serio dedicarse a la animación. Nacido en Abcoude, pequeño pueblo de la provincia de Utrecht, pero criado en Laren, cerca de Amsterdam, la familia de Michael comprende hasta nueve generaciones de representantes comerciales de azúcar. El crío se pasa todo el día garabateando sus primeras «creaciones« hasta que el dibujo se convierte en una actividad cotidiana en el hogar de los Dudok de Wit. «Tengo recuerdos de pasarme todo el día dibujando ya a los cinco años. Éramos cuatro hermanos, yo el segundo. A pesar de ser totalmente diferentes, humanamente, políticamente, profesionalmente, a todos se nos daba bien dibujar y pronto se convirtió en una actividad habitual para nosotros. En la cocina teníamos una gran mesa blanca en la que mis hermanos y yo pintábamos hasta que nos tocaba limpiarla a toda prisa para poder servir la cena». Una pasión innata que él tampoco termina de entender. «A lo largo de los años es una pregunta que he contrastado con muchos compañeros de profesión: "¿Alguien dibujaba en tu familia?" Por supuesto, hay muchos que señalan que su abuelo, o un tío lejano, dibujaban. Pero también hay muchos grandes artistas que responden lo contrario, que se descubren como los únicos de su familia que dibujan. Siempre me he preguntado cuánto de lo que somos es heredado, cuánto es algo estimulado por el ambiente en el que crecemos y cuánto ocurre simplemente porque sí.» De hecho, la primera pasión de Dudok de Wit es la naturaleza, los paseos por el bosque, muy joven, a veces hasta bien entrada la noche. « Teníamos un gran jardín con conejos y perros, hasta varios aquariums. Me gustaba mucho acercarme a un lago a observar con mi microscopio a los pequeños insectos que habitaban en el agua. También me encargaba de cuidar de las gallinas… ¡Ahora me doy cuenta de lo privilegiado que fui!». Largos paseos nocturnos en los que disfruta en soledad de su particular relación, cada vez más emocional, con la naturaleza,: «De repente, unas nubes me hacían sentir y pensar en el amor que profesaba hacia mi abuela, establecía un nexo entre ambos, todo estaba conectado».

«Wild Buch había previsto tres años de trabajo y ¡finalmente necesitamos siete!» Toshio Suzuki, productor jefe de Ghibli


Muy pronto, la idea de ver mundo se vuelve irrefrenable. «No era muy bueno en el colegio porque me pasaba todo el día abstraído, dibujando, recuerda con una sonrisa. En cuanto tuve edad para dejar los estudios les dije a mis padres que quería viajar, que quería descubrir el mundo. Ahora todo el mundo viaja, claro, pero en aquella época no era algo muy común. Afortunadamente, mis padres fueron muy comprensivos y me hicieron entender que no era incompatible con seguir estudiando: podría ir a un Art College en el extranjero.» El joven Michael se encuentra así por primera vez en su vida en el extranjero, en Suiza, donde aprende las técnicas básicas de la creación visual, el heliograbado… Pero le falta algo: el arte de la narración. «Necesitaba contar mis historias, confirma rascando su barba blanca. Acababa de descubrir el cómic, me encantaban sobre todo los de Moebius. También estaba loco por la música, otra de mis grandes aficiones es el piano. Así que la animación me pareció la solución perfecta para aglutinar todas mis pasiones.» El joven Michael busca así una buena escuela de animación y, ya de paso, aprovecha para seguir viajando. Tras varios años de trabajos temporales en Francia y España, Michael encuentra en Londres la capital de la animación en Europa, casilla de salida desde donde ejercerá como animador, profesor y hasta ilustrador de cuentos infantiles. Y, entre tanto, descubre el cine. «Una película decisiva en mi vida fue Los siete samuráis (Akira Kurosawa). Me asombró mucho cómo Kurosawa, de repente, se paraba a filmar simplemente el viento que agita las hojas de los árboles. Me di cuenta entonces de que los japoneses tenían una sensibilidad hacia la naturaleza con la que podía identificarme». Dudok de Wit acaba de encontrar su vocación.



 

Captain Monk
Al ver a Dudok de Wit, se intuye una vida en armonía con la naturaleza. Pese a su barba y cabellos blancos, tiene el físico de alguien mucho más joven que su edad, y sin su mirada infantil, no costaría imaginárselo como un marino. Normal pues que Christophe Jankovick, que a través de Prima Linea establece el estudio base de la animación de La Tortue Rouge en Angulema, lo describa como «un capitán de barco dispuesto a llegar hasta el Polo Norte». Casi de manera literal, ya que Michael viajó hasta las islas Seychelles para explorar a fondo la flora y fauna de las islas, de las que volvió cargado de fotografías, anotaciones y sketches decisivos para la pre-producción de La tortuga roja. Aunque si Michael fuera un navegante, sería más bien un lobo solitario: hasta ahora todas sus películas empezaban y acababan en sus manos de demiurgo. El productor jefe Toshio Suzuki confirma de hecho que éste aspecto fue lo único que hizo dudar un poco a Ghibli antes de lanzarse a producir La tortuga roja: «No sabíamos si podía manejar un equipo de largometraje, eso es lo que más nos preocupaba, que no aceptase los dibujos de los demás, que no delegase. Pero todo fue bien. Bueno, salvo que Wild Buch había previsto tres años de trabajo y ¡finalmente necesitamos siete!
 
¿Pero qué significa la soledad para Dudok de Wit? Si escuchamos sus experiencias, muchas cosas, sobre todo cuando remonta a 1978. Recién terminada su formación, Michael recae en el frío invierno barcelonés, donde realiza pequeños encargos para el estudio de Jordi Amorós. No sin cierta incomodidad mezclada con nostalgia, Dudok de Wit precisa: «No hablaba catalán, y muy mal castellano. Como no tenía dinero para calefacción, tenía que meterme en cafés y bodegas para entrar en calor. Afortunadamente, Barcelona entonces era muy diferente, todavía era una ciudad que permitía vivir por muy poco dinero. Comía casi a diario en una bodega estupenda llena de humo y cucarachas, en la que los españoles cantaban mientras yo comía cosas a la plancha. Y, ¿sabe qué? Me empezó a gustar esa soledad. Me gustaba mucho salir a la calle a pasear. Andaba hasta altas horas de la noche, por el Barrio Gótico, la Baceloneta, las Ramblas… Me gustaba sentarme en mitad de una abarrotada calle y hablar con los barceloneses, sentir su calor, aunque estuviera solo, aprendí a sentir el calor de la gente».
 
Después de la experiencia catalana, Michael se establece en Inglaterra, donde, bajo el amparo del estudio de Richard Purdum, tiene su primera experiencia con una major animada, la mismísima Disney. Corre el año 89 y las películas de animales antropomórficos de la casa del ratón empezaban a mostrar alarmantes signos de agotamiento en taquilla. Se decide entonces volver la vista a Europa y los cuentos de corte clásico en busca de recuperar la llama perdida. El equipo de Purdum, con Michael a bordo, comienza a preparar la adaptación de La Bella y la Bestia. Sin embargo, el inesperado triunfo de La Sirenita, hace que los norteamericanos pisen el freno y se replanteen el enfoque europeo. Purdum se ve obligado a reiniciar la producción desde cero, y al poco tiempo, se baja del barco. A Michael, sin embargo, la experiencia truncada le sirvió para seguir definiéndose como artista. «Aprendí que en, mi corazón, no soy un animador Disney. Animan de una manera bellísima y muy concreta, hablan idioma Disney, piensan Disney, conocen y aman todas sus películas. Es una comunidad. Y estuvo bien formar parte de ella durante un rato




 

Be zen, my friend
Finalmente, Dudok de Wit encontrará su libertad total en la publicidad. El joven viajero que se había planteado ser cineasta de animación empieza a encontrar paradójicamente su voz en el mundo de los commercials, donde la creatividad no tiene límite. La experiencia como animador a sueldo curte además su capacidad de resistencia, algo que descubrirá imprescindible para desarrollar una carrera en la animación. «Aunque mi trabajo acaba siendo satisfactorio, no dejo de pensar nunca en si quizás debería estar haciendo otra cosa, confiesa con gran sinceridad. Es tal la cantidad de esfuerzo, de trabajo de fondo, día tras día, para que luego, a veces, el trabajo de varios años se traduzca en apenas 5 minutos de película. Te hace plantearte constantemente si deberías estar haciendo otra cosas. ¿Debería dejar de hacer películas, debería dejar la animación? Hay muchas cosas que me gustaría hacer. Aunque llevo muchos años viviendo de esta, que ya es mi profesión, aguantar todavía es un desafío realmente difícil». Su colega Kroon no puede estar más de acuerdo. «Mientras trabajas en animación te vienen a la cabeza todo tipo de de alternativas a lo que estás haciendo. ¿Por qué no estoy fuera en la calle, disfrutando del sol, por qué estoy aquí encerrado haciendo esto? (risas) Es realmente difícil, un desafío mental realmente grande. Y Michael es realmente bueno al respecto: si se centra en una cosa, es capaz de volcarse hasta la obsesión en ello.»
 
Desde su estudio de Inglaterra, Michael se convierte en algo así como en el gran maestro de la animación zen. Como los personajes de sus películas, Michael establece una relación casi mística con la idea de la repetición y lo cíclico. Solo que, al contrario de Sísifo, para Michael, no se trata de una mera repetición, si no de volver a hacer algo para avanzar un poquito más cada vez. «Ese es el verdadero progreso vital». Y es que para Michael, como para el famoso detective encarnado por Matthew McConaughey en True Detective, time is a flat circle. Para el autor holandés, el tiempo es cíclico, sí, pero eso no entra en conflicto para que también sea lineal. El monje de The Fish and the Monk repite infatigablemente sus intentos por atrapar el pez que salta esporádicamente delante de su nariz. La niña protagonista de Father & Daughter repite eternamente su visita al monte desde donde espera el regreso de su padre. Ambos personajes acaban alcanzando una suerte de estadio superior a través de este loop de avance. A efectos prácticos, eso explica en cierto modo la legendaria fama de perfeccionista de Michael, que no dudará en repetir y corregir su trabajo una y otra vez hasta quedar satisfecho. «¡Es capaz de no dormir durante días!, recuerda Jankovic. Trabaja muy duro, siempre está dispuesto a ir un paso más allá, a volver a repasar una lamina, un detalle de una planta, una pequeña línea. Es capaz de trabajar todo el tiempo, ¡incluso teníamos que cerrar el estudio para ser capaces de hacerle parar de trabajar!». 

  «¿Y si me hubiera equivocado de vocación? Todo este trabajo de varios años para cinco minutos de película. Es un desafío realmente difícil aguantar en esta profesión», Dudok de Wit
 
El antiespacio
Un concepto del tiempo que se traduce en una filosofía vital que lo conecta fuertemente con el arte y la cultura oriental. Preguntado por sus influencias, el director de The Aroma of Tea siempre cita las ilustraciones de los monjes japoneses de los siglos XVII y XVIII. Un descubrimiento casual que le marcaría para siempre: «Son extraordinariamente bellos, pero sobretodo eran un arte con el que podía identificarme plenamente. Por una parte eran realmente simples, podías pensar en los dibujos de un niño de 10 años, pero por otro, podías comprobar que eran profundamente artísticos. Transmitían un júbilo espontáneo que me cautivó profundamente. También me emociona su uso del anti-space. El arte oriental es un arte de la línea, pero también de las superficies vacías.». Cuesta no pensar en el estilo de Isao Takahata, el genio de Ghibli responsable de El cuento de la princesa Kaguya y que trabajó con el holandés en La tortuga roja. Pese a este entendimiento, Dudok de Wit debería ser la excepción que confirme la regla: en el país de Ghibli, los permisos de residencia brillan por su ausencia, aunque allí el holandés se sintiera como pez en el agua. Diez años después de su último cortometraje, quizás La Tortue Rouge pueda ser leída también como su TheTree of Life, una película compendio de su obra y sus temas. ¿El futuro? «Probablemente haga otra película, de la que ya tengo una idea básica, suelta Michael, relajado. Aunque pasará mucho tiempo hasta que sienta que está preparada para ser propuesta a un productor. O quizás vuelva al cortometraje». ¿Otro paso atrás para seguir avanzando? Declaraciones recogidas por AL, AD, y FG