Tardes de soledad

  • Dirección: Albert Serra
  • Guion: Albert Serra
  • País: España
  • Género: Documental
  • 125 minutos
  • Ya en cines

  • «Retrato de una estrella del toreo en activo, Andrés Roca Rey, que permite reflexionar sobre la experiencia íntima del torero que asume el riesgo de enfrentarse al toro como un deber personal por respeto a la tradición y como un desafío estético. Este desafío crea una forma de belleza efímera a través de la confrontación material y violenta entre la racionalidad humana y la brutalidad del animal salvaje.»

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

Tardes de soledad es la única (co)producción española importante de los últimos diez años. Importante de verdad, entendámonos, nada que ver con los eventos cinematográficos de temporada a mayor gloria de una burbuja productiva y crítica cuya hipocresía intelectual y moral, cuya mediocridad creativa y de juicio, solo son comparables a su irrelevancia popular. En ese sentido, como en tantos otros, lo nuevo de Albert Serra es profundamente político: se basta con existir, abstraídas sus imágenes en la inquietud ancestral del ser humano por los mitos y la muerte, por el poder de los mitos contra la muerte, para poner a prueba la calidad de quienes las contemplen. Quien lo haga desde la barrera, desde cualquier barrera, se estará definiendo a sí mismo. Serra, mientras, crea una vez más a la intemperie, a cara descubierta frente al cine.

De su carácter apátrida en cuanto a nacionalidad y pensamiento se deduce una aproximación libérrima y brillante a la tauromaquia, entendida en pantalla no como vulgar manifestación identitaria sino, al contrario, como emancipación respecto del constructo histórico y sociocultural que media nuestro acceso a ella a fin de acceder a «una expresión alegórica del ansia por una verdad» (Angélica Liddell). Y, en sintonía con ello, Serra vuelve a revelarse también apátrida en su entendimiento del cine. Sus modelos están lejos de las tendencias locales o consensuadas. Las películas con las que se identifica «solo podrían haberlas imaginado o soñado sus autores (…) son películas indiferentes a todo y a todos».


Esto no implica que Tardes de soledad nos excluya del ruedo. Al contrario, Serra nos estimula a compartir con generosidad las soledades del animal y del ser humano, su soledad como cineasta. Las tres escenas iniciales de la película nos llevan sutilmente de la mano como espectadores al mismo territorio —disociado de los tiempos y los espacios que celebran la atonía cotidiana— donde han de verse las caras toro y torero, con el propósito de que experimentemos sin impedimentos ni disimulos, volvemos a Liddell, que «lo único que puede liberarnos del miedo al dolor y la irrelevancia es afrontar de cerca la posibilidad de morir».

En la primera escena de Tardes de soledad, las reses son filmadas frontalmente en una nocturnidad que, como sucedía con los nobles a la deriva de Liberté (2019), potencia sobre cualquier otra consideración las cualidades fantasmáticas de estar vivo y la expectativa de un evento mistérico, terrible. En la segunda, el torero peruano Andrés Roca Rey se dirige a la plaza y es filmado también de frente y disociado de cuanto le rodea, con el rostro crispado por la tensión. En la última, el torero ha vuelto al hotel tras la faena y un plano más distante nos descubre la estampa sublime de su bellísimo traje de luces empapado en sangre; de los toros, aunque podría ser la suya.

A partir de ese desafío, ¿encuentro? frontal de miradas y la síntesis descrita, Tardes de soledad se conforma como retrato no-documental, abierto a «niveles infinitos de verdad» (Werner Herzog), de una serie de faenas a cargo de Andrés Roca Rey. Los ingredientes audiovisuales: sus capotazos, el baile de sus manoletinas y las embestidas y bramidos de la bestia herida. Serra filma las corridas eliminando el entorno de la plaza y la profundidad de campo a fin de resaltar de forma sobrecogedora la intimidad entre animal y ser humano durante los tercios de varas, banderillas y muletas. El resultado son imágenes de sentidos trascendentes y espectaculares en la acepción más solemne del término, que precipitan en momentos de una intensidad visual —y sonora— abrumadora.

Serra no olvida en cualquier caso que el objetivo principal pasa, como explicaba en su día uno de los primeros alquimistas de las imágenes, D.W. Griffith, parafraseando a Joseph Conrad, porque «el público vea (…) que comprenda». Tardes de soledad puede presumir de otorgar al espectador, una vez embebido en su particular apuesta creativa, un grado de libertad interpretativa insólito en nuestros tiempos, al puntuar una y otra vez las gestas de Andrés Roca Rey con el sufrimiento de los toros que mata y remata y las actitudes de la cuadrilla que opera a su alrededor, a años luz de lo políticamente correcto. Cada cual tiene en su mano sesgar la dialéctica planteada por Serra hacia lo taurino o lo antitaurino, aunque a nuestro juicio eso supondría menoscabar el intento del cineasta por «despertar la curiosidad sobre lo que pasa en pantalla, independientemente de las opiniones que tengas» y por poner en escena «un ritual sacrificial», que al fin y al cabo nos apelará a todos antes o después. ¿Quién puede olvidar una de las escenas más revulsivas de Historia de mi muerte (2013), el descuartizamiento colectivo de una res al anochecer?

Para nosotros, sería en definitiva una lástima que alguien se aferrase a sus opiniones para desechar Tardes de soledad porque resulta muy difícil encontrar películas, no ya sobre el toreo sino sobre otras expresiones culturales o artísticas, filmadas con el talante visionario y comprensivo que pone aquí de manifiesto Albert Serra. Como escribíamos a propósito de su anterior película, Pacifiction (2022), su cine hace lo posible y lo imposible por adquirir una entidad auténtica, por estar vivo, en tiempos de un conformismo, no solo cinematográfico, que linda con lo suicida. Y si algo ha demostrado Serra es que para él la fatalidad radica precisamente, no en matar o morir, sino en desfallecer, en rendirse. No hay visos por el momento de que vaya a hacerlo pese a que sería lo más lógico, pues sabe de sobra —toda su filmografía y su filosofía giran en torno a ello— que la pulsión de vida y creación bigger than life es la que termina por arrojar sobre sus actores las sombras más tenebrosas. Pero, como sentenció Juan Belmonte, «se torea como se es».

  • Montaje: Albert Serra, Artur Tot
  • Fotografía: Artur Tot
  • Música: Marc Verdaguer
  • Distribuidora: A Contracorriente