28 años después

  • Dirección: Danny Boyle
  • Guion: Danny Boyle, Alex Garland
  • Intérpretes: Alfie Williams, Jodie Comer, Aaron Taylor-Johnson, Ralph Fiennes, Jack O’Connell…
  • País: Reino Unido
  • Género: Terror
  • 115 minutos
  • Ya en cines

  • «Años transcurridos tras los sucesos de «28 días después», el virus de la ira ha regresado y un grupo de supervivientes debe sobrevivir en un mundo asolado por hordas de infectados.»


Por Diego Salgado & Elisa McCausland


Despachemos de inmediato la mayor pega que se le puede poner a 28 años después: ese desenlace acid house donde Jack O’Connell reincide, tras Los pecadores (2025), en el rol de villano/discurso/símbolo del mal. Una coda que violenta con frivolidad el tono precedente del filme, convierte su prólogo en un guiño, y confirma que estamos ante el inicio de una trilogía donde, signo de los tiempos, parece menos importante la calidad intrínseca de la ficción que su autopreservación y expansión a infinidad de formatos y plataformas con la excusa del dichoso lore.

La sensación que transmite esa escena final no es tanto de sorpresa como de sospecha: la credibilidad de 28 años después pende de un hilo durante todo su metraje, y la aparición de Jimmy (O’Connell) y sus teledrugos apunta en la dirección de una gran impostura, un todo vale al gusto de la crítica y la cinefilia de hoy. Pero también es cierto que esa arbitrariedad forma parte de una apuesta sin complejos por el riesgo, poco común en las resurrecciones de franquicias que nos asolan. Ese riesgo se deriva de un curioso pulso creativo entre Danny Boyle —que ha perdido peso específico como director en los últimos años— y Alex Garland —que lo ha ganado en cambio, sin que tengamos claro todavía el motivo—.

Boyle, Garland, el director de fotografía Anthony Dod Mantle y el productor Andrew Macdonald alumbraron hace casi cuarto de siglo el origen de la saga: 28 días después (2002), una producción de guerrilla que se erigía en excelente revisión del subgénero terrorífico de los muertos vivientes, reformulados como infectados rabiosos. 28 días después partía de John Wyndham y George A. Romero y se proyectaba hacia el futuro, hacia nuestros tiempos, en base a un revolucionario trabajo en el marco del mainstream con la fotografía digital y el montaje. Ese desafío formal se correspondía con la plasmación de preocupaciones de entresiglos vinculadas al activismo medioambiental, la amenaza de pandemias globales y un colapso civilizatorio, la paranoia posterior al 11-S, y el anhelo de modelos de familia y sociedad con el potencial de reemplazar a los tradicionales.

Todo ello, sin descuidar la naturaleza intransferiblemente británica de 28 días después. Danny Boyle ha sido uno de los cineastas más interesados en las últimas décadas por el rumbo de su país y, por extensión, las sociedades globalizadas del capitalismo tardío —Tumba abierta (1994), Slumdog Millionaire (2008)…—, desde perspectivas posibilistas, cuando no cínicas, acerca de la supervivencia de los individuos en sistemas marcados por las desigualdades de clase y las morales hipócritas. Una cualidad muy presente en la primera mitad de 28 años después: quienes pretenden escapar a los infectados —cuya organización en clanes primitivos les hace aún más peligrosos— han formado una comunidad isleña cuya ambigua descripción por Boyle responde según los momentos a un folk horror, una comedia de la Ealing, su Trainspotting (1996) o un drama kitchen sink.

El colapso civilizatorio, nos dice Boyle, ya ha tenido lugar —y no solo en Gran Bretaña, nos permitimos añadir—. El director sigue la estela de George Orwell al combinar añoranza y crítica en su retrato alegórico de una Inglaterra post-Brexit y xenófoba, un espacio para la fábula alucinatoria, deudora de cierta idea del nonsense inglés, que culminan las expediciones del pequeño Spike (Alfie Williams) al mainland, primero como protegido de su padre, Jamie (Aaron Taylor-Johnson), y después como protector de su madre, Isla (Jodie Comer); auténticos descensos por la madriguera del conejo, viajes iniciáticos jalonados por la pesadilla y la maravilla. Véase la escena de persecución en el istmo o las noches en la casa abandonada y una abadía en ruinas —cita por otro lado a 28 días después—.

El carácter (meta)referencial de ese universo weird, subrayado por la inclusión bizarra de determinadas canciones y fragmentos elegíacos de cine clásico y documental, es fundamental para entender 28 años después. Como ya sucedía en la reivindicable T2: Trainspotting (2017) —cuya visión de Gran Bretaña no era menos crepuscular— respecto de Trainspotting, la película que nos ocupa está lejos de articularse como mero derivado de 28 días después. Sus imágenes y sonidos funcionan durante los minutos iniciales como vorágine audiovisual de tintes expresionistas, ensayísticos y hasta performativos, mediante la cual Boyle piensa los imaginarios identitarios y fílmicos latentes bajo su propuesta actual y la original.

Un pensamiento que cabe extender a su apología renovada del montaje disruptivo y de unas texturas digitales tan bellas como inquietantes, debidas a múltiples sistemas de grabación: cámaras en mano, drones, móviles… Si 28 días después ligaba la esperanza de que el Hell tuviese la oportunidad de ser un Hello a la adopción arriesgada de un paradigma digital que rompía con las hegemonías industriales, ideológicas y del relato que sustentó durante un siglo el celuloide, 28 años después nos advierte de que nos las hemos arreglado para instalarnos en otro infierno, el de la imagen digital nada, contra el que Boyle y Anthony Dod Mantle se rebelan aun a riesgo de caer ocasionalmente en el kitsch.

La segunda parte de la película se sosiega formalmente, y debe más por tanto a la escritura de Alex Garland, capaz como siempre de lo mejor y lo peor con una diferencia de minutos —recuérdense Aniquilación (2018) o Civil War (2024)—. Las especulaciones habituales de Garland en torno a los escenarios geográficos y morales poshumanos se reiteran en el tramo de 28 años después correspondiente al Templo de los Huesos y el destino de Isla, que alcanza cotas de una emoción singular aunque las reflexiones acerca del memento mori y el memento amari y sus consecuencias pequen de precipitadas.

Otra de las inquietudes recurrentes de Garland, las servidumbres implícitas en las asignaciones de género, desemboca en paradojas ingeniosas —Spike repudia los modos y maneras de su padre solo para convertirse en el protector, el padre imaginario de Isla— pero también en una codificación irreflexiva de la organización de los infectados en torno a machos alfa y, en un paralelismo problemático, su retrato de mujer no infectada: dependiente, limitada a la experiencia de la maternidad propia o por persona interpuesta, y motor dramático de las peripecias de los protagonistas masculinos. En cualquier caso, 28 años después sale airosa de su condición de legacy sequel a golpe de heterodoxia e imperfecciones que dan juego para el debate cinéfilo. A la espera de dos secuelas que podrían emular las conclusiones de Soy leyenda28 Years Later Part 2: The Bone Temple (Nia DaCosta, 2026), ya rodada, y 28 Years Later Part 3 (Danny Boyle, ?)— esto nos parece suficiente.

  • Montaje: Jon Harris
  • Fotografía: Anthony Dod Mantle
  • Música: Young Fathers
  • Distribuidora: Sony Pictures