Misión imposible: Sentencia final
- Dirección: Christopher McQuarrie
- Guion: Christopher McQuarrie, Bruce Geller, Erik Jendresen
- Intérpretes: Tom Cruise, Hayley Atwell, Simon Pegg, Pom Klementieff, Ving Rhames, Esai Morales…
- País: EEUU
- Género: Acción, espionaje
- 169 minutos
- Ya en cines
- «El agente Ethan Hunt continúa su misión de impedir que Gabriel controle el tecnológicamente omnipotente programa de IA conocido como «la Entidad».»
Por Elisa McCausland y Diego Salgado
Los críticos y periodistas desplazados al Festival de Cannes, donde tuvo lugar la première mundial de la octava ¿y última? entrega de la franquicia de espionaje protagonizada y producida desde 1996 por Tom Cruise, coincidieron en señalar que conviene cifrar en dos escenas de acción el disfrute de Misión Imposible: Sentencia final, ya que la película se halla por lo demás lastrada por un exceso megalomaniaco de metraje, complicaciones argumentales superfluas, interminables diálogos explicativos, la sumisión de los actores a la supremacía de Cruise y una puesta en escena rutinaria, sustentada en el encuadre holandés y el plano/contraplano
Todo es cierto. Hasta el punto de que Misión Imposible: Sentencia final se cuenta entre las aventuras más feas y tediosas de Ethan Hunt. Pero conviene hacer dos precisiones al respecto. La primera es que las escenas de acción resultan asimismo discutibles, pues el sentido de la tensión y el espectáculo que pudieran albergar ha quedado sepultado por el narcisismo de Cruise, cuyas acrobacias en solitario por tierra, mar y aire ya no tienen otro objetivo que testimoniar para la posteridad su pulsión de muerte y negar con aspavientos la irrelevancia esencial de lo que lleva haciendo demasiado tiempo. La segunda precisión sobre el juicio crítico reiterado en Cannes es que no hay ningún problema en Misión Imposible: Sentencia final que no estuviese apuntado, incluso subrayado, en su predecesora, Misión Imposible: Sentencia mortal – Parte 1 (2023), por mucho que haya críticos y cinéfilos insistiendo en alabarla todavía a fecha de hoy, con lo que tan solo consiguen hacer de menos las dos primeras y muy superiores colaboraciones de Cruise y el director Christopher McQuarrie en la saga: Misión Imposible: Fallout (2018) y, sobre todo, Misión Imposible: Nación secreta (2015).
Podría pensarse incluso que Cruise y McQuarrie son conscientes de los errores cometidos en Misión Imposible: Sentencia mortal – Parte 1, o quizá la escritura y producción de la película que nos ocupa ha sido tan accidentada que de ello se han deducido sin pretenderlo algunos puntos positivos. La continuación de la carrera contrarreloj de Ethan y sus amigos para evitar que una inteligencia artificial domine el mundo o caiga en las manos equivocadas se abre con una interpretación del mítico tema de Lalo Schifrin sobre el logo de la Paramount que transmite las vibraciones de un musical; y, hasta que ¡veinticinco minutos después! aparecen los créditos de cabecera, lo cierto es que la película juega a decodificar la literalidad del filme previo y claves frecuentes en la saga por la vía del impromptu, la cadencia rítmica de determinadas líneas de diálogo y la abstracción: escenas breves, sumidas en el blanco y negro, descontextualizadas de localizaciones suntuosas, con personajes semejantes a sombras que juegan al escondite con los demás y situaciones resueltas con elipsis sorprendentes. La inmersión de Ethan en La Entidad, un viaje entre lo lisérgico y lo cósmico en un nuevo estadio de la realidad diegética y la ficción cinematográfica, representa la máxima expresión en el intento por sublimar los lugares comunes del universo Misión Imposible con un pretexto inmejorable, las inteligencias artificiales.



Sin embargo, Misión Imposible: Sentencia final prefiere volver a centrarse tras esos títulos de crédito en las dinámicas erróneas de su predecesora, e intensifica problemas apenas esbozados en aquella y Misión Imposible: Fallout, como la creación artificiosa de una gran familia a lo Fast & Furious cuyos miembros tienden a la impersonalidad y lo intercambiable, y la pretensión de erigirse en legacy sequel con el fin de homenajear la franquicia pero, sobre todo, de legitimar artísticamente su evolución industrial a lo largo de tres décadas, lo que se traduce en flashbacks de enorme torpeza y la recuperación forzada de personajes tan aleatorios como Donloe (Rolf Saxon). No parece casual que Tom Cruise haya ofrecido estos días unas declaraciones promocionales a Sight & Sound bajo cuya pasión desaforada por el cine late el intento de vender su carrera en puertas de la tercera edad en términos de productor/actor/autor.
Cruise no entiende, o no le conviene entender, que el mayor activo de series como Misión Imposible radica, no en un simulacro de continuidad bajo el signo del trauma, los trampantojos dramáticos y narrativos y el comercio con un grupo de películas; sino, por el contrario, en su capacidad de reinvención con cada entrega, mediada por circunstancias creativas e industriales únicas. De este modo, cada una de ellas es igual y al mismo tiempo difiere por completo de las otras. El éxito de la cultura de masas y mitos como Ethan Hunt —o Sherlock Holmes, o Ellen Ripley, o la princesa Zelda— responde a su poder inagotable para renacer a cada tanto con formas impetuosas y proteicas, desbordantes, solo asimilables por el pulp. Vale la pena traer a colación las palabras del propio Tom Cruise a punto de estrenar Misión imposible 2 (2000): “No he pensado en ella como un derivado de Misión imposible. No he querido que dependiese de nada previo. Cuando ves el estilo que le ha brindado el director John Woo (…) Espero que hayamos dado en Misión imposible 2 con un tono y personajes diferentes (…) Es una película distinta y, aún así, es una Misión imposible. Nunca se ha pensado como una continuación, como una secuela directa”.



La larga colaboración de Cruise con su minion, Chris McQuarrie, que ha llevado al primero a encerrarse en Misión imposible como si fuera su juguete y para perpetuar su estatus de estrella, ha sido por tanto un error. Ha conducido a un callejón sin salida, como pone de manifiesto la conversión del baile de máscaras/identidades que siempre ha caracterizado estas películas en el monólogo peripatético de un único personaje —no Ethan Hunt sino Tom Cruise—, cuya obsesión por correr para escapar de sí mismo ha derivado en una vuelta suicida sobre sus propios pasos. En el empeño baldío por dar cohesión a las ocho películas hay un detalle tan molesto como significativo, la relectura de la pata de conejo sobre la que giraba Misión imposible 3 (2006); un macguffin de manual, “un vacío, una nada”, como explicaba uno de los grandes referentes de estas películas, Alfred Hitchcock, “que ha de ser importante para los personajes pero no para el creador, cuyo objetivo es la intriga, el suspense (…) que el público olvide el macguffin, que se olvide de sí mismo”.
Para Hitchcock —como para J.J. Abrams en Misión imposible 3—, el macguffin “no necesita ser serio, al revés, es mejor que sea irrisorio”. Pero Cruise y McQuarrie —como los responsables de los últimos James Bond— pecan de lo contrario, de jugar a lo trascendente con La Entidad, el azar y el destino, sacrificando en el altar de esa gravedad impostada lo más reivindicable de la cultura pop y de Ethan Hunt, cuya ambigüedad como personaje ha quedado reflejada en las definiciones variopintas que se han hecho de él a lo largo de las ocho películas: desde su condición de “factor impredecible de la ecuación” a la de “manifestación viviente del destino”, exactamente lo mismo que podría decirse de la historia del cine de gran espectáculo y de esta franquicia en particular. En Misión imposible: Sentencia final, Cruise pasa a ser equiparado en cambio con dios: se cree en él a pies juntillas, salva nuestro mundo con una llave-crucifijo, resucita de entre los muertos, y se le confía con ojos cerrados la custodia de la mayor amenaza contra la humanidad que ha existido. Resulta inquietante que Cruise erija esa imagen de sí mismo en pantalla, aunque, todo hay decirlo, Dios consumó su creación del mundo en siete días con más acierto que el de Cruise a la hora de rematar las ocho entregas de Misión imposible.


- Montaje: Eddie Hamilton
- Fotografía: Fraser Taggart
- Música: Lorne Balfe, Max Aruj, Alfie Godfrey
- Distribuidora: Paramount Pictures