Doctor Strange en el multiverso de la locura
(Doctor Strange in the Multiverse of Madness)
- Dirección: Sam Raimi
- Guion: Michael Waldron, Jade Halley Bartlett
- Intérpretes: Benedict Cumberbatch, Elizabeth Olsen, Benedict Wong, Rachel McAdams, Chiwetel Ejiofor, Xochitl Gomez
- Género: Drama
- País: Fantástico
- 126 minutos
- Ya en salas
«Viaja a lo desconocido con el Doctor Strange, quien, con la ayuda de tanto antiguos como nuevos aliados místicos, recorre las complejas y peligrosas realidades alternativas del multiverso para enfrentarse a un nuevo y misterioso adversario.»
Por Elisa McCausland y Diego Salgado
Las películas de superhéroes siempre son más interesantes cuando aspiran a la grandeza. Es decir, cuando dejan a un lado el solipsismo autocomplaciente y establecen sinergias con miradas personales y otros géneros del cine popular. En este sentido, la vigésimo octava entrega del Universo Cinematográfico Marvel es la más recomendable desde la décimo séptima, Thor: Ragnarok (2017). No es que estemos ante una obra maestra, pero Doctor Strange en el Multiverso de la Locura intenta al menos jugar con los imaginarios estandarizados por el estudio desde hace ya demasiados años. Sus planteamientos audiovisuales ahondan en la personalidad de los protagonistas y la naturaleza de sus poderes, y en un diálogo fructífero del registro superheroico con el del terror.
Lo que nos cuenta Doctor Strange en el Multiverso de la Locura es irrelevante, por supuesto. Como ha señalado nuestro compañero de página, Roberto Morato, la ficción Marvel funciona como universo inmersivo en el que sus fans se quedarían a vivir. Casi ninguno está interesado en toparse con relatos cuyas tramas y arquetipos amenacen con alterar su visión del mundo. El signo más evidente de ello es la importancia que han cobrado los multiversos en la fase IV del Universo Cinematográfico Marvel. Los multiversos apuntan a las posibilidades infinitas de los personajes y las historias para tomar rumbos diferentes a los acostumbrados, aunque, al final, en Marvel dichos rumbos sean indiferenciables entre sí. Su objetivo último es retroalimentar las propiedades intelectuales que gestionan Kevin Feige y los suyos.
Es algo que Doctor Strange en el Multiverso de la Locura delata en cada uno de los encuentros que mantiene nuestro hechicero favorito con viejos conocidos como Wong y la Bruja Escarlata, nuevas incorporaciones como América Chávez, y superhéroes reciclados de otros estudios. Los traumas que llevan a unos y otras a explorar distintas realidades y versiones de sí mismos dan lugar a cavilaciones apreciables sobre nuestras elecciones vitales, las oportunidades perdidas y nuestras ensoñaciones de futuro; pero, a nivel narrativo, no son sino pretextos de orden casi televisivo para idas y venidas de los personajes más gratuitas a cada minuto que pasa y para unos diálogos marcados por el exceso de información en torno a eventos pasados y sucesos por venir. El Universo Cinematográfico Marvel ha condenado cada escena de sus películas a ejercer como síntesis o tráiler del conjunto.
Afortunadamente, la sustitución tras la cámara de Scott Derrickson —director del primer filme sobre el Doctor Strange— por Sam Raimi demuestra que Kevin Feige sigue mostrando una cierta sensibilidad hacia las facetas sobrenaturales y terroríficas del superhéroe encarnado por Benedict Cumberbatch. Por mucho que, como Derrickson en la película previa, resulte obvio que Raimi tiene un margen limitado de maniobra en Doctor Strange en el Multiverso de la Locura. En su caso debe sumarse que llevaba casi una década sin realizar un largometraje y que entró en el proyecto cuando a punto estaba de iniciarse su rodaje.
Raimi referencia con ánimo juguetón excelentes películas propias como Posesión infernal (1981), Darkman (1990) y Rápida y mortal (1995). Apuesta por un grand guignol que reinventa digitalmente los efectos especiales prácticos de los años ochenta. Y libera aquí y allá cámara y montaje del talante burocrático habitual en el estudio. Eso basta para que Doctor Strange en el Multiverso de la Locura sea divertida, en ocasiones insólita, y señale a la imagen Marvel direcciones mucho más pulp de las que se atreve a transitar hoy por hoy.
La Bruja Escarlata como fuerza desatada con el rostro bañado en sangre, la caída del hechicero y América Chávez por universos que se suceden como splash pages, Strange como muerto viviente animado por almas en pena o con la frente desfigurada por un grotesco tercer ojo, son momentos memorables. El tiempo dirá si la presencia de Sam Raimi en este ciclo de películas abre la puerta a universos alternativos más sugerentes que los vistos hasta ahora o si, como está sucediendo en la ficción, su aportación ha sido anecdótica, un simulacro de que algo cambiaba para que todo siga igual.
- Fotografía: John Mathieson
- Montaje: Bob Murawski, Tia Nolan
- Música: Danny Elfman
- Distribuidora: Disney