Festival D’A: de Rohrwacher a Breillat, maestras

Tenemos claro que el futuro del cine es mujer, pero también lo fue el pasado, con casos como el de la francesa Catherine Breillat, y el presente, como lo demuestra la Rohrwacher, la mejor cineasta en activo en Italia ahora mismo. Por Philipp Engel

No hay etiqueta más absurda que la de “cine de mujeres”, como si todas las personas binarias que no son hombres fuesen a tener el mismo punto de vista, como si todo el “cine de hombres” hubiese sido compacto y homogéneo, definido únicamente por la mirada masculina. Afortunadamente, estamos a esto [separación muy pequeña entre el pulgar y el índice formando un O todavía no cerrada del todo] de alcanzar la ansiada igualdad de oportunidades, y de recompensas, para que este tipo de distinciones, explicables, y necesarias, sobre todo, desde un punto de vista reivindicativo, dejen de existir. Queda poco para que se le deje de dar importancia al género del director o directora de la película que hayamos escogido. Nosotros contamos los días. Sea como fuere, en el D’A han aterrizado estos días dos cineastas mayúsculas que lo único, o de lo poco, que tienen en común es que son mujeres: Alice Rohrwacher y Catherine Breillat. 

A estas alturas, todo el mundo sabe que La quimera, cuarto largo de ficción de la italiana Alice Rohrwacher es una obra maestra que bien podría haber ganado la Palma de Oro en Cannes. Rohrwacher llegó a Barcelona para presentar la película, conversar con el crítico Manu Yáñez y llevarse el premio D’A 2024. La película, que se estrena la próxima semana, es una belleza que combina diversos formatos de celuloide (16 mm, 35 mm, Super 16) al estilo de su amigo Pietro Marcello, que en esta ocasión (después de que codirigieran, junto a Francesco Munzi, el documental Futura) ha colaborado en el guion. Además de la estética, Marcello y Rohrwacher comparten una poética, ineludiblemente política, de los arrabales de la sociedad. Si en El País de las Maravillas (2014), era aquella familia de apicultores, que acogía a un delincuente en vías de reinserción, o en Lazzaro feliz (2018) teníamos una comunidad de campesinos explotados por una marquesa que los mantenía alejados del mundo, aquí también hay un hombre recién salido de la cárcel (Josh O’Connor), que regresa a una comunidad cuya matriarca (Isabella Rossellini) no acaba de controlar todo lo que ocurre bajo su tutela. Se ha hecho mayor. 

La película vuelve a tener un toque entre vintage y atemporal, entre realidad y fantasía: el personaje de O’Connor, al que todos llaman “el inglés”, tiene el don de detectar tumbas etruscas, que sus compañeros saquean, y luego venden a prestigiosas entidades culturales frente a las que nuestra querida Alba Rohrwacher tiene un papel esencial. A esto se suma la relación clandestina entre Josh y la no menos encantadora Carol Duarte, actriz brasileña que nos recuerda a la Rossellini de joven. Cuando la película pasó por Cannes, el argentino Diego Batlle (al menos que fuese el otro Diego, Lerer) escribió que La quimera tiene bastante de Aquele querido mes de agosto, de Miguel Gomes, y eso es muy cierto, sobre todo, en la escena de la fiesta popular, en la que el inolvidable baile de Duarte acapara comprensiblemente todas las miradas, también con un punto entre Loren, Magnani y Mangano. Qué decir más de una película que es encantadora de principio a fin, una vez más iluminada y tocada por la gracia de la gran directora de fotografía Hélène Louvart. 

Hablando de los calores del verano, El último verano nos recordó la existencia de Catherine Breillat, una cineasta marginada en la industria francesa, que llevaba sin dirigir desde los tiempos ya algo remotos de Abus de faiblesse (2013). El D’A pone el foco en ella con nueve películas que se proyectan en la Filmoteca de Catalunya. Toda su carrera, que arranca a mediados de los 70 con Una chica de verdad (1976), está marcada por una exploración sin tapujos, a menudo controvertida, del deseo femenino, dejando patente que este también puede llegar a ser transgresor en el más brutal de los sentidos: hablamos de fantasías de violación. En El último verano no llega tan lejos, aunque de nuevo, fiel a sí misma, se abstiene de cualquier juicio moral a la hora de recrear la relación, forzosamente clandestina, que se entabla entre un adolescente, encarnado por Samuel Kircher (ojo que es el hermano de Paul Kircher, visto en el D’A con Dialogando con la vida, de Honoré, y ambos son hijos de Irène Jacob, esa actriz maravillosa que podría haber sido mucho más) y su madrastra, a la que da vida una enorme Léa Drucker. No sólo es él quién la seduce, sino que ella,  en un papel realmente sorprendente, mientras dura esta aventura con fecha de caducidad, recupera el fulgor en las mejillas de una adolescente, cual celebración de la vida. Todo muy Breillat.