Jurassic World: El renacer

  • Dirección: Gareth Edwards
  • Guion: David Koepp
  • Intérpretes: Scarlett Johansson, Mahershala Ali, Jonathan Bailey, Rupert Friend, Manuel García Rulfo…
  • País: EEUU
  • Género: Aventuras
  • 134 minutos
  • Ya en cines

  • «Cinco años después de los acontecimientos de Jurassic World Dominion, la ecología del planeta Tierra ha demostrado ser insoportable para los dinosaurios. Los pocos que quedan viven en ambientes aislados en las regiones ecuatoriales, donde el clima se parece al que conocieron antaño. Las tres criaturas más grandes dentro de esta biosfera tropical tienen en su ADN la clave para fabricar un medicamento que aportará beneficios milagrosos a la raza humana. Zora Bennett, una experta en operaciones encubiertas, es contratada para dirigir a un equipo de especialistas en una misión secreta cuyo objetivo es conseguir el material genético.»


Por Diego Salgado & Elisa McCausland


Cuando hasta Jia Zhangke ha fundamentado A la deriva (2024) en imágenes y figuras del pasado a fin de poder aprehender con más precisión la «estructura de sentimientos» (Raymond Williams) del presente, y el segmento rodado en nuestros días resulta el más endeble con diferencia de su película, es que algo no cuadra hoy por hoy a la hora de trasladar nuestras experiencias de vida, caracterizadas por la precariedad y la incertidumbre más absolutas, en imaginarios inéditos a la altura.

¿Nos refugiamos en los imaginarios de ayer porque brindan refugio, un consuelo, al carácter volátil de lo que nos rodea? ¿Porque cuanto registramos en la actualidad con la cámara es presa inmediata de una codificación en clave de contenido, comunicación y mercancía que se valida o desecha con un mero gesto, como hacemos y se hace con nosotros en el día a día? En otras épocas, optábamos por despedir en la estación del presente el tren donde viajaban las imágenes conjugadas en el pasado, hasta que articulaban a cierta distancia un reino de las sombras donde esperaban con paciencia a tener la oportunidad de inspirarnos, de dialogar con las imágenes generadas posteriormente; ahora, hemos decidido reconducir dicho tren hacia el futuro, arrojando sobre el horizonte la sombra de las imágenes de ayer, que impide alumbrar una estampa nítida, especial, distintiva de nuestro propio camino.


Como consecuencia, en palabras de Peter Sloterdijk, el color adoptado por el horizonte de nuestras sociedades es el gris, «una vaga simbiosis de percepciones (asentadas) en lo forjado por tiempos añejos (…) una región intermedia atravesada por la costumbre y una sensación de vagos peligros». Como venimos analizando desde hace unos años en esta y otras publicaciones, el cine comercial ha sucumbido con virulencia especial a esa grisura intermedial de los imaginarios, lastrada asimismo por la rutina y amenazas difusas, aunque los éxitos de Barbie (2023), Los pecadores (2025) y F1: La película (2025) señalen tímidamente un cambio de tendencia. Por limitarnos a los últimos meses, hemos escrito sobre la erudición aburguesada que ponía de manifiesto Nosferatu (2024) a partir de Nosferatu (1922), la clonación que representó Vaiana 2 (2024) respecto de Vaiana (2016), y, a propósito de Cómo entrenar a tu dragón (2025), sobre las versiones live action de éxitos animados del pasado como depositarias involuntarias de un potencial para el cambio.


Jurassic World: El renacer nos permite, como diría Donna Haraway, seguir con el problema, estudiar la reiteración de parentescos cinematográficos sin caer en la aceptación acrítica de una determinada coyuntura —esa “falta de imaginación” que se achaca a Hollywood cuando cabría hablar en realidad de imaginación secuestrada—, sino para detectar la genética identitaria de cada imaginario y sus posibles mutaciones. En el caso de la franquicia iniciada por Parque Jurásico (1993), su base es precisamente la genética: en la ficción, la de los dinosaurios, recuperada y manipulada para recrear a las criaturas antediluvianas con intenciones lúdicas y corporativas, aunque los resultados sean una y otra vez desastrosos; y, fuera de la ficción, las hibridaciones entre los registros a que se adscribe esta serie de películas: la acción, el suspense, la ciencia ficción.

 Dicho mix de géneros fue abordado por Parque Jurásico y sus secuelas de 1997 y 2001 con un pie en la aventura tradicional y otro en la filosofía del simulacro posmoderno y digital. Jurassic World (2015) y sus derivados de 2018 y 2022 recogieron el testigo con una sensibilidad metamoderna, dubitativa, en torno al rumbo a seguir tras la fórmula ya establecida por sus predecesoras; una suerte de ironía sincera que, en la entrega que nos ocupa, da lugar a líneas de diálogo tan hilarantes —quién sabe si autocríticas o dirigidas con intención a los fans irredentos de la franquicia— como aquella en la que un personaje reflexiona que “la gente se harta de que le des siempre lo mismo, hay que ofrecer novedades”.

Como puede imaginar el lector, Jurassic World: El renacer, cuyo guion se debe no por casualidad a uno de los guionistas implicados en los inicios de la saga allá por los años noventa, David Koepp, tiene poco de renacer; se trata más bien de la séptima vuelta de tuerca a la idea de un grupo de exploradores con personalidades esquemáticas y objetivos divergentes —los idealistas, los mercenarios, los representantes de la familia estándar— que se ven obligados a enfrentarse por la razón artificiosa que sea a tiranosaurios rex, velociraptores y demás bestias fuera de control, en una u otra de las islas que han florecido a golpe de continuaciones  alrededor de la Nublar original. La máxima novedad es la estructura narrativa, similar a la de un videojuego por cuanto los protagonistas han de cumplir tres misiones por tierra, mar y aire, así como algunos elementos de la puesta en escena debida al británico Gareth Edwards, que inciden de lleno en la problemática de los viejos y los nuevos imaginarios.

Aunque sus realizaciones pequen de impersonales y de cierta vaciedad conceptual, Edwards ha demostrado con Godzilla (2014), Rogue One: Una historia de Star Wars (2016) y The Creator (2023) una capacidad estilística notable para devolver a argumentos apocalípticos y de la ciencia ficción gastados por el uso y el abuso a lo largo de décadas una energía renovada, gracias a su familiaridad técnica con los efectos digitales y el diseño de producción, su interés por convertir ambos apartados artísticos en protagonistas de sus ficciones mediante la imbricación detallista de sus mecanismos con las vicisitudes de los personajes, y una mirada afín a lo pictórico sublime que procura a sus películas un talante apegado menos a las codificaciones genéricas que a la expresión de lo inefable.

Todas estas cualidades se perciben, a través de una planificación precisa y hasta elegante, en Jurassic World: El renacer: desde el inquietante prólogo hasta el clímax final —hermanados por la filmación contra focos sangrientos de luz envueltos en brumas—, pasando por el bello encuentro en alta mar con los mosasaurios y la lucha en el hábitat de los quetzalcoatlus. Edwards no consigue únicamente recuperar para la franquicia un sentido de la maravilla y el terror ausente hasta de las entregas más heterodoxas hasta la fecha —pensamos por ejemplo en Jurassic World: El reino caído (2018)—; nos recuerda que los dinosaurios, en tanto manifestaciones de la biología, la cultura o la tecnología transgénica, resultan fascinantes en sí mismos pero, quizá en mayor medida, por ser la puerta de entrada a manifestaciones abisales de la vida en sí, ajenas a los constructos racionales del ser humano.

En este sentido, la presencia del distortus rex, una abominación surgida de experimentar con el ADN de los tiranosaurios rex y otros animales, es un golpe de efecto fácil, pero sirve además para aportar a las imágenes pulsiones lovecraftianas que nos llevan de cabeza a la ópera prima de Edwards, Monsters (2010), de la que Jurassic World: El renacer podría considerarse un remake encubierto, también en lo referido al impacto moral y emocional en los protagonistas humanos de su trato con lo monstruoso. Edwards por tanto no inventa nada con Jurassic World: El renacer, no crea imágenes nuevas, pero sí subvierte hasta cierto punto lo familiar, la sensación de aburrimiento que trae consigo prorrogar una de tantas sagas blockbuster de entresiglos condenadas a la extinción, con un regreso a los orígenes que atañe tanto al universo Parque Jurásico como a la trayectoria del último director implicado en el mismo. Es poca cosa, pero, como ha concluido el crítico Tim Robey, «a veces, que una secuela tardía luzca casi tan bien como el primer filme, y que revele auténtica pasión por los dinosaurios y sus ecosistemas, basta para que quepa hablar de una auténtica novedad».

  • Montaje: Jabez Olssen
  • Fotografía: John Mathieson
  • Música: Alexandre Desplat
  • Distribuidora: Universal Pictures