Los delincuentes

  • Dirección: Rodrigo Moreno
  • Guion: Rodrigo Moreno
  • Intérpretes: Daniel Elías, Esteban Bigliardi, Margarita Molfino, Germán De Silva, Laura Paredes, Mariana Chaud.
  • País: Argentina
  • Género: Drama
  • 189 minutos
  • Ya en cines

«Dos empleados de banco en un determinado momento de sus vidas se cuestionan la existencia rutinaria que llevan adelante. Uno de ellos encuentra una solución, cometer un delito. De alguna manera lo logra y compromete su destino al de su compañero.»

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

No vamos a descubrir a estas alturas que toda película es política. Por sus condicionantes intrínsecos de creación y producción, y por el papel que juega su estreno en el zeitgeist del momento. Los delincuentes es la apuesta argentina de este año por el Oscar a la mejor película internacional, y eso hace de ella una propuesta política por partida doble: podría entenderse como burla hacia los postulados anarcoliberales del presidente Javier Milei en torno a la inoperancia del cine argentino, y atenta contra los perfiles habituales en las películas extranjeras que buscan el reconocimiento de Hollywood, no en base a una idiosincrasia particular, sino a fórmulas genéricas susceptibles de calar en cualquier sensibilidad.

Los delincuentes apuesta por todo lo contrario: aborda el género ya universal del thriller sobre robos perfectos, pero hace de ello un pretexto para debatir la condición humana en la era del tardocapitalismo a través de tres largas horas plagadas de resonancias metafísicas y culteranismos típicamente argentinos; y, para desesperación de los apóstoles del libre mercado, concluye que la libertad tiene que ver menos con la explotación de los vectores socioeconómicos determinantes de nuestra cotidianidad que con una deconstrucción de la misma capaz de abocarnos a otro estado de conciencia, sustanciado en el poema de Ricardo Zelarayán La Gran Salina, que inspira una de las escenas más bellas de la película: «Estoy mirando el mapa, pero eso no explica nada (…) Las palabras muertas, muertas por no decir nada; misterio, por ejemplo, que sirve para no explicar lo inexplicable».

A quien haya visto las películas previas del guionista y realizador Rodrigo Moreno —El custodio (2006), Un mundo misterioso (2011), Réimon (2014)— no le sorprenderán las reflexiones de Los delincuentes sobre los tiempos y los espacios bajo el signo de la servidumbre laboral, su impacto en nuestra identidad y nuestras relaciones con el Otro, y una posibilidad de fugas que, dada la estricta codificación de las sociedades contemporáneas, han de resolverse como saltos al vacío. El cuarto largometraje de Moreno, sin embargo, hace gala de una mayor ambición audiovisual y discursiva que los anteriores. Sus protagonistas —o protagonista, pues, como indican sus nombres propios, los personajes del filme son variaciones y permutaciones del homo pragmaticus de hoy— son Morán y Ramón, dos empleados porteños de banca. Morán roba de la sucursal miles de dólares y convierte a Ramón en su cómplice involuntario: Mientras él se reconoce culpable del delito y cumple una pena de tres años y medio de cárcel, su compañero de trabajo esconderá en su domicilio el grueso del botín, que ambos se repartirán una vez haya cumplido Morán su condena.

Pero, como era de esperar, las cosas no salen como Morán las había planeado. Ramón y él se verán envueltos a lo largo de esos tres años y medio de espera en una insospechada revolución existencial que convertirá su (des)encuentro final en una ventana abierta a lo inefable. Rodrigo Moreno divide ese viaje de uno y otro personaje desde lo práctico a lo abismal, desde Buenos Aires a la Argentina rural, en dos capítulos tan antagónicos como complementarios, otra dualidad que acaba por ser la cara y la cruz de una moneda sin curso legal, un artefacto con el poder de reinventar sus sentidos.

Con una sensibilidad retromodernista y un humor lacónico afines a las películas de Jim Jarmusch y Aki Kaurismäki, el primer capítulo de Los delincuentes retrata a Morán y Ramón en su día a día alienado como empleados de banca y habitantes de la gran ciudad. El rigor extremo en lo relativo a la posición de la cámara y sus movimientos debe lo suyo a Robert Bresson —citado expresamente— y da lugar a escenas tan brillantes como los desplazamientos de los trabajadores por la sucursal cual ratas en un laberinto o el encuentro de Morán y Ramón en un bar, marcado por sugerentes juegos de reflejos.

Moreno juega además en esta primera parte a los ecos de Apenas un delincuente (Hugo Fregonese, 1949) y La tregua (Sergio Renán, 1974), clásicos del cine argentino en torno al malestar latente del individuo atrapado en las dinámicas de la vida moderna. El director ha puesto de manifiesto en varias entrevistas que su intención ha sido precisamente la de recoger el testigo de obras caracterizadas por el énfasis narrativo a la hora de tratar temas que también a él le interesan, para llevarlos en una dirección más acorde a su estilo. Como consecuencia, el segundo capítulo de Los delincuentes se abandona, sin miedo a aburrirnos o irritarnos, a la especulación y lo contemplativo, a interiores anómalos y exteriores solitarios. La cámara ya no escudriña, atiende con calma y hasta lirismo las experiencias catárticas de Morán en prisión y el progresivo distanciamiento del mundo al que se entrega Ramón. La insólita historia de amor que viven ambos en tiempos diferentes termina por apuntalar un relato en clave de sorpresas, paradojas y extrañeza, un cine de horas sin historia e historias que rompen en dos nuestras historias, con una veta literaria en la que convergen Jan Potocki y Paul Auster.

La armonía nada habitual de formas y argumentos subvierte los consensos realistas que moldean nuestra mirada sobre lo existente y su representación, y también lo que esperamos del cine en términos de narración con un propósito y un desenlace satisfactorios. A lo largo de la película se reitera la mención al tema musical de los Pappo’s Blues Adónde está la libertad (1971), pero Rodrigo Moreno se niega a responder la pregunta, consciente de que eso sería un alivio engañoso a nuestra angustia como trabajadores, consumidores, ciudadanos, seres humanos. Prefiere barajar una y otra vez ese interrogante hasta mudarlo en posibilidad, en horizonte.

  • Montaje: Karen Akerman, Manuel Ferrari, Nicolás Goldbart
  • Fotografía: Alejo Maglio, Ines Duacastella
  • Distribuidora: Filmin