Mantícora

  • Dirección: Carlos Vermut
  • Guion: Carlos Vermut
  • Interpretaciones: Nacho Sánchez, Zoe Stein, Catalina Sopelana, Javier Lago…
  • Género: Drama
  • País: España
  • 115 minutos
  • El 9 de diciembre en cines

«El veinteañero Julián es un exitoso diseñador de videojuegos que vive atormentado por un oscuro secreto. Cuando Diana aparece en su vida, Julián sentirá cercana la oportunidad de ser feliz»

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

«Imagino casi todo el tiempo, así soporto el dolor de vivir». Esta confesión de la escritora Cristina Peri Rossi sintetiza el cuarto largometraje de Carlos Vermut. Los protagonistas de Mantícora son Julián (Nacho Sánchez), un diseñador de personajes para videojuegos, y Diana (Zoe Stein), una estudiante de arte que cuida de su padre dependiente. Uno y otra se han esforzado por hacer más habitable cuanto les rodea refugiándose en los imaginarios únicos e intransferibles en que han cristalizado sus experiencias, sus vivencias culturales, el inconsciente de cada cual. Diana y Julián han logrado sobrevivir así a las inclemencias de la realidad, a los claroscuros de sus identidades respectivas. Pero, ¿qué sucederá cuando crucen sus destinos? ¿Qué traerá aparejada la colisión de sus imaginarios?

Mantícora puede que sea junto a Nop (2022) la propuesta más interesante de la temporada en lo que respecta al análisis de nuestra relación con las imágenes. Pero mientras la película de Jordan Peele aborda el tema desde el punto de vista de los imaginarios colectivos y la naturaleza del espectáculo audiovisual, la de Vermut explora los constructos íntimos, psicológicos, que nos llevan a sentirnos arropados por determinadas imágenes hasta el punto de conformar con ellas vastos universos interiores, obligados después a negociar con el mundo tangible.

Esto no quiere decir que Mantícora desdeñe las implicaciones sociales de nuestra pulsión individual hacia determinadas expresiones culturales, hacia determinadas imágenes. Por el contrario, otro de los grandes argumentos de la película es cómo cada época valida determinados imaginarios individuales, más aun, cifra en ellos la normalidad, y otros son considerados en cambio tabú. Tanto Diana como Julián son personajes frágiles, adaptados a la vida cotidiana con dificultad. Pero solo uno de ellos tendrá la oportunidad de legitimar su imaginario en la realidad, mientras que el otro se verá reducido a la condición de ser aberrante, merecedor de castigo.

Como han escrito J.V. Gutiérrez y R.R. García, los cómics y el cine de Carlos Vermut siempre han ahondado en las dualidades entre «lo bueno y lo malo, la imaginación y la realidad, lo vital y lo letal (…) merced a un complejo proceso intertextual y de miscelánea genérica en el que la creación y el disfrute de la cultura están relacionados con las carencias psicológicas». En el caso de Mantícora, hablamos de una historia de secretos inconfesables y amor weird con apariencia realista; tanto en su descripción de ambientes y su retrato de una generación desbordada por los espejismos audiovisuales, huérfana de afectos y certidumbres materiales y morales, como en sus apuntes algo literales sobre la representación y su impacto en actitudes y comportamientos. No por casualidad, una de las mejores escenas de la película —y del año— carece de aparato discursivo explícito. Nos referimos a la masturbación de Julián frente a un vacío en la pantalla que obliga perversamente al espectador a completar la imagen, a rebuscar en sus imaginarios.

En cualquier caso, esa fachada realista que apuntábamos alberga un sustrato arquetípico, lunar, coherente no solo con las inquietudes de Vermut sino con el hecho de que «las culturas primitivas entendían las imágenes como reflejo de su modelo material, demandaban de ellas un carácter mimético. La evolución nos ha permitido romper con esa idea. La imagen fragmenta la apariencia de las cosas y las épocas, evoca estadios míticos, imaginarios pre racionales de la conciencia individual y colectiva» (W.J.T. Mitchell). En Mantícora, Vermut pone en práctica esta concepción sofisticada de imágenes e imaginarios apelando a todo tipo de referentes alegóricos significativos —de Goya a René Laloux pasando por Gaston Casimir, Franz Roh y Alfonso Ponce de León— que acaban por alentar en su propia ficción una naturaleza liminal, en las lindes de lo fantástico; un territorio audiovisual donde se entremezclan imagos de sexo y muerte, lo prohibido y lo tenebroso, la percepción contemporánea de la imagen y los imaginarios atávicos del ser humano.

Como indica su título, Mantícora es una película sobre los monstruos alimentados por nuestras fantasías y su paradójica concreción ante la presión de la intolerancia colectiva. Sobre aparentes cuidadoras en la estela de Hestia que se nos descubren reencarnaciones de Diana, la cazadora. Sobre diosas y seres quiméricos cuyo influjo aún palpable en nuestro presente es puesto de manifiesto en Mantícora con recursos tan brillantes como la fábula del tigre en los compases iniciales y postreros de metraje, la proyección de los rasgos del pequeño Cristian (Álvaro Sanz Rodríguez) en los de Diana, el modo en que esta se cierne sobre Julián en momentos clave —véase la contemplación por ambos de Saturno devorando a su hijo (1823)—, el juego de gato y ratón por las calles de una Madrid desierta, la escena de sexo en tinieblas a la que presta su auténtico sentido una llamada telefónica, o las cariñosas palabras finales de Diana en catalán.

Es una pena que la precisión de la escritura de Vermut y su elegancia en el tratamiento de un asunto tan sensible como la pedofilia no hallen siempre una correspondencia precisa en el relato visual, aquejado a veces del talante prosaico que se pretende intervenir y de un desequilibrio entre la primera mitad, de ritmo pausado, y una segunda donde los acontecimientos se precipitan de forma algo inverosímil. Aun así, en un 2022 marcado curiosamente para el cine español por las resonancias ancestrales y mistéricas —Secaderos, El agua, Venus, Irati, Viejos, Espíritu sagrado, La consagración de la primavera—, Mantícora se cuenta entre los títulos más destacables de la tendencia. Su apuesta no pasa porque lo eterno se amolde a los códigos políticos y culturales del presente, sino porque estos demuestren que son dignos de toda una tradición de fantasía y pensamiento en torno a las imágenes, los imaginarios, las vertientes insondables de la condición humana.

  • Fotografía: Alana Mejía González
  • Montaje: Emma Tusell
  • Música: Alberto Torres
  • Distribuidora: BTeam Pictures