San Sebastián 22 #2: El triángulo de la tristeza

Para su gran regreso a Cannes, tras arrasar con The Square, Ruben Östlund sacó la artillería pesada con esta virulenta sátira marxista, generosa e impredecible. Un gran rato de diversión que llega ahora a la sección Perlas del 70 Festival de San Sebastián, que recoge algunos de los grandes hits de la temporada festivalera. Aquí una flamante nueva Palma de Oro ante la cual es francamente difícil no acabar riendo a carcajadas. 

Después de pasar unos días investigando las proyecciones y deslizándonos entre los espectadores que corren del Kursaal al Principal, y de ahí hasta Tabakalera, inevitablemente llega un momento en que todos queremos dejarnos llevar. ¿Qué mejor que pasar por alguno de los hits de Perlas, y quién mejor que el sueco para ofrecernos este tipo de sesiones cañeras? Triangle of Sadness (El triángulo de la tristeza) comienza como una radiografía de una pareja de influencers-modelos y su problemática relación con el dinero (que recuerda a los mejores momentos de malestar en Fuerza mayor), antes de embarcarlos a bordo de un yate para un crucero de ricos muy ricos, con un capitán marxista y alcohólico al timón (el genial Woody Harrelson). Tras el previsible naufragio, la última parte enviará a un puñado de supervivientes del barco (clientes y empleados, ahora mezclados sin distinción) a una isla en modo náufragos, momento en el que las relaciones de clase se dinamitarán saltando por los aires. Tanto contenido para el programa gourmet que la película se desarrolla durante 2h30 minutos, que afortunadamente pasan como un suspiro. 

Como sabemos, Östlund tiende a molestar y dejar en un segundo plano a todos aquellos que no soportan su forma de cargar el barco. Cierto es que este moralista nunca moralízante, virtuoso de la sincronización cómica, no se anda con chiquitas. Su mirada es siempre mordaz, cruel y mezquina, pero su capacidad para hacer que todo se derrumbe (literalmente) es sin duda algo muy agradable, muy estimulante. Y queráis o no, el episodio de la comida en medio de una tormenta en el barco que termina una erupción colectiva de mierda y vómito quedará como el hilarante clímax una escena ya mítica de la comedia reciente. Lo que salva a su cine del morbo clínico de un Haneke o de una entomología rancia a la Seidl es precisamente esta forma de plasmar personajes a menudo odiosos y sin embargo extrañamente entrañables en su cobardía y lucidez. Como diría Rajoy: cuanto peor, mejor. Para el suyo beneficio.