The Beast (La bestia)

  • V. O.: La Bête
  • Dirección: Bertrand Bonello
  • Guion: Bertrand Bonello (Libro: Henry James)
  • Intérpretes: Léa Seydoux, George MacKay, Dasha Nekrasova, Julia Faure, Guslagie Malanda…
  • País: Francia
  • Género: Fantástico
  • 146 minutos
  • Ya en cines

«En un futuro cercano, donde la inteligencia artificial reina, las emociones se han convertido en una amenaza. Para librarse de ellas, la joven Gabrielle decide purificar su ADN en una máquina que la sumergirá en sus vidas pasadas. Allí se reencuentra con Louis, su gran amor. Pero está abrumada por el miedo y por la sensación de que la catástrofe se avecina. Un historia ambientada en tres períodos distintos: 1910, 2014 y 2044.»

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

Como la nueva película de Patric Chiha, que reseñamos hace un par de semanas, el undécimo largometraje de Bertrand Bonello se inspira libremente en La bestia en la jungla (1903), de Henry James. La novela corta de James gira en torno a John, un joven despectivo con las vivencias que salen a su encuentro —incluyendo los sentimientos hacia él de su mejor amiga, May— porque cree o quiere creer que un acontecimiento excepcional, prodigioso, le espera agazapado a la vuelta de la esquina. La existencia de John se consume así entre el deseo y el temor a la manifestación de una bestia salvaje, un apocalipsis, que legitime su cobardía para afrontar los imponderables sentimentales del día a día, para despertar su bestia interior. Como consecuencia, escribe James, «ninguna pasión había tocado jamás a John (…) había sobrevivido y divagado y languidecido, pero ¿dónde estaba su profunda devastación? (…) El conocimiento de las cosas no le había llegado de la mano de la experiencia (…) Su destino escogido se había cumplido con creces: era el perfecto ser humano de su tiempo, a quien nunca iba a sucederle nada».

Resulta tan curiosa como entendible la coincidencia en la cartelera de dos producciones galas basadas en el texto de James. Al fin y al cabo, la práctica del sexo entre los franceses ha caído en los últimos años a mínimos históricos. Aunque el filme de Chiha, La bestia en la jungla, apueste por la alegoría ubicada en un espacio único a fin de poner en solfa el miedo a envejecer y el hedonismo de marca blanca que practican compulsivamente los millennials y bajo el que late una vaciedad intelectual y afectiva aterradora, mientras que La bestia de Bertrand Bonello aspira a tener un mayor alcance. Bonello empieza por situarnos en un futuro cercano donde está mal visto sucumbir a las emociones. Con recelo, pues acaba de conocer a un joven, Louis (George MacKay), hacia el que se siente atraída, Gabrielle (Léa Seydoux) acepta alinearse con el espíritu de la época y recurre a un servicio capaz de purgar de su ADN la huella de los sentimientos que agitaron a sus antepasadas. Esa excusa fantacientífica permite a Bonello alternar la acción de La bestia entre tres líneas temporales —2044, 1904, 2014— en las cuales diferentes versiones de Gabrielle y Louis se enfrentan al desafío de abandonarse a la pasión amorosa y sus abismos, a las garras y los ojos inyectados en sangre de sus bestias interiores, en contra de los dictados ideológicos, las convenciones sociales y las programaciones de género de una y otro. Bonello pone en la picota una idea de placidez, de aversión a lo infernal y lo sublime, que hoy, como ayer y como mañana, está destinada a perpetuar estilos de vida timoratos y conformistas. Algo que puso de manifiesto hace cuatro años la reacción generalizada ante la pandemia de COVID-19, que arroja su sombra sobre el retrato que hace la película de un futuro próximo deshabitado físicamente.

La bestia tiene por tanto implicaciones políticas profundas. Vivimos una época que ha primado sobre la expresión individual el flujo de comunicación global con lo que ello acarrea en términos de (auto)censura, uniformización de códigos estéticos y de pensamiento y advenimiento lógico de las inteligencias artificiales. Una época cuya alergia justificada al amor romántico como constructo cultural represivo ha derivado en el temor de siempre ante los estragos que provoca la sinrazón amorosa en el orden social y en nuestros consensos acerca de la identidad y sus propósitos. Una época que apela de forma consciente o inconsciente a los tambores de guerra para hacer saltar por los aires la espiral de irracionalidad, podredumbre moral y virtualidad de las experiencias en que nos habíamos embarcado con la mejor de las sonrisas y de la que ya no sabemos cómo escapar. A ese guante de seda forjado en hierro, esa cura del bienestar, que, como evidencia el desenlace del filme, hace de las personas ultracuerpos, Bonello opone el ejercicio de la libertad con todas sus consecuencias, las alas de la paloma, el sentimiento trágico de la existencia.

El carácter especulativo, romántico y, en última instancia, pesimista que caracteriza el cine de Bonello vuelve a traducirse a nivel formal en correspondencias y yuxtaposiciones: la causalidad y la casualidad, los tiempos dispares del Tiempo y los espacios liminales, la musicalidad y las disonancias audiovisuales, la abstracción y el artificio, la contingencia y el arquetipo, la Historia y el Mito. “La obra de Bonello está repleta de bucles fantasmagóricos (…) Sus personajes suelen canalizar sus acciones hacia la escapada de manera errónea (…) El statu quo de la realidad parece inamovible, como si constituyese la materialización de una profecía” (Ryan Akler-Bishop). En cualquier caso, el cineasta francés es muy consciente de que no puede hablarse de una época, sus temores evidentes y sus deseos inconfesos, si no es a través de las imágenes que la representan. Por eso parte en La bestia de la cualidad evanescente del píxel y la paradoja sangrante de instruir sobre los peligros de la realidad desde su simulación digital, para intentar otorgar a los imaginarios hacia los que nos encaminamos una entidad política, inequívocamente cinematográfica, en la estela de su previa Coma (2022).

La ruta está llena de tropiezos, riesgos y digresiones que no van a ningún lado: La bestia está lejos de ser una película perfecta. Pero juegan a favor de Bonello tres aspectos. El primero es que sus muchas influencias, citadas por otros críticos —que obvian sin embargo dos de las más fructíferas a nuestro juicio, el romanticismo  alucinado de François Truffaut y Jean-Luc Godard en Une histoire d’eau (1961) y el formalismo nihilista de Nicolas Roeg— revierten en una personalidad propia, en una metamodernidad bien entendida. El segundo es que La bestia atesora escenas que valen por películas enteras, como la que aúna fuego y agua en 1904 o aquella otra en la que Gabrielle juega a imitar el semblante vacuo de una muñeca, lo que tan solo resalta la expresividad irreductible del ser humano. El tercer aspecto está ligado a la actriz que encarna a Gabrielle, Léa Seydoux, en estado de gracia ya en France (Bruno Dumont, 2022) y Una bonita mañana (2022) y sobre cuyo rostro gira La bestia casi en su totalidad.

Es una lástima que hoy por hoy todo sea fugaz o quede sepultado por la fealdad estética y moral imperante, también en el ámbito de la cultura. La colaboración de Seydoux y Bonello en La bestia es arrebatadora, equiparable a sinergias anteriores entre actrices y realizadores consagradas por la historia del cine. Las declinaciones de los ojos y los labios de Seydoux se bastan para alumbrar los argumentos de Bonello, para hacer una apología memorable del vértigo consustancial a la belleza y el amor, su potencial para la inmortalidad frente a la coyuntura irrespirable de nuestro presente y cualquier otro tiempo histórico. H.G. Wells escribió de Henry James que sus novelas eran templos magníficamente decorados pero vacíos de fieles, meros artefactos literarios, sin caer en la cuenta de que era la alambicada retórica de James en torno a la condición humana la que propiciaba creer, la que hacía de cada lector un feligrés. Del mismo modo La bestia es una catedral cimentada en el rostro de Léa Seydoux, y cada lágrima de profunda devastación que recorre las mejillas de su personaje es un rugido, un motivo para creer; pese a saber, como Gabrielle, que osar reconocernos en la terrible simetría de las fauces del tigre, adentrarnos en los bosques de la noche, nos condena a perder.

  • Montaje: Anita Roth
  • Fotografía: Josée Deshaies
  • Música: Bertrand Bonello, Anna Bonello
  • Distribuidora: Caramel Pictures