Una bonita mañana

  • V.O.: Un beau matin
  • Dirección: Mia Hansen-Løve
  • Guion: Mia Hansen-Løve
  • Intérpretes: Léa Seydoux, Melvil Poupaud, Pascal Greggory, Nicole Garcia
  • Género: Drama
  • País: Francia
  • 112 minutos
  • El 31 de marzo en cines

«Una mujer con una hija de ocho años vive con su padre, que padece una enfermedad neurodegenerativa. Mientras lucha por conseguir un hogar de ancianos decente, se encuentra con un amigo con el que inicia una aventura… aunque éste se encuentre en una relación»

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

Con excepciones contadas, el cine de hoy ha dado la espalda a lo épico y lo trágico. Las películas contemporáneas de autor(a) pugnan con suerte dispar por recoger desde nuevas perspectivas el testigo de las que esgrimieron antaño dichos valores en su búsqueda de sentidos al hecho de existir.

La directora de Una bonita mañana, Mia Hansen-Løve, trató sin ir más lejos con su anterior película, La isla de Bergman, de oponer a las cavilaciones tortuosas de Ingmar Bergman sobre la creatividad y las relaciones sentimentales un modo de representación más acorde a las sensibilidades de nuestro presente.

Como señalamos hace unos meses, el resultado de cuestionar a un clásico como Bergman tan solo dejó en evidencia las imposturas y la fragilidad de los creadores de hoy cuando pretenden encararse con sus mayores. Por fortuna, Mia Hansen-Løve regresa con Una bonita mañana a su propio universo de ficción, que se basta y sobra sin necesidad de comparaciones ni ajustes de cuentas ambiguos para testimoniar otra manera de mirar, otra manera de estar en el mundo.

La protagonista de Una bonita mañana es Sandra (Léa Seydoux), cuya vida cotidiana oscila entre su labor como traductora e intérprete y el cuidado de su hija Linn (Camille Leban Martins), fruto de una relación de pareja que desembocó años atrás en viudedad. A las puertas de la madurez, Sandra ha de afrontar dos situaciones de impacto emocional considerable: la demencia de su padre, Georg (Pascal Greggory), que pasa de ser un pensador de prestigio a una dependencia casi absoluta, y la entrada en escena de Clément (Melvil Poupaud), viejo amigo que podría llegar a convertirse en algo más.

Sin estridencias, con una apariencia de serenidad que roza el desaliño en los cambios de escenas, Una bonita mañana sigue el día a día de una mujer que ha anestesiado sus emociones y sabe valorar en su justa medida el bienestar que pueden procurarle un fin de semana con los suyos, una velada entre amigos, una sobremesa de intimidad con su amante, un viaje en autobús o un paseo en una mañana de primavera. Aunque esta forma de sometimiento o aceptación, como prefiera cada cual, esté envenenada por un angst existencial latente, por un ansia reprimida de gritar; el signo de nuestros tiempos.

Mia Hansen-Løve vuelve a articular con talento una tensión sutil entre las imposiciones de la realidad, las estaciones de la vida, que tiñen su cine de un engañoso carácter mundano, y una melancolía soterrada. Cualidades que nos remiten, por sus vertientes autobiográficas y su atención especial a las dinámicas familiares, las ausencias dolorosas y la adaptación forzosa al devenir implacable de las cosas, a una de sus mejores películas: El padre de mis hijos (2009).

El retrato en Una bonita mañana de la madre de Sandra (Nicole Garcia), el reparto de los libros de Georg, la estancia del anciano en residencias diversas, el trabajo de nuestra protagonista como decodificadora solitaria de lenguajes, la indecisión sentimental de Clément… dan cuenta de una colectividad que ha renunciado a preguntarse dónde está «la tierra de las promesas» mencionada al principio del filme; que se limita a navegar a la deriva, satisfecha con toparse de tanto en tanto con una pequeña excitación, un alivio puntual que permita obviar el destino final al que se dirigen.

Esta adscripción a una filosofía posibilista y aburguesada de la vida y, quizá, del cine, tiene su expresión más depurada en la interpretación de Léa Seydoux. La actriz nunca ha armonizado mejor que en Una bonita mañana su belleza con la mirada exhausta que la enturbia. El personaje que interpreta, Sandra, se empeña en poner al mal tiempo buena cara aunque en la mayor parte de las escenas sus ojos amenazan con estallar en lágrimas.

Sandra responde a la aflicción diagnosticada por Byung-Chul Han: «La depresión es la enfermedad de una sociedad que se exige a sí misma positividad, una humanidad que libra una guerra consigo misma». Es lo que refleja el cine de Hansen-Løve, alérgico al fatalismo pero incómodo en lo meramente costumbrista.

  • Fotografía: Denis Lenoir
  • Montaje: Marion Monnier
  • Distribuidora: Elástica Films