Fue la mano de Dios

(È stata la mano di Dio)

  • Dirección: Paolo Sorrentino
  • Guion: Paolo Sorrentino
  • Intérpretes: Filippo Scotti, Toni Servillo, Luisa Ranieri, Teresa Saponangelo, Marlon Joubert
  • Género: Drama
  • País: Italia
  • 130 minutos
  • Ya en salas, 15 de diciembre en Netflix

El oscarizado guionista y director Paolo Sorrentino presenta la historia de un chico, Fabietto Schisa (Filippo Scotti), en el turbulento Nápoles de los años ochenta. En «Fue la mano de Dios», hay lugar para alegres sorpresas, como la llegada del legendario futbolista Diego Maradona, y para una tragedia igual de imprevista. El destino interpreta su papel, la alegría y la desdicha se entrelazan y el futuro de Fabietto echa a rodar. Sorrentino vuelve a la ciudad que lo vio nacer para contar su historia más personal: un relato sobre el destino y la familia, los deportes y el cine, el amor y la pérdida.

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

Cumplidos cincuenta años y oferta de Netflix mediante, Paolo Sorrentino deja a un lado sus retratos hiperbólicos de la Italia contemporánea —entre los que se cuentan títulos tan celebrados como La gran belleza (2013) y tan extraordinarios como El joven Papa (2016)— para prestar atención a su propia vida. Merced a un travelling inicial de aproximación a la ciudad donde transcurrió su infancia y juventud, Nápoles, que plasma con acierto la impronta del pasado en el presente, Fue la mano de Dios nos retrotrae a los años ochenta, cuando Sorrentino era un adolescente de familia acomodada a quien preocupaban sobre todo el sexo, el cine, y la figura de Diego Armando Maradona.

El fichaje en 1984 por el Nápoles del futbolista argentino sublimó en éxtasis colectivo las frustraciones socioeconómicas de toda una ciudad, aunque a nivel individual representase para el cineasta algo diferente. Las circunstancias que rodearon para él aquel mítico gol marcado por Maradona con la mano el 22 de junio de 1986 contra Inglaterra, le permitieron constatar que la única forma posible de escapar a las limitaciones de una existencia marcada antes o después para todos por el sufrimiento, los desengaños y la muerte, pasa por comprender que son precisamente las imperfecciones de la realidad las que posibilitan su transfiguración en lo divino, sin engañar ni engañarnos en torno a su naturaleza esencial. La esencia del cine de Sorrentino radica en su anhelo casi desesperado por invocar lo sagrado a través de su labor de alquimia cinematográfica con lo mundano, lo vulgar e incluso lo abyecto.

Fue la mano de Dios es brillante mientras Sorrentino da cuenta de cómo su mente se vio permeada poco a poco por tal descubrimiento, hasta llegar a ese último plano, a bordo de un tren, en el que los derroteros de la realidad han pasado a ser combustible para la mirada del futuro cineasta. Así, el encuentro de su tía Patrizia con “el pequeño monje”, el plano subjetivo de una calle cualquiera mientras alguien evoca en off cómo conoció allí al amor de su vida, las bromas pesadas, los minutos en la sala de espera donde se agolpan los extras aspirantes a trabajar con Federico Fellini, la pintada obscena en el espejo de un ascensor, la paliza a una anciana en un cuarto de estar o el desvanecimiento fatal de los padres del protagonista frente a una chimenea, momentos adscritos en principio a las vertientes cómicas, sentimentales y dramáticas del costumbrismo, son llevados por Sorrentino a un nivel superior de conciencia en virtud de su dominio del tono, lo escénico y la profundidad de campo.

En este aspecto, Fue la mano de Dios no presume de una retórica audiovisual tan vistosa como la de sus anteriores películas, pero su sentido del espectáculo y lo misterioso continúa siendo muy palpable en las imágenes, así como la vinculación de las mismas con los universos del citado Fellini, Bernardo Bertolucci, Roberto Rossellini o Antonio Capuano —presente como personaje en la película—, entre otros referentes fílmicos. Los imaginarios de Sorrentino no pueden entenderse sin su relación indisociable con el cine y la contribución del cine de su país a hacer de Italia un estado de la mente. Hasta el punto de que cuando Fue la mano de Dios abandona esa perspectiva para centrar su narrativa en las desdichas concretas del joven Sorrentino, pierde fuelle y acaba por resultar anodina y algo rancia.

En una escena de la película escuchamos que para Fellini, «el cine no sirve para nada, solo como distracción de la realidad». Para Sorrentino, el cine es eso y algo más: una realidad alternativa de ficción con el potencial para visualizar los pecados de la nuestra en clave de milagros. Cuando el director se sitúa en esa posición, al otro lado del espejo, Fue la mano de Dios es magnífica. Cuando se olvida de ello y se toma en serio las pequeñeces de su realidad de antaño, la película deja que desear. Las experiencias del Sorrentino adolescente tienen menos interés que la novela de formación de su mirada.

  • Fotografía: Daria D’Antonio
  • Montaje: Cristiano Travaglioli
  • Música: Lele Marchitelli
  • Distribuidora: Netflix