Karen


(Karen)

  • Dirección: María Pérez Sanz
  • Guion: María Pérez Sanz, Carlos Egea
  • Intérpretes: Christina Rosenvinge, Alito Rodgers, Isabelle Stoffel
  • Género: Drama
  • País: España
  • 65 minutos
  • En cines el 4 de junio

Un retrato íntimo de los últimos tiempos en África de la danesa Karen Blixen, escritora que firmaba como Isak Dinesen. En especial se narra la particular relación de Blixen con su criado somalí Farah Aden. Una extraña amistad en la que diferencias que parecen insalvables se diluyen ante un entendimiento ancestral. Ella tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong…

Por María Adell

Karen Blixen tuvo una granja en África. También escribió novelas bajo el pseudónimo de Isak Dinesen. Una de ellas, Memorias de África, se convirtió en un célebre filme que empezaba con la voz soñadora de Meryl Streep afirmando: «Yo tenía una granja en África». En su deslumbrante segundo largometraje, María Pérez Sanz reescribe el mito Blixen/Dinesen —conformado por la biografía de la aristócrata danesa pero, también, por la idealizada reconstrucción de la misma que Hollywood difundió— dejando lo que sabemos de él en fuera de campo y concentrándose en su vida cotidiana durante sus últimos meses en Kenia. Es una estrategia —la reescritura de un personaje histórico a través de una radical desdramatización que sustituye los momentos emblemáticos por los triviales— que, con distintos matices, han seguido anteriormente cineastas como Rossellini —La toma de poder de Louis XIV—, Straub & Huillet —Crónica de Anna Magdalena Bach— o Albert Serra La muerte de Luis XIV—.

Se mueve entre lo cotidiano y el mito, y se siente despojada a la vez que cálida: Karen sobresale como una película única. Un ejercicio documental —el placer de filmar a Rosenvinge haciendo pequeñas cosas— convertido en una suerte de invocación espiritual que conecta a dos mujeres, dos continentes y dos épocas

Pese al diálogo con dichos referentes, Karen sobresale como una película única. Pérez Sanz ha construido un filme que se mueve, al mismo tiempo, en el terreno de lo cotidiano y el mito, y que se siente despojado a la vez que cálido. A esto último ayuda una fotografía porosa, en 16mm —obra del también cineasta Ion de Sosa—, que muestra con idéntica pasión los paisajes extremeños —convertidos, milagrosamente, en la sabana africana— al inicio del filme que los cuerpos y los rostros de los protagonistas que, poco a poco, lo van convirtiendo en una pieza de cámara.

Es realmente hermosa la interacción entre Blixen y su capataz somalí, Farah, una relación de mutua dependencia que el filme sitúa en su epicentro, consiguiendo descolonizar la mirada con la que habitualmente el cine occidental ha mostrado dichas interacciones. Pese a ello, este no es un film naturalista, sino que la cotidianidad está siempre marcada por el artificio: Christina Rosenvinge y Alito Rodgers, ambos intérpretes no profesionales, actúan como médiums a través de los cuales se encarnan los textos escritos por Blixen en alambicados diálogos de procedencia literaria. Es a partir de la presencia imponente de Rosenvinge que la película consigue, finalmente, crear su propio mito: la música madrileña consigue evocar a la escritora —ambas, mujeres artistas, ambas, de origen danés— a través de gestos cotidianos (comerse un huevo duro, peinarse frente al espejo) que la cámara filma morosamente. Es un ejercicio documental —el placer de filmar a Rosenvinge haciendo pequeñas cosas— convertido en una suerte de invocación espiritual que conecta a dos mujeres, dos continentes y dos épocas. Una idea hermosa —esa capacidad del cine para derrumbar los límites espacio-temporales— que Pérez Sanz condensa en un fulgurante plano-contraplano al final de la película.

  • Fotografía: Ion De Sosa
  • Montaje: Sergio Jiménez, Carlos Egea
  • Música: Christina Rosenvinge