Los Fabelman

  • V.O.: The Fabelmans
  • Dirección: Steven Spielberg
  • Guion: Tony Kushner, Steven Spielberg
  • Intérpretes: Gabriel LaBelle, Michelle Williams, Paul Dano, Seth Rogen, Judd Hirsch, Chloe East, Mateo Zoryon Francis-DeFord, David Lynch…
  • Género: Drama
  • País: EEUU
  • 151 minutos
  • El 10 de febrero en cines

«Film semiautobiográfico de la propia infancia y juventud de Spielberg. Ambientada a finales de la década de 1950 y principios de los años 60, un niño de Arizona llamado Sammy Fabelman, influido por su excéntrica madre, artista (Michelle Williams), y su pragmático padre, ingeniero informático (Paul Dano), descubre un secreto familiar devastador y explora cómo el poder de las películas puede ayudarlo a contar historias y a forjar su propia identidad.»

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

Steven Spielberg no es un cineasta reflexivo. Y nunca lo ha necesitado. Cuando, víctima del complejo de culpa o inferioridad, se ha parado a pensar, los resultados han sido cuestionables. Sus pulsiones y su talento como realizador se han bastado y sobrado para brindarnos a lo largo de cinco décadas de grandes espectáculos una visión muy precisa de sus fantasmas, sus inquietudes, y su búsqueda desde el paradigma posmoderno de una latencia clásica y una verdad espiritual.

De paso, sus películas también han acertado a reflejar mediante alegorías de belleza mundana las neurosis y ambivalencias que esconden las nuevas masculinidades, las disfunciones de la familia tradicional en el marco de las dinámicas capitalistas, los claroscuros de la historia estadounidense, y las ansiedades colectivas de una aldea global cada vez más perdida, más necesitada de un sentido de la maravilla capaz de traducir en iluminación la oscuridad creciente que nos rodea.

Peter Biskind menospreció en 1998 a Spielberg al escribir que «infantiliza a la audiencia con dispositivos audiovisuales que eluden la ironía y la autoconciencia estética y analítica», sin caer en la cuenta de que ese estado de conciencia favorece como ningún otro el desvelamiento de la identidad individual y colectiva. Camiones con vida propia, tiburones y dinosaurios, alienígenas de todas las formas e intenciones, nazis bigger than life, hadas e inteligencias artificiales, explosiones nucleares, unicornios y caballos de batalla, la ira misma de Yahveh, han funcionado en su cine como reencarnaciones de los dioses y los monstruos que habitaron los cuentos de hadas tradicionales, las fábulas que han nutrido generación tras generación el subsuelo de la razón.

En este aspecto, el apellido de la familia que protagoniza la nueva película de Spielberg es un juego de palabras obvio: Fabelman. Fableman. El Hombre de la Fábula. Nos remite a la transmutación de los miedos y las frustraciones del día a día en un imaginario quimérico gracias a la fantasía desatada de un niño y la expresión artística que acabará por dominar a la perfección, el cine. Al fin y al cabo Los Fabelman es una autobiografía poco disimulada de los años tempranos de Spielberg, los que abarcaron en la década de los cincuenta su infancia y adolescencia y los que fueron testigos a finales de los sesenta de su incorporación entusiasta a la industria del cine.

Un periodo marcado por el tortuoso matrimonio de sus padres, una relación con su madre de tintes edípicos, su desajuste a la vida social y la sublimación de todo ello a través de la cámara, que le otorgó el poder de escapar a los aspectos más prosaicos de la realidad para recrearlos con la lucidez que solo pueden invocar los sueños y las pesadillas. Es el motivo de que, digámoslo ya, Los Fabelman sea una película tan decepcionante: no aporta nada que las ficciones puras de Spielberg no hayan dicho antes con claridad meridiana, ni sabe articular qué alquimia hizo de un niño cualquiera, criado en el seno de un hogar de clase media y ascendencia judía afincado en Arizona, un director superdotado y, durante al menos un cuarto de siglo, el Mephisto de nuestro zeitgeist sociocultural.

A estas alturas, Spielberg se ha ganado de sobra el derecho a analizar su legado, como hizo en Ready Player One (2018), y a mirarse de frente en el espejo, como intenta en Los Fabelman. Pero cabe recordar que los logros más estimulantes de los cineastas —de François Truffaut a Joanna Hogg pasando por Federico Fellini y Alfonso Cuarón— que han arrojado miradas retrospectivas sobre su vida y su obra han surgido casi siempre del angst, la crisis, el interrogante creativo, incluso si las imágenes ofrecían una pátina de placidez; mientras que Los Fabelman adolece de una autocomplacencia que merma sustancialmente su alcance.

Ello es achacable a que, tras la etapa de brillante madurez que ejemplificaron Lincoln (2012) y El puente de los espías (2015), Spielberg ha perdido fuelle creativo. Además, su trabajo de escritura fílmica junto a un colaborador habitual, el  guionista y dramaturgo Tony Kushner, no tiene un objetivo indagatorio sino de confirmación de sesgos. En este sentido Los Fabelman no está interesada en redescubrir al Spielberg que conocíamos hasta la fecha a través de ciertas imágenes y anécdotas, sino que modela las mismas de acuerdo a los recursos de estilo que han hecho de Spielberg casi una marca de fábrica.

Es una decisión poco afortunada, que pretende subrayar el carácter autoral de la película de manera muy calculada. Con ello, Los Fabelman pasa a ser en los mejores momentos un Spielberg de sentimentalismo manierista —en la línea de Always (1989) y La terminal (2004)— y, en los peores, una parodia involuntaria y hasta grotesca de su cine, como delatan las interpretaciones afectadas de Paul Dano y Michelle Williams en la piel de los padres del director y secuencias tan delirantes como la del baile a contraluz durante una excursión, el encierro de Mitzi (Williams) en un armario o el descubrimiento por Sammy (Gabriel LaBelle) de la infidelidad de su madre vía el celuloide filmado con su cámara.

La última e irritante escena de Los Fabelman, en la que Spielberg juega a asimilar la sabiduría de un John Ford encarnado por David Lynch (sic), culmina la sensación de artificio rebuscado, de impostura, de re-telling interesado que flota sobre todo el metraje, e incide además, como sucedía en Babylon (2022) y El imperio de la luz (2022), en la idea de que la pérdida actual de influencia del cine es responsabilidad menos de quienes lo ignoran que de quienes dicen emular su magia con un ánimo celebratorio y egocéntrico, con una sorprendente falta de empatía hacia lo que ha sido el medio en sus propios términos durante más de un siglo.

Spielberg culmina por tanto con una broma hilvanada sin rigor ni trascendencia una película que, en su exceso de pensamiento y su déficit de talento, le sitúa muy lejos del ser humano y artista complejo que ha alumbrado obras maestras como El diablo sobre ruedas (1971), Tiburón (1975), Encuentros en la Tercera Fase (1977), En busca del arca perdida (1981), Parque Jurásico (1993), Minority Report (2002), Atrápame si puedes (2002), Lincoln y El puente de los espías.

  • Fotografía: Janusz Kaminski
  • Montaje: Sarah Broshar, Michael Kahn
  • Música: John Williams
  • Distribuidora: Universal