Indiana Jones y el dial del destino

  • V.O.: Indiana Jones and the Dial of Destiny
  • Dirección: James Mangold
  • Guion: Jez Butterworth, John-Henry Butterworth, James Mangold
  • Actores: Harrison Ford, Phoebe Waller-Bridge, Mads Mikkelsen, Boyd Holbrook, Antonio Banderas
  • Género: Aventuras
  • País: EEUU
  • 154 minutos
  • Ya en salas

«El arqueólogo Indiana Jones deberá emprender otra aventura contra el tiempo para intentar recuperar un dial legendario que puede cambiar el curso de la historia. Acompañado por su ahijada, Jones pronto se encuentra enfrentándose a Jürgen Voller, un ex nazi que trabaja para la NASA.»

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

Tendemos a olvidar que En busca del arca perdida (1981) fue una película experimental. La cuarta, tras Tiburón (1975), La guerra de las galaxias (1977) y Encuentros en la tercera fase (1977), con la que George Lucas y Steven Spielberg jugaron a ser aprendices de brujo para transmutar los arcanos formales del Hollywood clásico en las pautas del nuevo. Lucas y Spielberg participaron con ello del argumentario de la cinefilia (pos)moderna, que había tasado la naturaleza de lo fílmico en el gesto y el signo, emancipados de sus condicionantes de producción.

En este aspecto, y pese a tópicos analíticos reiterados hasta hoy, Spielberg y Lucas fueron dignos integrantes del Nuevo Hollywood. Por mucho que no les adornase la lírica y la política del fracaso en que la crítica encasilló a quienes tropezaron en su empeño por reinventar con éxito géneros como el Hollywood on HollywoodNickelodeon (1976)—, el westernLa puerta del cielo (1980)— o el musical —Corazonada (1981)—. ¿Por qué acertó en cambio En busca del arca perdida a reeditar el espíritu del  pulp, los seriales cinematográficos y las daily strips de acción y aventura producidos tres, cuatro y cinco décadas atrás?

La respuesta estriba en la fe; en la devoción de Lucas, Spielberg y, no lo olvidemos, Lawrence Kasdan y Philip Kaufman, por una imagen capaz de sustanciar en pantalla esa emoción sin adulterar que preside nuestras ilusiones, nuestros anhelos, nuestros sueños y nuestras pesadillas. En busca del arca perdida es una sucesión inagotable de apariciones, sobreentendidos, revelaciones, sorpresas, malabarismos, desapariciones y, sí, milagros, orquestados por una cámara en estado de gracia. La relación entre cada plano y el siguiente no se debe al principio de causalidad sino al del arrebato. El drama, la narrativa, las características y las motivaciones de los protagonistas, son un trampantojo.

El propio Indiana Jones (Harrison Ford) estaba lejos de ser un personaje. Jamás ha logrado serlo en ninguna de sus cuatro siguientes aventuras. Era un médium, un artefacto que canalizó las inquietudes de Lucas y Spielberg. Su dedicación a la arqueología se reveló una metáfora perfecta de la arqueología cinéfila de sus artífices, de su búsqueda incansable de imágenes capaces de replicar las que prendieron antaño en sus retinas. Es lógico que Indy cierre los ojos ante la belleza y el terror sobrenaturales que se desatan en los minutos finales de En busca del arca perdida. Su función, como ocurrirá en posteriores entregas de la serie, es la de conseguir que nosotros podamos contemplarlos en todo su esplendor, que creamos en lo que veamos y veamos porque creemos.

Pero En busca del arca perdida fue una película asimismo pionera en su abordaje, no exento de claroscuros, de temas como el aura del objeto artístico y su instrumentalización nostálgica, y la mutación en los años que estaban por venir del disfrute de la cultura en términos de comodificación, consumo, acumulación y repetición fetichista. Algo de lo que dieron cuenta los propios Lucas y Spielberg con una precuela irrelevante de En busca del arca perdida, Indiana Jones y el templo maldito (1984), que se remitía a las aventuras coloniales y las extravagancias cómico-musicales de los años treinta, pero también a su antecesora con estrategias que ya tenían menos de magia que de truco; y un remake encubierto o secuela payasa para la generación Solo en casa, Indiana Jones y la última cruzada (1989), que incluía a Sean Connery a fin de glosar a James Bond y arrancaba con una de las escenas más perjudiciales para la evolución del blockbuster: aquella en la que se nos explicaba el origen de los rasgos que han definido la iconicidad de Indy, arruinando a golpe de literalidad lo que en el filme original había sido hechizo.

En cuanto a Indiana Jones y el de la calavera de cristal (2008), intento indescriptible de acomodar la franquicia a tiempos de vulgar auteurism, baste con decir que dos de los momentos más reivindicables de Indiana Jones y el Dial del Destino sirven para ponerla en su sitio: la escena de reconciliación última en una cocina, que vale por el ridículo guirigay familiar montado en torno a Indy a lo largo de la anterior entrega, y una eliminación sin contemplaciones de Mutt (Shia LaBeouf) que recuerda la de Poochie en Los Simpson. Por lo demás, Indiana Jones y el Dial del Destino es una propuesta incómoda, nada memorable, pero con apuntes de interés sobre su misma existencia y la actualidad de la saga Indiana Jones.

La película simula ser durante sus veinte minutos iniciales una hermana pequeña de los tres primeros filmes, que se apoya en un de-aging meritorio de Harrison Ford —el problema en esta secuencia corresponde al discutible carácter inmersivo de la escenografía y los cromas digitales frente a la exuberancia analógica de las entregas producidas entre 1981 y 1989— y en dos cualidades ya puestas de manifiesto por el director James Mangold en El tren de las 3:10 (2007), Logan (2017) o Le Mans ’66 (2019): el esmero expresivo, y un tono crepuscular que nos habla de aventuras presentes percibidas como ecos lejanos de las experimentadas en el pasado. Habrá quien eche de menos a Steven Spielberg tras la cámara, pero, en el marco de un producto tan desnaturalizado, tan corporativo como este, resulta difícil imaginar que el Spielberg actual —West Side Story (2021), Los Fabelman (2022)— hubiese podido aportar algo más que la constatación de su pérdida de facultades.

En cualquier caso, Mangold reincide en la idea de que la vida no termina por ser más que sueño(s) con Indy, que, tras el prólogo, despierta en el presente de 1969, durante las celebraciones por la llegada del- ser humano a la Luna. Indy no tiene ningún interés en las promesas de futuro que trae consigo el alunizaje. Se ha refugiado en el estudio del pasado para eludir tribulaciones personales y su desencanto ante lo efímero de la fortuna y la gloria que persiguió en sus años de juventud. Sin embargo, la entrada en escena de su ahijada Helena (Phoebe Waller-Bridge), empeñada en hallar un aparato atribuido a Arquímedes que permitiría viajar en el tiempo, y la persecución de que es objeto la joven por nazis que ansían el dispositivo para ganar la Segunda Guerra Mundial, precipitan que el arqueólogo emprenda su última peripecia.

El planteamiento de la relación entre Indy y Helena —atención al nombre, uno de los varios y atractivos guiños a la mitología que hay en el filme— es lo mejor de Indiana Jones y el Dial del Destino. La convicción que transmite Harrison Ford, un actor mediocre, como aventurero doblegado por la vida; el carisma de Phoebe Waller-Bridge; y los paralelismos entre quien fue arqueólogo sin escrúpulos al servicio de la academia y una trotamundos con menos escrúpulos aún al servicio del mejor postor, derivan en una reflexión implícita de peso acerca de la auténtica valía de nuestras ambiciones con el paso inclemente del tiempo. El tiempo y su vivencia es de hecho el gran argumento de la película. Si En busca del arca perdida relativizaba que un vulgar reloj de bolsillo enterrado durante mil años en la arena se volviera una reliquia, al igual que una muestra cualquiera de cultura popular tenía la facultad de devenir una antigüedad preciosa a ojos de cineastas como Lucas y Spielberg, Indiana Jones y el Dial del Destino va más lejos y concluye que el único tiempo que nos debe concernir es el nuestro, el que se nos ha concedido. Lo demás, incluido la cinefilia, es una forma de autoengaño. Helena solo se lo podrá hacer comprender a Indy en un momento clave con un puñetazo que le despertará definitivamente. El grueso de la película transcurre así entre dos blackouts.

Por desgracia, estas ideas, que cuestionan el sentido mismo de la aventura y la cinefilia puesto en práctica en su momento por Lucas y Spielberg, no tienen el empuje suficiente para propiciar otra configuración de Indiana Jones. Las andanzas de Indy y Helena en localizaciones sucesivas se pliegan sin inspiración ni originalidad al modelo establecido y agotado en las entregas previas, con unas persecuciones y un humor poco imaginativos y más iluminaciones artificiales frente a cromas. A diferencia de Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal, donde lo único que (se) casaba eran Indy y Marion, Indiana Jones y el Dial del Destino es una superproducción digna de nuestros tiempos; es decir, todo está en su sitio, no hay lugar para los sobresaltos, y eso a la postre hace que la diferencia con las restantes entregas y, en particular, En busca del arca perdida, sea todavía más abismal.

De haber negado a Indy y los espectadores la aventura que esperaban, la película podría haber sido tan revulsiva como la estrenada en 1981. Pero esta aventura ejecutada a regañadientes, rácana con algunas constantes visuales de la serie y  en la que se perciben veladamente valores muy diferentes a los originales, no se atreve a decepcionar y por eso mismo lo provoca. Puede que, como magdalena proustiana, En busca del arca perdida ya no funcione para los espectadores de hoy; que su reivindicación de las baratijas de antaño haya perdido su encanto, más aún, que ella misma se haya delatado una baratija; pero han tenido que pasar cuarenta años para que la magia se desvanezca. Por el contrario, guste más o menos, Indiana Jones y el Dial del Destino nace herida de muerte; ni sabe poner en su sitio la tradición de la que ha surgido, ni puede escapar a la condición de baratija apenas producida.

  • Montaje: Andrew Buckland, Michael McCusker, Dirk Westervelt
  • Fotografía: Phedon Papamichael
  • Música: John Williams
  • Distribuidora: Disney